sábado, 27 de octubre de 2012

"Amigo..."


Amigo…
gracias por escuchar
cuando aún no hay palabras,
gracias por buscarme
cuando aún no me he perdido,
gracias por quererme
cuando aún no me has conocido,
gracias por cuidarme
cuando aún no he nacido.

A ti amigo, gracias. 

sábado, 20 de octubre de 2012

"¿Me llevas a la luna?"



-¿Me llevas a la luna? – me preguntó desde los pies de la cama.
-¿Mañana podes? – contesté preguntando.

Sonrió y se guardó en su silencio. Sus ojos miel y soñadores se perdieron en el aire. La luna parecía tan lejana… pero tan apetecible. ¿Cuándo llegaría su oportunidad? Tantos y tantas la habían visitado, en invierno, en verano, en otoño e incluso durante la primavera, sin importar que fuese la temporada baja. Incluso había quienes se habían atrevido a visitar la luna en pleno día, mientras se escondía del sol. Ella quería ir a la luna… y yo quería ir con ella.

Me levanté directo hacia la cocina a preparar la cena. Era jueves, pero no cualquier jueves. Me tocaba cocinar pero además, era el último jueves de noviembre y eso significaba una sola cosa: la especialidad de la casa. Los vegetales se mezclaban con la música y el aceite. La vista no podía ser mejor; ella bailaba entre libros viejos mientras ordenaba su placard. Las notas que se abrazaban a las zanahorias, puerros, cebollas y tomates, brotaban cálidas y cariñosas desde la radio. El aroma casi vacío de la pasta en agua hirviendo y el perfume desbordante de los vegetales en plena cocción, se apoderaban de la casa y los pulmones. Todo estaba enamorado. Incluso, la pasta parecía tener forma de luna mientras bailaba en el agua a borbotones.

El perfume añejo del vino se besó aventurero con el de la pasta y los vegetales. La noche estaba inaugurada, con mantel y postre para dos.

-¿A qué hora nos vamos mañana? -
-A eso de las nueve de la noche tenes que estar aca – contesté con seguridad.
-¿Y qué tengo que llevar? ¿Vamos a acampar o a ir a un hotel? -
-Nada. No tenes que llevar nada. Eso si… ¿seguís teniendo aquel vestido blanco a lunares rojos? -
-Si… Creo que si. ¿Por qué? -
-Tenes que ponerte ese, es mi única condición -

Su sonrisa y su expresión de desentendimiento se intercalaban dulces en su rostro. La luna significaba todo. No era sólo la huida del mundo y de la rutina. La luna era el sueño de todo enamorado. La luna era el lugar más cotizado para pasear durante las tardes de invierno. La luna era el lugar al que ella quería ir, y yo quería ir con ella…

El helado de frambuesa se paseó por sus labios y como enamorada consecuencia, después por los míos. La luna se dibujaba blanca y sin visitas en lo alto del cielo oscuro. La noche, amiga innata del satélite, se abrazó al mundo y a nuestra cama tan pronto como el helado se hizo vapor entre nuestros suspiros. Las sábanas, cómplices insospechables, se durmieron silenciosas entre nosotros.

Me quedé largo rato observándola dormida entre mis brazos. Un mechón de cabellos negros le caía rebelde por su frente y su respiración se hacía compás dulce entre los ruidos de la noche. “Mañana… mañana te llevaré a la luna…”, pensé antes de que el sueño me ganara la batalla.

La mañana se despertó feliz entre sus bostezos de brisa de primavera. Su silueta se dibujaba en las sábanas, quedando sólo su perfume en la almohada como prueba de que ella había dormido a mi lado.

“A las nueve estoy aca, con el vestido blanco a lunares rojos. No te olvides… ¡nos vamos a la luna!”, decía la nota que dejó sobre la mesita de luz.

Guardé la nota en el bolsillo del pantalón y salí raudo hacia la calle. La lista de cosas que podía comprar se hacía interminable en mi cabeza. Pero había algo que jamás podría comprar… la luna. ¿Cómo iríamos a la luna? Los cohetes se habían vuelto mucho más accesibles en los últimos años, pero mi sueldo apenas daba para irnos de vacaciones al balneario de siempre. ¿Cómo llegaríamos a la luna? ¿Cómo lograría tener un pase a la luna antes de las nueve de la noche? La luna… ¿quién había inventado a la luna? o aún más… ¿quién había dado ese primer paso hacia la luna?

Por un instante me sentí ahogado entre los autos que iban y venían enfadados y la gente que se empujaba por cruzar primero. Pero recordé la noche anterior… el gusto de aquellos labios con frambuesa continuaba adherido a mi instintos. El amor lo podía todo. El amor me había hecho sentir distinto. El amor era la fuerza absoluta e intachable que me hacía sentir que cada día era distinto. El amor lo podía todo… el amor, podría llevarme a la luna.

