miércoles, 21 de diciembre de 2016

"Estamos llenos de búsquedas"

En la vida estamos llenos de búsquedas. Cuando somos niños, buscamos tesoros, mundos perdidos e intentamos, aunque nos dé miedo, encontrar algún fantasma. Ya cuando somos adolescentes y nos llevamos el mundo por delante, buscamos cosas a las que aferrarnos, esos pequeños símbolos a los que queremos pertenecer para sentirnos parte y seguros. Y cuando la adultez asoma, pero aún somos los suficientemente jóvenes como para ser tildados de locos inmaduros, buscamos sueños, desafíos y, alguna vez, hasta buscamos una casa propia. Luego, con el tiempo, buscaremos que nuestros hijos no se pierdan, que el trabajo nos siga haciendo felices, que el amor no muera. Y un día, miraremos para atrás y podremos ver una estantería repleta con los resultados de nuestras búsquedas. La vida, así parece, se trata de buscarse.

Y esa quizás sea la tarea más difícil de todas: buscarse a uno mismo. Es fácil que alguien nos encuentre, que quiera conocernos y, sin darse cuenta, termine enamorándose de nosotros. Sin embargo, no tiene nada de fácil el aprender a querernos. También es fácil encontrarse con viejos amigos y hacer que el tiempo que los separó no sea más que un par de charlas bajo la Luna. No obstante, escucharse a uno mismo y conocerse al punto tal de adivinar nuestros pasos sin ni siquiera pensarlos, es un ejercicio tan complejo como desesperante. ¿Fácil? Fácil es cocinarle a los demás los platos que les gustan, regalarles cosas que les quedarán bien, decirles lo que quieren o deben escuchar. Pero uno de los caminos más difíciles en esta vida es ponernos límites para que las cosas no nos hagan daño, animarnos a luchar por nuestros sueños y aprender a disfrutar de nuestros propios silencios.

Tampoco quiere decir que la vida deba ser una egoísta introspectiva. No, al contrario. Si de algo vale el querernos antes es para amar después. Y no amar por hacer feliz al otro, sino amar de tal forma que el simple hecho de amar ya nos haga felices y privilegiados. Pocos conocen lo que es amar de verdad, y quizás allí está el obstáculo: no se conocen a sí mismos, se ven en el espejo y solo encuentro defectos, se encuentran en silencio y se desesperan por llenarlo con vidas ajenas. Seamos más reduccionistas: ¿a quién va a amar la otra persona si la persona que desea ser amada ni siquiera se conoce a sí misma? Primero hay que buscarse, para que cuando uno sea encontrado y encuentre a alguien, juntos puedan emprender nuevas búsquedas, y no perderse entre lo confuso de sus almas.

Buscarse no implica conocerse de p a pa, pero sí saber que tenemos una p y un pa. Buscarse no implica no necesitar de nadie, pero sí disfrutar de cultivarse a uno mismo. Buscarse no requiere de lupas gigantes ni de telescopios bien calibrados, alcanza con cerrar los ojos, caminar un par de cuadras, pintar con las manos, bailar bajo la lluvia (o bajo un techo, pero mirando la lluvia), dejarse fluir con una canción pegadiza… No importa cómo, pero sí importa el para qué: buscarnos para vivir y no vivir buscándonos.

La experiencia dice que perderse también vale la pena. Si no nos perdiésemos, ¿cómo podríamos encontrarnos? Nunca es tarde ni temprano para empezar a buscarse. Puede tomar toda la vida. Puede tomar un par de minutos todos los días. Sea como sea, cuando te encuentres, lo sentirás en el pecho. Algo habrá cambiado. Ya no serás tú, ni quien fuiste ayer ni antes de ayer. Serás todos esos y alguien más. Alguien que se encontró a sí mismo.

Pensalo, no hay apuro. Mientras tanto, yo sigo buscando. 

domingo, 18 de diciembre de 2016

"El amor no se trata solo de amar"

–¿De qué querés hablar?
–De nosotros…
–¿Nosotros?
–Sí…
–Eso ya no existe. Bueno, si en realidad existió.
–¿Por qué decís eso?
–¿Cuántas veces te dije que me estabas dejando solo?
–Bueno, pero…
–No quiero volver sobre todo eso.
–¿Qué nos pasó?
–En realidad, nada. Vos fuiste vos y yo fui yo. Con eso alcanzó.
–Pero éramos felices…
–Sí, pero ¿y todo el resto?
–Pensé que el amor “no se trataba de eso”. Al menos eso dijiste.
–El amor no se trata de hundir con vos a la otra persona. No se trata de siempre pensar en que se va a terminar. No se trata de tener miedo, sino de soñar. Pero, sobre todo, ¿sabés qué? El amor no se trata solo de amar.
–¿Por qué no?
–Porque si solo se ama, el mundo se olvida y el corazón se cierra. Y eso no pasó. Nos ahogamos en nosotros mismos. Y, por consecuencia, nos ahogamos en la tristeza que, de una forma u otra, siempre nos rodeó.
–Es mi culpa. Lo sé.
–No, no es tu culpa. Es nuestra culpa.
–Sabías que era así…
–Y ahí está mi culpa. Me quedé donde siempre supe que iba a sufrir.
–Pero por algo lo hiciste.
–No me arrepiento, pero se trata de perspectiva.
–No entiendo.
–En aquel entonces, miraba para adelante con el alma intacta, con el corazón deseoso y con la energía y la locura que te da el enamoramiento.
–¿Y qué pasó? ¿Ya no me amás?
–A eso voy: el amor no se trata solo de amar. Te amé y fue eso lo que me mató. Me ahogó. Me ahorcó. Me sacó parte de la vida. Y eso no es justo ni para mí, ni para los demás.
–Creí que solo necesitábamos sonreír para estar bien…
–Yo también, pero me equivoqué. Un día me encontré con que por cada sonrisa, había un cajón lleno de lágrimas. Por cada paseo, había un cielo lleno de tardes encerradas por discusiones vacías y tristezas sin sentido. Por cada latido enamorado, había un manto que nos ahorcaba en nuestra soledad. Por cada beso, había una duda, una desconfianza, un miedo encaprichado.
–Quiero pensar solo en las cosas buenas.
–Me encantaría, pero eso ya no somos nosotros. Dejamos de serlo hace mucho tiempo.
–Perdón. No sé. Perdón.
–Perdoname vos por no poder seguir con esto.
–Podemos hacerlo…
–Ya no se trata de nosotros. Yo no puedo. Y tampoco quiero.
–Pero te amo…
–Y yo. Pero no se trata solo de amar. También se trata de vivir. Y eso es lo que quiero para mí. 

domingo, 11 de diciembre de 2016

"Elijo hundirme en la abstinencia"

¿Cuántas veces
te elegí sin pensarlo
te miré sin quererlo
te amé sin buscarlo?

