Contra todas las reglas y
contra todos los consejos, acá estoy otra vez: escribiéndote. ¿Querés enojarte?
Enojate. ¿Querés no hablarme nunca más? No me hables nunca más –tal como lo
hacés ahora–. ¿Querés borrarme de tus recuerdos? Borrá hasta el día en el que
nos conocimos –si todavía no lo hiciste–. Como sea, acá estoy otra vez:
escribiéndonos.
Quizás tengas un poco de
razón: tal vez no me tomé nunca el tiempo de dedicarnos un par de líneas que
hablaran sobre el lado de nuestra historia que no quedó bajo las sombras. Sobre
esos días en los que sí salió húmedo el Sol y en los que sí nos reímos de cosas
por las que teníamos razones para llorar. Sobre las tardes de siestas con reloj
que después se volvían madrugadas de amores incansables. Sobre ese lenguaje tan
nuestro que nos encontró pronunciando al día muchas más “ch” de las que la
gente suele decir. Sobre todo lo que nos decíamos mientras nos mirábamos en el
silencio de un beso que sería –al fin– reconciliación. Sobre las tormentas a
las que sí sobrevivimos y sobre las peleas sobre las que sí aprendimos. Sobre
el amor que no se ahogó.
Qué ironía: pensar que
tantas veces hablamos sobre no mirar
atrás con enojo… ¿y ahora? No creo que nuestros “yo” de antes estén muy
orgullosos de lo que somos ahora. Como sea, basta de reproches, ¿no? Basta de
llevar la rigurosa lista con lo que el otro hizo mal. Basta con siempre tener
una respuesta que redoble lo mal que estuvo el otro. Basta de empecinarnos en
empañar lo que fuimos, haciendo que solo lo malo quede en el portarretratos del
tiempo. Basta de tantas canciones y de tantas flores del mal. Basta evitarnos
en la calle y de rezarle al cielo para que no nos encuentre bajo la misma
lluvia. Basta de mirar para otro lado. Basta de hacer de cuenta que no pasó nada.
Basta de vivir por fuera de la vida del otro.
Te quiero. Te quiero mucho.
Tal vez todavía te amo, quién sabe: yo no lo sé, pero sí sé que me gustaría
saberlo. Me encantaría que me quieras, amaría que me quisieras la mitad de lo
que te quiero. Me encantaría que habláramos, que nos tomáramos un café, que
comiéramos un par de aceitunas, que miráramos un par de películas o unos
cuantos episodios, que discutiéramos sin sentido, que tomáramos un par de
fotografías y luego compitiéramos por cuál es la mejor. Me encantaría que
pudiéramos mirarnos a los ojos y decirnos todo lo que no nos hemos dicho. Y
sentir todo lo que no hemos podido sentir.
Quisiera que por al menos
una noche, de repente, sin darme cuenta, pueda sentir que ya casi es lo
suficientemente tarde como para empezar a ponerme nervioso.