Volví a casa cargado de bolsas repletas de lo mismo: mis deseos de ir a la luna con ella. Cerré las cortinas y cubrí todas las bombitas de luz con telas blancas. Corrí la mesa y todos los muebles del living contra las paredes y coloqué el colchón en el centro. Cubrí el suelo con sábanas blancas y coloqué desperdigados los pétalos de las rosas blancas que compré a la pasada. Aquello, con ojos de enamorado, parecía los cráteres  misteriosos y blancos de la luna. La oscuridad se apoderaba de la casa como el universo inmenso que rodea a la luna.

Me detuve por un segundo a admirar la foto que descansaba sobre el viejo mueble de roble. Allí estábamos, ella y yo. Sonrientes y enamorados… igual a la noche anterior. El amor, había permanecido arraigado al tiempo. Entre tantas rutinas cambiantes, ya no había sentimientos que duraran en aquel caldo poco próspero para el cultivo de semillas del corazón. Era casi un milagro… pero lo era. Allí estábamos, ella y yo, iguales de enamorados que en la noche anterior.

La tarde se esfumó detrás del sol, y la noche cayó del cielo hasta dormirse sobre la ciudad. Las nueve sonaron en el reloj de la cocina. Puntual, se escuchó la llave en la cerradura.

Lo primero que ella vio al entrar fue un cartel que citaba: “BIENVENIDOS A LA LUNA”.

-Bienvenida a la luna mi amor… encontré un parador con una vista hermosa- le dije guiándola a la cama.

Sus ojos se habían empañado. El lugar parecía haber sido besado por la mismísima luna. Jamás la había visto sonreír así. Tan ella, tan dulce, tan emocionada que no cabía en ella misma. Y como enamorado reflejo, así me sentía.

Caíamos flotando sobre el colchón y los pétalos de rosas blancas saltaron lentamente por el aire lunar. Las palabras aprendidas se nos olvidaron y el único lenguaje fue el rozar de nuestras pieles y el encuentro concupiscente de nuestros labios. Lucía tan hermosa en su vestido… aquel vestido con el que la había visto por primera vez. Aquel mismo vestido que llevaba puesto el día que se tomó la foto que hacía tan sólo unos minutos me encontraba mirando.

El helado de frambuesa fue el cómplice aquella noche. La despojé de su vestido para perderme en la blancura de su cuerpo rebelde y nos fundimos en la noche lunar. Éramos una solo con la luna. Un solo corazón latiendo más enamorado que nunca. Un solo suspiro que brotaba de nuestro cuerpo y se abrazaba a las sábanas lunares. Nos perdimos en el espacio y ninguno exclamó por auxilio.

La noche se fue adentrando en la madrugada y ya no sabíamos cual era su cuerpo y cual era el mío… ni donde terminaban nuestros labios y comenzaba la luna. El sueño se hacía realidad: ella en la luna, y yo con ella.

-Gracias mi amor… gracias por traerme a la luna…- 

lunes, 8 de octubre de 2012

"Dulce perdición"


¡Qué lindo sería perderme en tus ojos!
esconderme en tus ideas
y susurrarte desde el alma
con un canto tibio y primaveral
cuanto te quiero
y cuanto te anhelo
cuando la madrugada me sabe a rosas.

Ven y perdámonos juntos
en la selva tímida de la ciudad,
¡huyamos mi adorada inspiración!
¿rutina? ¿qué es eso?
¡a tu lado la vida es un sueño
que descubro cada mañana
y que muero por besar cada segundo!

Yo, ya perdí la llave…
¿vas a perder la tuya?

lunes, 1 de octubre de 2012

"Hasta luego y hasta siempre"


¿Cómo escapar de la noche que se acerca
cuando el horizonte es quien tropieza conmigo?
Aquella ignorancia que era cómplice de la mentira
hoy se escurre hasta hacerse muerte en mi rutina,
y lo que era solución en tiempos de apatía
ahora es asesino concupiscente
con hambre y deseo de matarme en guerra.

Huyo horrorizado por una nueva tarde que comienza;
no quiero,
no puedo,
no debo,
no resisto verte tan cerca y tan lejos
hundida en tus muecas; siempre presa fácil.
Escapas sin saberlo en una temprana noche que termina;
no sabes,
no entiendes
no deberías,
no actúas tu rol de imperialista bajo tu consciencia;
me esclavizo voluntariamente entre tus ojos negros.

Hasta luego y hasta siempre