Llevo una vida,
quizás más,
diseñando y escribiendo
todo para dos.

La foto encuadrada
siempre tuvo a alguien
que sonriese a mi lado
en un presente enamorado.

Desde mi primer recuerdo
encuentro esa semilla,
esa rojiza sensación
que siempre me envenenó.

No hubo año ni aventura
que pudiese soñar solo,
no hubo días ni soles
que no viese en compañía.

Quizás por no saber,
tal vez por miedo a la soledad,
pero por h o por b
siempre busqué un beso nuevo.

Hoy, ahora, aquí
en esta noche sin tormenta
elijo hundirme en la abstinencia
y soltarme en el viento.


Es un hasta pronto
que busco para salvarme,
es un quererme antes
que quiero para querer.

Seré silencio,
seré tiempo,
seré paz
y seré libertad.

Por un tiempo no serán dos
sino uno para uno
que buscándose a sí mismo
será dos y también cientos.

Lo único que lamento
es la consecuencia inmediata:
no más versos de amor
(hasta nuevo aviso).

sábado, 3 de diciembre de 2016

"Una sola voz, un solo silencio"

Hablémonos. Dale, hablémonos. Démonos la oportunidad de decirnos todo lo que no nos hemos dicho en los últimos meses. Está bien, nadie tiene por qué perdonar a nadie, solo se trata de hablar, de decir, de dejar que las palabras fluyan en el aire que tanto hemos callado. No importa por qué lo hicimos, de verdad, no pienses en eso. Basta, sé que lo estás haciendo.  No lo hagas. Solo somos vos y yo. El silencio, esta vez, corre por cuenta de la noche. De esta misma ciudad que tantas veces nos ha visto quedarnos sin decir nada, cuando en realidad deberíamos haberlo dicho todo. Hagámoslo. Nunca se sabe cuándo podríamos volver a tener una oportunidad como esta.

¿Quién empieza? ¿Vos? ¿Yo? Quizás deberíamos hablar a la misma vez; después de todo, siempre fuimos una sola voz. O mejor dicho, un solo silencio. Bueno, ¿y entonces? ¿Qué tenías para decirme? ¿Qué tenía para decirte…? ¡Ah, sí! Lo recuerdo. Bueno, empecemos.

Nos lastimamos. Nos olvidamos de nosotros. Dejamos que el tiempo, que los días, que el “mañana lo hago”, se impusiese como nuestro único reloj. Nos postergamos. Nos dejamos para más tarde. Dejamos de escucharnos. Porque estábamos cansados. Porque teníamos sueño. Porque teníamos hambre. Porque no teníamos ganas de pensar en “cosas serias”. Porque teníamos que dedicarle tiempo a los demás. Porque teníamos que hacer cosas para acá, pero también para allá. Pero, pero, pero. Durante los últimos meses no tuvimos más que peros. Y entre tantos peros, la vida misma se nos volvió una espera. ¿Qué esperábamos? El día en el que ya tendríamos más tiempo. Las horas en las que podríamos descansar. Los momentos que podríamos dedicarnos a nosotros. Sin embargo, hoy por hoy, cuando esos días “libres” llegaron, parecería que no tenemos nada que decirnos, nada que hacer o nada por lo que luchar.

La espera fue haciéndonos olvidar de los verdaderos motivos de tantos esfuerzos y tantos “después vemos”. ¿De qué valió todo lo que hicimos? ¿Qué queríamos en realidad? ¿Queríamos algo o actuábamos por inercia? ¿Alguna vez nos detuvimos a pensar si el camino que estábamos siguiendo en realidad era el camino que queríamos caminar? Quizás dejamos las huellas que alguien más quería que dejáramos. Tal vez, durante todo este tiempo, no hicimos más que reproducir la misma canción, una y otra vez, al punto de que la tarareábamos sin saber siquiera lo que la letra en realidad quería decir. Todo se trató de un ritmo. De una manera de fluir. De encontrar la manera más fácil de caminar… sin caminar. Porque eso fue lo que hicimos. ¿Lo ves? Caminos a ninguna parte. Y es allí donde estamos ahora.

Estoy convencido de que dimos lo mejor de nosotros. Dimos nuestra alma y todos los pensamientos que alguien puede pensar. Dimos nuestra esperanza, nuestro anhelo y nuestro profundo deseo de desear deseando nuestros deseos. Nuestros, nuestros, nuestros. Entre tantas autorreferencias, jamás nos encontramos con nosotros mismos. Ese quizás sea el problema. ¿Alguna vez nos miramos a los ojos y nos dijimos que algo de lo que estábamos haciendo lo hacíamos por nosotros? No lo recuerdo.

Basta. Estoy cansado de que me mires así. Sin hablarme. Sin decirme absolutamente nada. Sin decir lo que pensás. Sin decir lo que no pensás. Estoy cansado de que me mires sin mirarme. Me cansé de vos, de nosotros, de todo esto que creamos juntos. ¿Y sabés qué es lo peor de todo? Que es culpa mía. Yo te hice así. Yo me hice así. Y yo nos hice así.

Ambos sabemos que no hay solución. Que así como una vez supimos querernos y valorarnos, algún día volveremos a hacerlo. Sin darnos cuenta. Tal vez sin buscarlo. Sé que algún día podremos volvernos a mirarnos. Hablarnos. Sentirnos cerca. Algún día, de verdad volveremos a ser uno.

Mientras tanto, las cosas como son: yo acá, y vos allí, en el espejo, escondido en mi reflejo. 

lunes, 14 de noviembre de 2016

"Un Sol hecho moneda"

Quisiera darte una luz
una especie de Sol hecho moneda
que pudieses plantar en tu cartera
y regarlo todos los días
en el silencio de buscar las llaves
o en la ansiedad de encontrar un chicle.

Allí estaría siempre
entre colitas de pelo olvidadas
y tantos “por las dudas”,
siempre dispuesto a la sorpresa
de sacarte una sonrisa
en la coincidencia entrometida de un estornudo.

Y de repente
el mozo traerá la cuenta
y la propina no será suficiente;
“Creo que tengo alguna moneda”, dirás,
y como inmediata consecuencia
el Sol le dará vida a tus ojos.

