¿Cómo decirle que no a la rutina que impone el tiempo? Incluso cuando
esa rutina está hecha de amor y otras deidades; ¿cómo negarse a semejante
espectáculo? La escapatoria está, claro que está; pero no luce como una opción,
sino más bien como un camino cuesta arriba, arriesgado e innecesario. ¿Para qué
cambiar si así “vamos bien”?
Quizás allí esté el problema: en la comodidad de estar sin estar, de
sonreír sin escuchar, de amar sin amar.
El cielo me mira y no puedo evitar bajar la vista con vergüenza. Él sabe
que hago mal, pero ¿qué puedo hacer? Soy un cobarde. Siempre lo fui. Soy un
inútil, rehén de mis propias mentiras y palabras mal escritas. Ni ella, ni
ellos; nada más que yo. La culpa no es nuestra; es mía. Y aquí no hay botón de
pausa ni “stop”; solo vale una opción: la que no estoy dispuesto a tomar.
¿Caminos? Los veo, pero no los sigo. ¿Vida? Ya ni sé qué es eso. Vivo de
mi constante muerte y muero de mi inconstante vida.
Hoy no. Quizás mañana. Tal vez nunca… al fin y al cabo, ¿para qué?
¿No te das cuenta de lo
que pasa? Es evidente. No necesitás llamar a ningún médico para que te lo diga:
está ahí, delante de nuestras narices. Frías narices, por cierto. Depende de
vos e, indefectiblemente, en esta oportunidad, de mí. Depende de nosotros. ¿No
te das cuenta? En este momento, la felicidad del mundo está en nuestras manos.
¿Que cómo? ¿Cómo podés
preguntarme eso? No puede ser más claro. Algo falta. Es como si algo estuviera
fuera de su lugar. Como si al puzzle le faltara una pieza. Imaginate que querés
pintar tu cuarto: tenés la pintura, los pinceles, un mameluco azul, la energía
y también el tiempo; pero no tenés un cuarto que pintar. Es exactamente lo
mismo. Y todo, todo depende de vos y de mí.
Seamos sinceros y sencillos,
¿te parece? ¿Qué pasa afuera? ¿De qué se queja la gente todos los días, cuando
va en el ascensor apretada, cuando recién sale de su casa, cuando se frota las
manos y mira hacia el cielo? ¡Todos piden lo mismo! El calendario lo indica. Y
no se trata de que este año no hayan cambiado la hora. Va mucho más acá de todo
eso. Está acá: justo delante de nosotros. Setiembre, octubre… y nada. Las
bufandas siguen mezclándose en las plazas. Los jarabes para la tos y los
pañuelos siguen en temporada alta. Y la sopa todavía se tolera. ¡El mundo está
enloqueciendo, y todo es culpa nuestra!
Habrás notado que llegué a
la palabra “culpa”. No era mi intención, pero no me dejás otra. La gente nos
señala por la calle: “¡Culpables!”. Y tienen razón. La culpa de que el
termómetro y el calendario no coincidan es nuestra. La culpa de que las cometas
corran a abrigarse es nuestra. La culpa de que la rambla siga desnuda es
nuestra. Y nuestra culpa es tan vaga y tan insignificante… ¡quién lo diría!
Fácil y sin rima: hasta que
vos y yo no estemos juntos, la cosa va a seguir igual. La gente va a seguir
molesta. La mañana se va a levantar sin ganas. Las radios van a sonar todavía
más chillonas y desinformadas. Porque el mundo va a seguir esperando hasta que
nos decidamos. Esto va a seguir igual: para vos, para mí, para todos.
Entonces, ¿qué hacemos?
¿Dejamos salir a la primavera?