Jamás dejes de hacer lo que
te hace feliz. No permitas que nunca nadie te arrebate aquello que hace que tu
corazón se estremezca y quiera salirse de tu pecho. Jamás, pero jamás te
entregues de tal forma que la vida se te pase en un par de vueltas de reloj. Y
aunque sé que tal vez sea mucho pedir, debo pedirte, por favor, que a pesar de
lo más áspero y engreído que pueda ser el invierno, no dejes de salir a la
vida: aunque tengas que ponerte una bufanda, la vida valdrá la pena si la
vives.
Hagamos que dure. Hagamos
que valga la vida. Hagamos que siempre haya una sonrisa –o que pesen mucho
menos las tristezas–. Hagamos que el Sol nos moje las ideas y que la lluvia nos
entibie el alma. Hagamos que la tinta haga volar por el mundo nuestros sueños y
los sueños de los ajenos. Hagamos que las cuerdas vibren tan hondo que hasta
los muertos quieran levantarse y bailar. Hagamos que el amor se enamore tanto que
no quepa en sí mismo y decida salir a contagiarles a los mortales su rojiza
alergia. Hagamos que las palabras se vuelvan hechos y que los hechos se
transformen en nuevos horizontes. Hagamos que un jazmín emerja en julio y que
los regalos no sean solo en diciembre. Hagamos que el aire nos abrace hasta
arrullarnos en lo más dulce de la existencia: hagamos que respirar nos haga
felices.
Dejemos de pensarlo y vamos.
Vamos a saltar. Vamos a correr. Vamos a dejarnos caer. Vamos a escapar. Vamos a
huir. Vamos a gritar. Vamos a decir la verdad. Vamos a cantar. Vamos a comernos
el tiempo. Vamos a decir que sí. Vamos a volar. Vamos a escribir y a borrar con
el codo. Vamos a amar y a llorar. Vamos a encender todas las luces y a apagar
la noche. Vamos a pedalear la tarde y a girar sobre las nubes de la mañana. Vamos.
Vamos. Vamos. Dejemos de pensarlo y vamos.
Ya
ni me acuerdo qué te iba a decir, pero dame la mano y sigamos sonriendo.
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