Como una campana que suena en el camino
irá dejando huellas musicales
en lo más rutinario de tus momentos
y en lo más áspero de nuestros desencuentros:
será causa y también consecuencia
de volver a unirnos en un beso.

Quisiera darte una luz
que haga del Sol nuestra moneda. 

jueves, 29 de septiembre de 2016

"Me duele decirlo, pero no funcionamos"

–Me duele decirlo, pero no funcionamos.
–¿Qué es funcionar?
–No pelear tanto… No sé, funcionar.
–No entiendo.
–Es como si no congeniáramos, como si todo fuera áspero.
–Nuestros besos no son ásperos.
–Ya sé, pero no hablo de eso…
–Nuestros abrazos no se sienten ásperos.
–Pero es que no es po-
–Cuando te miro, no siento asperezas. En todo caso, me siento presa.
–¿De qué?
–De no querer dejar de mirarte.
–…
–…
–¿Por qué a veces nadie tiene nada para decir?
–No sé.
–¿Por qué hay tantas veces en las que todo termina en un “no sé”?
–…
–¿Qué?
–No sé.
–¿Por qué nos peleamos tanto?
–Porque no tenemos el tiempo suficiente de amarnos como para que el pelearnos parezco menos.
–¿No tendríamos que adaptarnos?
–¿Y el lunes no tendríamos que haber empezado la dieta?
–Te amo…
–Y yo te amo a vos.
–¿Y entonces?
–¿Qué?
–¿Cómo vamos a hacer para funcionar?
–¿Sonreír no es funcionar? ¿Reírse de cosas que solo nosotros entendemos no es funcionar? ¿Conocernos en el silencio de mirarnos no es funcionar? ¿Saber que amás el sambayón no es funcionar? ¿Que sepas que no suelo saber qué decir, pero que igual te amo, no es funcionar?
–Sí…
–¿Entonces?
–Pero…
–¿Por qué funcionar cuando se puede amar?
–…
–Amar es funcionar. Funcionar no tiene por qué ser amar.
–…
–¿Qué?
–No entiendo cuándo vos empezaste a tener la razón en esta relación.
–No sé, pero seguí sonriendo. Eso me funciona.


miércoles, 14 de septiembre de 2016

"¿Qué es de un cielo sin un poco de tormenta?"

Nos cae la lluvia entre las palabras que no decimos
mojando en su paz lo más rabioso del silencio
y haciendo de la tristeza una tibia poesía
que nos susurra el amor que nos negamos
cuando la rutina nos envuelve y ahoga
en lo más giratorio de su noche gris.

La foto se deshilacha en sus colores
y destila la tinta de una sonrisa que dijo “¡whisky!”,
pero el vendaval de un invierno tardío
sacude lo más hondo de nuestras diferencias
y esa misma tinta una vez triste
se vuelve luz y después vida.


Un par de nubes se miran y se enredan
y entre tantos besos de vapor
el Sol se pierde y se hace tenue horizonte;
al cabo y al fin,
¿qué es de un cielo sin un poco de tormenta?
La clave está allí: amar también es discutir.

Un día seremos acorde y luego compás
y cuando el tiempo así lo señale
estaremos resonando entre el frío de la edad
y el calor de los sueños cumplidos;
somos dos galaxias atadas a una misma luna,
somos dos rimas ensambladas en un mismo tiempo.

Yo traigo mis pasos
si vos traés las huellas. 

sábado, 9 de julio de 2016

"¿Cuándo nos volveremos a ver?"


¿Qué me queda por escribirte? ¿Qué me queda por decirte? ¿Acaso ya no lo he dicho todo? Creo que inventé las mil y un maneras de decirte las cosas que quería decirte, en los más diversos y enredados lenguajes, que se volvieron un desafío hasta para los más adictos a la semiosis ajena. No creo que ya nada pueda sorprenderte, porque no me creo capaz de volver a reinventarme en el intento de demostrarte todo lo que siento por vos. Sin embargo, este, a su manera, no es más ni menos que otro intento de ello.

Anoche, casi sin darme cuenta, me encontré sonriente mientras volvía de la oficina. El frío silencio de la noche se me pegaba a los pulmones, pero la sonrisa seguía cálidamente congelada en mis pensamientos. Allí estabas vos, con tu pelo más corto y tus uñas despintadas. Allí estabas vos, todavía cargando con el aliento de nuestro último beso. Allí estabas vos, sosteniendo el Sol entre tus manos para hacer de la cama un infierno que se vuelve nuestro más dulce hogar.

A veces nos miramos y nos preguntamos cómo y cuándo llegamos a enamorarnos tanto. Éramos dos completos desconocidos que, de repente, se conocieron; en realidad, dos conocidos que volvieron a conocerse. Estabas allí y yo más acá. Bajo una misma atmósfera, respirando el mismo viento y quejándonos de las mismas cosas, pero a kilómetros de distancia. Y no precisamente en términos de distancia física. Fuimos a destiempo. Una vez, el reloj amenazó con abrocharnos a su juego. Sin embargo, aquella fue solo una coincidencia que pasó desapercibida. No era el momento. No era el lugar. No era el tiempo exacto. Y así como esa vez no lo fue, un día, sin darnos cuenta, las redes del tiempo nos anudaron en un mismo cielo. Y fue. Y pasó. Y pasa. Y ahora, acá estamos.

¿Qué hubiera pasado si no hubiésemos coincidido en aquel había una vez? ¿Hoy estaríamos acá, así y ahora? Nuestra historia, y no es por sacar cartel, tiene una enseñanza que va mucho más allá del amor: se trata del tiempo y de la vida misma. ¿Cuántas veces nos lamentamos porque algo no llega, porque algo no nos sale o porque algo no dura el tiempo que querríamos que durara? Sin embargo, las cosas que tienen que suceder, sucederán. Las cosas que tiene que pasar, pasarán. Y las cosas que tienen que venir, vendrán. Aquel no fue nuestro tiempo. Pero este presente es más nuestro que nunca. Nunca nos habíamos sentido tan vivos, tan urgentes, tan presentes.

A veces me preguntás que por qué me extrañás tanto si acabamos de vernos. Yo te pregunto: ¿cómo no vamos a extrañarnos y a sentir que cada segundo separados son días sin vernos si, en realidad, pasamos casi cuatro años de nuestras vidas sin vernos? Claro, seguramente me vas a decir que no fueron “sin vernos” porque, en realidad, no nos habíamos visto. Pero lo cierto es que sí nos vimos, sí coincidimos en un mismo lugar y tiempo, y sí fueron años sin vernos. Porque la oportunidad se nos plantó delante de las narices, pero no supimos verla. Entonces, el reloj jamás irá con nosotros, porque nos robó un montón de días, meses y años que podrían haber sido nuestros, pero que, por un simple desliz de tiempo, no lo fueron.

