domingo, 2 de marzo de 2014

"Esta noche voy a salir a asesinarlos a todos"

Esta noche voy a salir a asesinarlos a todos. A todos y cada uno de ellos. A cada nombre que por muy poca o mucha maldad, marcó mi vida. Y como dicen que el amor es el que mueve la vida, concluí que el desamor hace girar la vida en el sentido contrario. Así que, aunque todo esto sea personal, vale aclarar que no es ni fue culpa mía. Si alguien morirá esta noche, no será, corrijo, un asesinato, sino que, por el contrario, será un suicidio que no llegó en hora: años antes, ellos cargaron estas armas que hoy salen a besar el aire y corromper los últimos alientos.

El olor a pólvora y sudor comienza a invadir el aire del auto. La ruta es larga y oscura; el horizonte claro desde hace mucho tiempo. Los destinos ya perdieron un orden, ninguno es más importante que otro, ninguno vale la pena priorizar. Todos, a su única y vagabunda manera, pisotearon mi vida y le quitaron profundidad a mis ojos. Así que allá vamos: el destino, la fecha de vencimiento y yo. Y no nos esperen ni preparen café, será cuestión de unos segundos. Saludamos y nos vamos.

Pensando voy y me resulta irónico pensar en ellos como parte de mi pasado. ¿Por qué dejé que entraran a mi vida? Quizás fue culpa de las vicisitudes propias de la adolescencia, que nos enfrenta a los dilemas más adversos y acalambrados de la psiquis. Ese combate por ser constantemente aceptado y aprobado por el entorno que vive a nuestro alrededor. Quizás fue ahí cuando cedí y dejé que entraran a mi vida. Definitivamente si. Porque antes o ahora, no lo habría permitido. Pero en ese entonces… me había cansado de luchar contra el viento.

Fueron amigos, amores, compañeros de estudio y de noches en vela. Todos, un puñal por la espalda. En el momento menos indicado. En la circunstancia menos venida. Como lectores adictos a la carroña que ya comen los ajenos. Cumpleaños, velorios, duelos, anuncios de compromisos, festejos patrios, internaciones, primeros días. Todos y cada uno conservan sus correspondientes fechas y horas bajo el brazo. Quizás sin saberlo. Quizás sin jamás haberlo concluido. Pero el tiempo que dejé pasar, ya fue suficiente. La oportunidad a la redención, estuvo días y noches, esperando en cada puerta y en cada balcón. La espera… ya me consumió.

También, aunque no quiera decirlo, le encuentro su sabor amargo a todo esto. Pero no por mi culpa, ah no, yo no tuve nada que ver. Fue su puñal en mi espalda. Seguramente, todo esto también me duela por el hecho inevitable de que una vez… esa mano que ensimismó el filo, supo ser consejera y remachadora de grandes dolores. ¿Cuántas veces nos habremos embebido mutuamente bajo una misma noche de enero? Son incontables e imposibles de volver a reproducir, tantas risas ensambladas y tantas lágrimas susurradas. Creo que la realidad no es más que una acumulación de las pesadillas que tenía en aquel entonces: siempre temí con la llegada de este y de otros días. Siempre intuí que algún día, el dolor llegaría para quedarse. Y que ellos, ya no estarían.

Heme aquí. Frente a esta vieja puerta que tantas veces me dio entrada a un sinfín de horas juntos. Esa misma que cerré con fuerza la última vez que los vi. Aquella noche que me fui llorando, con el alma por el piso y la humillación por los hombros. Aquella misma noche en la que comprendí que ya nada sería igual, y que nada había sido como yo lo había imaginado.

Basta. Basta de balbuceos. Esto es algo que debí hacer hace mucho tiempo. Tal vez, incluso, debí hacerlo aquella misma noche, antes de cerrar la puerta. Porque, de esta forma, la puerta jamás cerró. Es un círculo que no quedó completo. Una cuenta pendiente… que nunca dejó de atormentarme. Aquí voy…

-¿Vos? ¡Volviste! No sabes cómo te hemos extra- y se calló. Y nadie más intentó hablar.

Un solo tiro, y no hubo más palabras. Un solo tiro, y ya no hubo tormentas. Un solo tiro, y todas las cuentas quedaron saldadas. Un solo tiro… y dejé de vivir para estar en paz. 

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