¿No te das cuenta de lo
que pasa? Es evidente. No necesitás llamar a ningún médico para que te lo diga:
está ahí, delante de nuestras narices. Frías narices, por cierto. Depende de
vos e, indefectiblemente, en esta oportunidad, de mí. Depende de nosotros. ¿No
te das cuenta? En este momento, la felicidad del mundo está en nuestras manos.

Seamos sinceros y sencillos,
¿te parece? ¿Qué pasa afuera? ¿De qué se queja la gente todos los días, cuando
va en el ascensor apretada, cuando recién sale de su casa, cuando se frota las
manos y mira hacia el cielo? ¡Todos piden lo mismo! El calendario lo indica. Y
no se trata de que este año no hayan cambiado la hora. Va mucho más acá de todo
eso. Está acá: justo delante de nosotros. Setiembre, octubre… y nada. Las
bufandas siguen mezclándose en las plazas. Los jarabes para la tos y los
pañuelos siguen en temporada alta. Y la sopa todavía se tolera. ¡El mundo está
enloqueciendo, y todo es culpa nuestra!
Habrás notado que llegué a
la palabra “culpa”. No era mi intención, pero no me dejás otra. La gente nos
señala por la calle: “¡Culpables!”. Y tienen razón. La culpa de que el
termómetro y el calendario no coincidan es nuestra. La culpa de que las cometas
corran a abrigarse es nuestra. La culpa de que la rambla siga desnuda es
nuestra. Y nuestra culpa es tan vaga y tan insignificante… ¡quién lo diría!
Fácil y sin rima: hasta que
vos y yo no estemos juntos, la cosa va a seguir igual. La gente va a seguir
molesta. La mañana se va a levantar sin ganas. Las radios van a sonar todavía
más chillonas y desinformadas. Porque el mundo va a seguir esperando hasta que
nos decidamos. Esto va a seguir igual: para vos, para mí, para todos.
Entonces, ¿qué hacemos?
¿Dejamos salir a la primavera?
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