Entonces, cada vez que llegue la hora de despedirnos y sintamos que comenzamos a extrañarnos, la pregunta no tiene que ser por qué nos extrañamos tanto, sino: ¿cuándo nos volveremos a ver?

jueves, 30 de junio de 2016

"¡Destino!"

Una vez la vida te llevó a un lugar en el que aprendiste un montón de cosas. Te animaste, te dejaste enamorar y enamoraste, te tiraste al vacío de brazos abiertos y de ojos cerrados, con el único propósito de sentirte viva por al menos una vez en la vida, con la aterradora sensación de sentir que en una persona podrían estar tus últimas esperanzas de latir latiendo. Hoy, en retrospectiva, agradezco a esa persona por existir. Por haber amortiguado tu caída. Por haber estado allí y por haberte sacado tantas sonrisas… y también le agradezco alguna que otra lágrima, pero no todas.

En mi camino también hubo varios vaivenes. Recuerdo una vez en la que creí haberme enamorado… pero no. Lo intenté todo. Hacía tanto tiempo que no me sentía vivo... A mí alrededor todo se hundía. Quería sentir esa calidez que te da un beso bien besado. Recuerdo haber escrito algo así como “no tienes idea de cuánto me gustaría estar enamorado de ti… pero no puedo”. Eso, a diferencia de tu elección, fue un error. Porque me intenté obligar a hacer algo que es imposible imponer: amar. Luego estuve solo. Pensando. Reflexionando. Temiendo volver a lastimar. Temiendo volver a engañarme. Y un día, sin darme cuenta, me encontré enamorándome. Y espero que vos le agradezcas a ella por haber sido como fue conmigo. Porque me enseñó, me cuidó, me acompañó, me curó y me dio toda su luz. Aquel cielo nunca se apagó… pero dejó de ser nuestro. Y volví a encontrarme solo. Y todos esos días y esas noches, pasando por aquel primer amor de la adolescencia, valieron la vida y jamás la pena. Porque esos pasos me llevaron hasta vos. Y nos trajeron hasta acá.

¿Te acordás de las primeras veces en las que hablábamos? Vos eras un candado y yo intentaba sacarte palabras con una ramita. Siempre fui un convencido de que para construir hay que conocer y saber y entender. Y por eso siempre insistí y perseveré para conocer tu historia. Esa historia que te había llevado hasta mí. Ese tiempo que, de una manera u otra, concluyó en nuestro presente. Y ahora, sin planearlo ni preparar el terreno, no me dan las manos para contar los días en los que nos encontramos charlando con el corazón desnudo y las ganas de responder intactas. Confiaste en mí para amarte, para cuidarte, para soñar… pero también confiaste en mí para decir, para confesar y para curar.

Agradezco al tiempo, al cielo, a los dioses, a las deidades y a la vida misma por haber hecho todo lo que hizo. En vos. En mí. En nosotros. No sé si alguien lo tenía planeado o si fue una simple casualidad que se volvió una hermosa coincidencia. No sé. Pero sí sé que acá me quedo.

En vos encontré mi destino, que no es más que mi futuro. 

jueves, 23 de junio de 2016

"Desde la distancia del tiempo y lo distante del silencio"

Hoy te quiero hablar a vos. Desde la distancia del tiempo y lo distante del silencio. Ya ni me acuerdo de cómo sonaba tu voz cuando me mirabas, ni de cómo brillaba tu sonrisa cuando me escuchabas. Te fuiste volviendo una idea vaga, un perfume desteñido, una oración incompleta. Apenas te recuerdo. Apenas nos recuerdo.

Sé que no tengo por qué justificarme, y también sé que no tengo ninguna intención al hacerlo, pero quiero hacerlo. Por mí. Quizás también por vos. Por lo poco que queda vivo de vos en mi memoria; un par de recuerdos sueltos que no quiero que mueran en vano. Porque lo que fue, fue una vez un presente bien ensamblado. Y no quiero olvidar lo que una vez me hizo feliz, lo que no quiere decir que desee volver a vivirlo. Al contrario, deseo recordarlo para poder guardarlo de la forma que merece ser guardado: como un amor que fue, que nos envolvió y que, mientras latió, fue solo nuestro.

Te di todo, incluso más de lo que podía. Te di mis sueños, te di mi presente [ahora pasado], te di mis huellas y también mis pasos. Te di mil versos y mil miradas. Te di soluciones, problemas, disgustos y recompensas. Te di todo el tiempo que tenía y nos inventé el que no tenía. Te di soles y también castillos. Te di cosas de las que ya ni me acuerdo. Te di mi aliento, mi perseverancia y mis ganas de que algo valiese la vida y la pena. Te di mi vida, y no me arrepiento.

Pero también sé que hubo muchas cosas que no pude darte. No te di las discusiones suficientes. No te di el espacio que hubiese hecho que todo se mantuviese “sano”. No te di razones para cuestionarme. No te di motivos para mentirme ni para que te enojaras. No te di guerras ni piedras en el zapato. No te di tormentas ni tardes sin Sol. No te di silencios, contratiempos ni lágrimas con sal. No te di ganas de matarme ni deseos de un “no me hables más”. No te di vaivenes ni puertas sin abrir. No te di hojas sin darte suficiente tinta. No te di la oportunidad de que pelearas por mí, y no me arrepiento.

No extraño ni tus abrazos, ni tus cantos, pero sí me gustaría saber que estás bien. Que algo dejé en tu vida. Que algo te enseñé. Que algo te ayudé. Que algo cambié. Que no seré para siempre un bloqueado, un olvidado, un silenciado. Quisiera creer que ambos sanamos y que ambos seguimos adelante. Pero desde la soledad del destierro, algo me dice que tu herida aún arde. Y está bien, no pretendo que no arda, pero que al menos te des la oportunidad de que tome aire y dejes volar todo lo ponzoñoso. Por vos. Y por un recuerdo que, creo, merece vivir en alguna parte que no sea el oscuro olvido. Porque no me arrepiento ni extraño, pero tampoco reniego ni olvido.

A veces, la mejor forma de cerrar una puerta es dejándola abierta para que el viento la empuje. 

sábado, 18 de junio de 2016

"Estás demasiado ocupada"

¿Que si te quiero? En realidad, te amo. Pero creo que estás tan ocupada, que no tenés tiempo para notarlo. Me gustaría que se tratara de relojes y rutinas, pero no tiene que ver con eso. Estás demasiado ocupada buscando tus errores, donde solo veo aciertos. Estás demasiado ocupada señalando tus defectos, donde solo encuentro virtudes. Estás demasiado ocupada emparchando silencios, donde solo escucho latidos. Estás demasiado ocupada pensando en el futuro, donde solo quiero un presente eterno. Estás demasiado ocupada haciendo lugar, donde solo quiero que estemos solos. Estás demasiado ocupada midiendo tu cintura, donde solo siento calidez. Estás demasiado ocupada en que todo sea perfecto, donde solo anhelo pelear para después reconciliarnos. Estás demasiado ocupada fotografiándolo todo, donde solo apunto lo estrictamente necesario para recordar ese momento. Estás demasiado ocupada pronosticando la lluvia, donde solo deseo que salga el Sol para envolvernos en su humedad. Estás demasiado ocupada quejándote por lo que te falta, donde solo encuentro oportunidades de construir juntos. Estás demasiado ocupada arreglando la cama, donde solo espero que las sábanas sean una excusa. Estás demasiado ocupada en pensar que voy a irme, donde solo me gustaría quedarme a vivir para siempre. Estás demasiado ocupada en tus ideas... y al final, me quedo solo.

jueves, 2 de junio de 2016

"¿Y si el Sol se apaga?"

El tiempo girará sobre nosotros
como un doble filo silencioso;
dirá todas sus verdades en un canto
tan hondo y tan fugaz
que aún entre la vejez de nuestros ojos
nos miraremos al ritmo eterno
de nuestro amor joven e inmaduro.

Las madrugadas discutidas
se acumularán en nuestro desván
como una tormenta sin reloj
a la que de cuando en vez
iremos a mojarnos las ideas y los labios;
la humedad guardará el dolor,
ese que ya se habrá hecho moraleja.

El destino quizás nunca haya existido,
y sabemos que todo comenzó como un pecado,
así que tal vez ni Dios nos haya bendecido,
pero cuando las patitas giren entre nuestros pies
y el sueño se haya hecho tan real que queme,
sabremos que la decisión una vez “equivocada”
no fue más que una excusa para al fin unirnos.

En el camino habrá soluciones imperfectas
que buscarán soplarnos lejos,
allí donde viven el desamor y la apatía,
pero siempre habrá un algo entre nosotros
que nacerá desde una razón tan simple
que pocos entienden o no quieren entender:
tu vida y mi vida nunca habían sido vida hasta hoy.

La promesa valdrá poco y tal vez nada
cuando entre tantas fotos añejas
nos encontremos bajo una siesta de primavera
que nos recuerde lo mucho que arde el amor
desde aquel primer beso de dudas y temblores
que nos habrá llevado hasta aquel allí
sin preguntarlos dos veces, sin buscarle solución.


–¿Y si el Sol se apaga?
–No creo que puedas apagarte.
–¿Y si el Sol de verdad se apaga?
–Nuestro silencio lo hará volver a arder. 

martes, 31 de mayo de 2016

"Te mentí"

Te mentí,
todo este tiempo
no hice más que mentirte
y atraparte en mis mentiras;
esas que tanto nos repetimos
y a las que tanto nos abrazamos.
Te mentí.

Te mentí,
sabiendo que me creerías
y no preguntarías ni un por qué,
queriendo que me creyeras
y no cuestionaras ningún cómo
ni un cuándo, ni un dónde.
Te mentí.

Te mentí
declarándote mi amor
y pintando un cielo siempre nuestro;
allí no había más que dulces mentiras
que nos ahogaron en sus besos
y nos envolvieron el alma.
Te mentí.

Te mentí
cada vez que dije un “te amo”
y cada vez que susurré un “te adoro”
y cada vez que te miré enamorado
y cada vez que besé de ojos cerrados
y cada vez que te escribí sin tinta.
Te mentí.

Te mentí
cuando te declaré mi amor eterno
y juré jamás abandonarte;
solo fue un fugaz engaño
que nos bañó bajo el frío de diciembre
y nos raptó hasta un mayo tardío.
Te mentí.

Te mentí
cuando entre suspiro y suspiro
te mencionaba que eras la mujer de mi vida
y que la vida no era vida sin tu vida en la mía,
y que la vida no era vida sin tu vida siendo la mía,
y que la vida no era vida sin mi vida siendo tu vida.
Te mentí.

Te mentí,
y al decirte que estos versos fueron todas mentiras
es la primera vez que te digo la verdad. 

jueves, 12 de mayo de 2016

"Amor acústico"

Un día te estrujarán el corazón
y de él saldrán los más hondos cantos;
oscuros, pestilentes, desafortunados,
todos te dirán sus dulces mentiras
hasta volverse un dolor tan áspero
que solo el tiempo podrá curarte
y cuando la sanación parezca vivir
volverás a ahogarte en tus recuerdos
y las lágrimas volverán a salir.


Un día te recordarán que estás muerto
y que siempre lo estuviste
y que aún cuando creías que vivías
eras simplemente un muerto en vida
que “vivía” bajo un Sol apenas tibio
que sin causas ni moralejas
se encargó de darle vida a la muerte
en una fugaz mentira, en un eterno secreto
que una noche se hará epifanía y luego paz.

Un día te darás cuenta de todo
y te encargarás de contárselo a todos
serás esa voz sin espinas ni rumbos
que por primera vez en el oscuro tiempo
dirá tantas verdades en un mismo cielo
que la tormenta aunque mortal
será la más dulce de todas las salvaciones;
tu verdad será veneno a la vista
y el más profundo alivio al beso.

Un día te arrepentirás de tu pasado
y renegarás de la mayoría de tu presente,
pero llegará la noche
y ese día se habrá ido
y allí, sola en la humedad del viento
sabrás que todo siempre ha valido la vida
y jamás la pena
porque en cada gota de aire sureño
gritará fuerte nuestro amor acústico. 

martes, 10 de mayo de 2016

"Para siempre"

Una lágrima se desliza hasta el tintero
allí donde todo comienza y termina,
como una charla de sal
a la que todos acusan de pretenciosa
y nosotros tildamos de salvación;
son esas palabras venenosas
las mismas que nos curan sin preguntar.

Aquel recuerdo que una vez fue presente
nos abraza desde su típica nostalgia,
cuando tu huella era mi ruta
y mis sueños tus sueños soñados para mí
en un futuro siempre, siempre nuevo;
hoy asomo a la sombra de tu cuarto vacío
y me pregunto quién soñará por los dos.

Siempre supe que un “para siempre”
no sería para siempre ni para todos,
pero algo en mí siempre creyó
que siempre habría un viento errante
que con sus susurros siempre vivos
haría de un presente un “para siempre”
siempre nuestro, siempre sin tiempo.

Hubo una vez entre nosotros
en la que el silencio sonó tan fuerte
que el cielo pareció volverse Sol
y el Sol amenazó con hacerse agua,
desde aquel día y después noche
no hubo una sola vez
en la que no creyese en nuestra magia.

Me voy quedando sin tinta
y las lágrimas comienzan a teñir
eso que ahora deberíamos llamarle “lagrimero”. 

domingo, 1 de mayo de 2016

"Carta para mí mismo"

Montevideo, 1° de mayo de 2016

Querido yo,

lamento no comenzar estar carta preguntándote “¿cómo estás”; de hacerlo, sería muy hipócrita de mi parte esperar un “bien, bien” o un “acá andamos”. Y desde mi mayor necesidad, eso sería lo único que quisiera escuchar como respuesta, si obviamos los “muy bien” o frases como “en la mejor etapa de mi vida”. Ambos sabemos que ninguno de los dos contestaría, hoy por hoy, algo así. Así que, mejor, nos ahorramos la pregunta inicial.

Pasó otro año. Quiero creer que no fue un año menos, ni un año más. Algo en mí quiere sentir que fue un año que dejó tanto y tan poco que vale la pena repasarlo en un par de renglones vagos. Así que, al ritmo de canciones angustiantes, aquí vengo a decirte un montón de verdades y, como solo vos y yo podríamos saberlo, un montón de mentiras bien vestidas. Igualmente, no te asustes; ¿cómo podrías asustarte de vos mismo? Quizás ese sea el problema, a veces nos tenemos demasiado miedo como para mirarnos a la cara y decirnos todo lo que pensamos y sentimos, y nos condenamos a un eterno y agobiante silencio. Pero hoy no será una de esas tantas veces en las que nos hablamos de labios sellados.

¿Qué te pasó? No sos el mismo que hace un año atrás. Estás diferente e hiciste que las cosas sean hoy diferentes. ¿Jamás te preguntaste por qué lo hiciste? ¿Qué te llevó a romper con todo lo que tenías armado? Estábamos tan cómodos parados sobre un mapa que no tenía zonas oscuras; los caminos estaban allí, iluminados y prontos para ser caminados. Sin embargo, poco te importó. ¿Por qué? ¿Acaso fue precisamente esa la razón? Ambos sabemos que nunca nos gustaron las cosas fáciles, y que siempre soñamos con encontrar “nuestro caso más difícil”. Tal vez sea eso; sin darnos cuenta, nos encontramos llanos, demasiado expuestos, demasiado iluminados, demasiado calmos. ¿Y qué es de la vida sin un poco de tormenta?

Una vez nos dijeron que el corazón de un escritor necesita de dos cosas: una hoja en la que pensar y un amor que no lo deje pensar. Así que nada tiene que ver esa falsa teoría de que los escritores tienen que vivir reenamorándose para poder vivir y existir como tales. De un momento a otro nos dimos cuenta de lo que nos estaba pasando. Un día empezamos a tener demasiado tiempo para pensar y muchas hojas que llenar. Comenzamos a dar vueltas una y otra vez sobre lo mismo. Y aunque de tanto girar creímos sentirnos mareados, ese vahído no fue más que la fase inicial de la sobriedad emocional. Después vino la apatía. Después el miedo, que trajo consigo a la amarga desazón. Y finalmente, el fin. Y después de tanto pensar, todo lo que conocíamos cayó por el peso de nuestras propias palabras afiladas.

No fue desamor ni falta de primaveras. Fue eso: estancamiento, un coma bañado en miel, un constante palabrerío enrutinado, una marea siempre en calma, un horizonte demasiado recto, una novela a la que le faltó un villano, un beso al que le faltaron un par de vueltas, una canción que sonó sobre sí misma una y otra vez, hasta repetir sus versos bajo la inconsciencia de caminar de ojos siempre abiertos.

Eso fue lo que pasó. Pero hablemos ahora de lo que es. De lo que somos hoy por hoy. De todo lo que pasó después del fin. Sabías que necesitabas un cambio. Y siempre fuiste de esos a los que les gustó aprender de lo hecho. Y aunque jamás quisiste sentir lo vivido como un error, sabías –y por lo tanto, yo también lo sabía– que de ahí en adelante, las cosas deberían de ser diferentes. “Diferente, diferente, diferente”, parecía que lo repetíamos entre los labios. Y como siempre fuimos un poco extremistas para algunas cosas, este caso no fue la excepción.

Habiendo tantas personas sobre la faz de la Tierra, elegiste, y elegimos, a la persona más diferente que podríamos haber encontrado jamás. En realidad, esa oración arrastra un error semántico; no elegimos, nos encontramos, nos topamos, nos enfrentamos a alguien en un “aquí y ahora” que primero fue coincidencia, y después se volvió una escala permanente.

Existiendo tantas palabras en el mundo, elegimos a la persona que menos gusta de posar los verbos en sus labios. Sonando tantas cosas en el aire de la ciudad, elegimos a la persona que más disfruta de hundirse en su propio silencio. Habiendo tantos recuerdos en el universo, elegimos a la persona que con más recelo guarda su pasado y sus sentimientos. Enfriándose tanto hielo en el mundo, elegimos a la persona más piedra que podía haberse metido en nuestros zapatos. Y trazados tantos caminos fáciles y llenos de luz, elegimos ir a morir en la tormenta más furiosa y desestabilizadora de todas las tempestades. Y habiendo elegido todo eso, hoy podemos decir que fue lo mejor que pudimos haber elegido.

Nos enamoramos. Los tres: vos, ella y yo; vos y ella; ella y yo. Nadie lo quería. Ni vos, ni ella, ni yo. Pero se ve que en el fondo, todos lo queríamos. Pasó. Pasó y pasa. El silencio se volvió música entre nuestras lágrimas escondidas. Las palabras se hicieron innecesarias entre nuestros labios encendidos. El frío se hizo más frío y nos congeló en un abrazo que nos hizo sentir, por primera vez en mucho tiempo, que habíamos encontrado nuestro lugar. Y así, el fin se encontró con un nuevo comienzo… que recién empieza.

Pero en este año pasaron otro montón de cosas que no podemos ni debemos obviar. Cosas de las que hay que hablar. Cosas de las que tenemos que hablar, porque vos y yo sabemos que son temas que nos han robado decenas de noches, arrebatándonos el sueño y por momentos la esperanza.

En un mismo año, ganamos y perdimos la guerra. No nuestra guerra, pero sí nuestra guerra. Recuerdo cómo el mundo colapsaba ante tus ojos y tus manos no alcanzaban a juntar los escombros. Todo se vino abajo: hasta el Sol se llamó a silencio. De un día para el otro, la ¿luz? del miedo volvió a encenderse. La desesperanza volvió a cubrirnos. Y el asecho de la muerte volvió a respirar sobre nuestras huellas. La noche nos encontró desprevenidos, como la irrupción de un relámpago venenoso que en el medio de la noche hace romper en llanto al bebé recién dormido. Y como nadie lo esperaba, nadie supo qué hacer, nadie supo qué decir, nadie supo para dónde ir.

El cáncer había vuelto. La batalla volvió a encenderse sobre los restos aún tibios de una guerra dura y sangrienta. Al principio, las piernas nos temblaron y el corazón se nos detuvo. La angustia nos dejó perplejos frente a lo que sabíamos que comenzaba. De repente, nos encontramos solos a los pies de un camino empinado y venenoso.

Hasta que hubo un día en el que nos pusimos firmes, y tanto vos como yo comprendimos que si había que volver al frente de batalla, volveríamos con la esperanza intacta y con el doble de energía y el triple de determinación. Y así, tomaste la mano de tu madre, la miraste a los ojos y le dijiste lo único que podías decirle: “No estás sola”.

Pero antes de esa batalla familiar, te enfrentaste a otro reto: empezaste a trabajar. Te enfrentaste solo a otra guerra: el mundo real. Y allí te diste cuenta de que no estabas preparado. Que las alas que te habían ayudado a armar no servían de nada frente a los albores de una noticia de último momento. Y te cuestionaste tu vida, tus decisiones y los caminos tomados. Por un instante eterno, sentiste que nada tenía sentido y que querías volver a ser ese niño que una vez había soñado con ser médico y curar a la gente de sus males. Y se te olvidaron las palabras aprendidas y los conceptos aprehendidos.

El tiempo se volvió insuficiente en todos lo sentidos de la insuficiencia. Las horas no alcanzaron ni alcanzan para que el alma logre llenarse con el amor y los abrazos. Nunca es suficiente. Ni con ella. Ni con ellos. Ni con los otros ellos. Y no se trata de insaciabilidad; no, se trata de insuficiencia. No alcanza. No basta. No es justo. Y así vamos: navegando entre lo áspero del no poder y lo apasionante del hacer lo que se quiere (aún cuando está lejos de ser realmente lo que queremos hacer).

Seguramente pasaron muchas otras cosas, pero ahora, como ya te dejé en claro, no tengo tiempo para seguir viajando por entre el último año que pasó en nuestra vida. Me reconforta saber que vos seguís ahí y que yo sigo acá. Quizás de maneras distintas, sí. Pero estamos. Y es eso, al fin y al cabo, lo único que me importa. Que siempre podamos escucharnos.

Quisiera darte un consejo para el futuro, para que de aquí a un año tengas más suerte o menos dificultades. No sé si mañana nos servirá de mucho, pero es lo que nos ha venido salvando en las últimas semanas. Vos sabés bien, y por lo tanto yo también, que siempre nos preocupamos por hacer las cosas bien, por hacer todo lo que había que hacer para que todo estuviese en el mejor de los lugares posibles. Seguimos siempre todos los manuales para que todo fuese perfecto. Y nos creamos nuestra propia idea estructurada de lo que era perfecto para nosotros y para los demás. Nos encerramos a nosotros mismos en un mundo que solo se dedicó a ahogarnos y a arrebatarnos los sueños de hacer algo distinto. Hasta que logramos abrir la ventana y dejar que lo diferente se apodarse de nuestra vida y nuestro escritorio.

Así que, mi querido amigo mío, valga la redundancia, he aquí mi consejo para nosotros que siempre andamos por el mismo camino: dejemos de preocuparnos por hacer las cosas bien, y simplemente hagámoslas. Que las cosas sean. Que las cosas pasen. Que se den como se tengan que dar. Pero no hagamos nada que no nos haga felices al momento. No hagamos nada que no nos robe una sonrisa, aunque antes hayan tenido que figurar un par de lágrimas. No sigamos ningún plan, ni escuchemos los “deber ser”. Simplemente, hagamos. Mientras no lastimemos a más nadie, hagamos las cosas como se nos dé la gana. Hagamos, hagamos, hagamos. Hagámonos felices y hagamos felices a quienes nos hacen felices, siempre bajo la premisa de dar felicidad desde nuestra felicidad y no desde un compromiso.

Me voy, que para vos es lo mismo que la nada, porque en caso de que pudiésemos separarnos, siempre volveríamos a encontrarnos. En fin, te deseo un montón de cosas buenas y, claro está, la presencia de alguna que otra tormenta, que te haga salir a tomar aire y a mojarte las ideas.

Te mando un abrazo de esos que te gustan.

Con cariño,

yo

P.D.: [no lo leas hasta el día que debas leerlo] ¡Feliz cumpleaños! 

jueves, 21 de abril de 2016

"Una vez te pedí"

Una vez te pedí
que me cantaras algo nuevo,
que unieras un par de versos amarillos
a lo más rocoso de tu alma
y que sin darnos cuenta
nos encontráramos cantando
al ritmo de un viento nuevo;
una tormenta hecha de los dos.
 
Una vez te pedí
que me dieras una oportunidad,
que arriesgaras todo lo que tenías
por un futuro opuesto a tu presente
con días teñidos de sol
con noches que se ahogan entre suspiros,
y en un tardío San Valentín
nos encontramos amándonos sin cura.

Una vez te pedí
que me abrieras tu alma de par en par,
que en una lágrima desteñida
me contaras el por qué y los cómo
de tantas sonrisas tristes
de tantas miradas ásperas,
y aunque el dolor dolió doliendo
las palabras sanaron en un solo abrazo.

Una vez te pedí
que no olvidaras tus latidos pasados,
que desde nuestros amores vencidos
diéramos prado y circunstancia
a un amor como no lo conocíamos;
un amor que discute por la cena
y que hace el amor a la hora de cenar
y de desayunar, de almorzar, de merendar...

Una vez te pedí
que el tiempo no existiera entre nosotros,
que me quisieras sin querer entenderlo,
que nunca me preguntaras si extraño,
que me dijeras a dónde querías volar,
que me amaras por lo idiota de mis sonrisas,
que me dieras una lágrima de esas que no te gustan,
que te quedaras cinco minutos más...

Y te quedaste,
y ahora estamos acá. 

sábado, 2 de abril de 2016

"Si preguntan, yo no lo pensé"

¿Nunca te has sentido amado y odiado a la misma vez? ¿Nunca has pensando que así como sientes que le encantas a alguien, esa misma persona no sabe cómo decirte que la dejes en paz? ¿Nunca te has cuestionado si detrás de tantos “te quiero” no se esconden un centenar de “necesito aire”? ¿Nunca has querido que el fuego te entibie el alma y que al mismo tiempo haga arder tus pensamientos?

Una sonrisa puede derramar amor. Y esa misma sonrisa puede querer disimular tanto desinterés. ¿Acaso no puede el amor conducir irremediablemente al cansancio, a la desdicha, a la ausencia total de amor? Al fin y al cabo, ¿quién sabe lo que es el amor? ¿Quién podría decir en una sola palabra lo que en realidad es el amor? ¿Fuego? ¿Amistad? ¿Luz? ¿Vida? ¿Amor? ¿Acaso el amor es amor? Nadie lo sabe a ciencia cierta. Y quizás nunca nadie lo sepa. Porque ese no es el punto. Ninguno de estos cuestionamientos tiene que ver con el amor. El amor no se pregunta. El amor no se cuestiona. Al amor no se lo interroga.

Pero si nadie sabe lo que es el amor, ¿cuándo saber qué no debe interrogarse o cuestionarse? ¿Cómo saber a qué no hacerle preguntas y a qué sí? Tampoco se trata de ir por la vida sin reflexionar ni por un segundo. No hay término medio. ¿O sí lo hoy? Alguien podría decir que sí, pero tampoco valdría de algo su opinión. Así como de nada sirve comer una mandarina y lavarse las manos una y otra vez.

Estas líneas perdieron el sentido, el camino, el rumbo. Y hace rato que el faro explotó en el borboteo de sus propias ideas. Hasta el silencio suena desesperado por un poco de silencio. Incluso el dolor desearía volver a sentir que alguien lo lastima. Todo para poder sentirse vivo. Para poder sentir que, por un instante, el alma simplemente es alma y no una bolsa de dudas poco razonables y difíciles de digerir.

Desearía que todo fuese real. Que no se tratara de una simple espera que en realidad nada espera. Porque nada vendrá. Porque nada viene en camino. Y porque nada, absolutamente nada desea ser lo suficientemente genuino como para amarrarse a este camino maltrecho. Jamás nadie lo aceptará. Nunca nadie tendrá el coraje de hacer frente a semejantes heridas. Y no creo que alguien alguna vez vaya a querer escribir sobre estas líneas lo que nadie ha escrito hasta hoy.

Me pregunto si alguien alguna vez tendrá el valor de conquistarme con sus preguntas. ¿Puede una larga lista de cuestiones coquetear y amenazar con una noche pecaminosa? Quiero creer que sí. Quiero creer que afuera existe un sentido de la oportunidad tan apetitoso que de solo verlo haga sentir que el anhelo es hasta la muerte. Porque, si no se trata de vivir o morir, no sé de qué se trata la vida. Ni de qué se trata el amor, si no se trata de amar o morir.

¿Nunca has sentido que, en realidad, no le importas a quien dice que sí le importas? Quizás no valga la pena luchar, y sea momento de cerrar puertas y ventanas e irse por el mismo camino que te dio la bienvenida. O tal vez sea momento de dar muerte a tantas cuestiones y simplemente dejarse flotar entre lo que podrían ser un puñado de mentiras ajenas o un colchón de sentimientos puros e interesados, en el mejor sentido de la palabra.


¿Quién sabe? Espero que alguien lo sepa. O, al menos, desearía tener la certeza de que, al igual que yo, nadie lo sabe. 

jueves, 17 de marzo de 2016

"Hoy me levanté"

Hoy me levanté con ganas de estar triste
de ahogarme entre mis propias lágrimas
y de echarme la culpa por tantos males
y por tantas horas que no se volvieron días.

Hoy me levanté con ganas de morir
con el deseo ferviente de jamás haber nacido
y de haber sido siempre un hilo de mortaja
y un bostezo de luna al dar comienzo la batalla.

Hoy me levanté con ganas de recordar
lo más nostálgico y anhelante de un ayer hiriente
que todavía arde en su llano olvido
que aún desgarra mi voz en su lento crepitar.

Hoy me levanté con ganas de asesinar
de arrebatarles el aliento y los sueños a los niños
y de que los ya muertos vuelvan a morir en su muerte
y de que el dolor ataque a los ya lastimados.

Hoy me levanté con ganas de enojarme
en un cólera tan hediondo y áspero
que su simple abrazo sea causa y consecuencia
de guerras y exilios y entierros baratos.

Hoy me levanté con ganas de odiar
de querer ver sufrir a quienes se lo han ganado
y con el deseo indecoroso de celebrar sepulturas ajenas
cuando el viento se cante a sí mismo su victoria.

Hoy me levanté con el pie izquierdo
pero recordé tu sonrisa sonriendo en tu rostro
y al no poder evitar sonreír en mi sonrisa
decidí abrazarte y dormir cinco minutos más.
 

miércoles, 9 de marzo de 2016

"Recuerdos de tinta"

Recuerdo que una vez
un tintero estuvo lleno
de ideas, de sueños, de ganas,
y la tinta desbordaba desde el fondo
con el aliento fresco
y el amor como su única pluma fértil.

Recuerdo cómo a veces
la tinta bailaba en su propia ceguera
al ritmo giratorio de su inmadurez,
y así pintaba versos flacos
que hablaban de mundos enamorados
y escondían burbujas egoístas.

Recuerdo días secos;
las hojas rechazaban al petróleo
que poniendo los vientos a su favor
intentaba remachar con un par de vocales
lo que solo podía curar una honda discusión;
pero nadie quiso diagnosticarlo así.

Recuerdo la falta de inspiración
y la sensación de soledad inmediata
abrazada a la hiriente angustia
que venía a azotarme todas las madrugadas;
allí cuando el silencio de la noche
se volvía una guerra de tinta contra mí mismo.

Recuerdo que una vez
un llanto se escuchó desde el tintero;
la tinta estaba desnuda y envejecida,
y ahogada entre sus propias lágrimas
susurró lo último que pudo ensamblar:
“Me olvidé lo que te iba a decir”.