Quiero
decirte (a vos 2013)
una, dos; un par
de cosas…
no te van
a gustar
a desagradar
a enamorar
a alejar.
una, dos; un par
de cosas…
no te van
a gustar
a desagradar
a enamorar
a alejar.
Tus meses de verano se me hacen muy lejanos en el recuerdo nublado.
¿Enero? ¿Febrero? Poco recuerdo de ellos. El agua del Atlántico parece querer
salarme el alma, pero apenas queda el gusto que anuncia que allí hubo
hipertensión entre arena y lunas de carnaval. Alguna foto me golpea y me
recuerda que tu verano fue momento de muchas y pocas cosas: comienzos y finales
de un amor que se volvería un abrazo constante; días y noches de una playa
desconocida que logró cautivarme y hacerme perder en mi mismo; tintes amargos
que comenzaba a augurar un camino deshilachado; miedo e incertidumbre, ganas de
colapsar sin aún comenzar.
Y aunque la túnica ya es un viejo y encajonado recuerdo, cada Marzo
asoma entre moñas azules y cielos celestes esperando volverse blancos al
viento. El sombrero de graduación, quedaba colgado en el perchero de la esquina
y aquella ventana que se abría y nos dejaba asomarnos al futuro, allá por
Marzo, se volvió puerta y nuevo camino. Un mundo nuevo asomaba en el cordón de
la vereda. Miedo, esperanza, temor y coraje: todos mezclados y formando un
único remache. Pero el comienzo es para comenzar: allá fui, de la mano con
amigos y el viento… ese cómplice que a veces tira y otras veces empuja.
Abril de idas y venidas. Mayo de cumpleaños y nuevas conclusiones.
Quizás, un Mayo que fue calma… antes de la tormenta. Junio: mes de lluvias
suaves pero destiladas de una masa amorfa y sangrienta. El horizonte comenzaba
a cambiar. Los cimientos y pilares que habían sido construidos hacía muy poco,
luego de una vida maltrecha y pestilente, comenzaron a mostrar sus primeras
fallas y así, dieron paso a los temblores de una estructura ideal al paladar,
forzada a la costumbre.
Más de la mitad de tus días, se fueron entre mis dedos que se miraban
desentendidos. Julio dio paso a lo que ya creía haber dejado atrás. Julio trajo
a mi vida un estado que jamás creí volver a padecer. Un coma profundo azotó mi vida,
mi arte y mi cama. Una vida posee muchas cosas que dañar: bienes, amigos,
cualidades, sentimientos, recuerdos. Pero hay algo, que si se daña, la vida
misma se detiene y llega el coma. Cuando las bases mismas de la vida, del
hombre, son atacadas directamente en el corazón, todo se detiene y queda en
pausa. El motor, no puede ser congelado y pretender que los engranajes sigan
funcionando de memoria. El cáncer detiene, congela un alma y a todas las almas
que viven unidas a la primera.
La vida ya dañada, volvió a sufrir el puñal en su estómago: quiebres de
soles que aleteaban plácidos en el cielo de mis ojos. Una fractura que jamás
sanaría por completo. Y una vez más, el temblor se siente en toda la
estructura. La filosofía humanista se resquebraja y está a punto de volverse
ceniza. Las estrellas se alejan por causas más propias que ajenas: fui razón y
consecuencia. Desde allí, todo comenzó a ir barranca abajo.
fueron amigos, novias,
enemigos:
abrazos, besos, guerras
que no sucedieron.
abrazos, besos, guerras
que no sucedieron.
Pero lo peor, aún no llegaba. Agosto amaneció en silencio. El torbellino
todavía estaba, pero se había callado para si mismo. La mismísima oscuridad
llegó como un impulso hambriento a comerse lo poco que quedaba de mi fortaleza.
Aunque alejados en cuerpo y no en alma, el adiós definitivo llegó como el golpe
que da fin a la guerra: hubo un vencedor (y en esta oportunidad, no ganó
ninguno de los dos). Yo perdí. Vos perdiste. Y el enemigo que ahora también
vive en casa, nos ganó a los dos. La muerte vino sin que una pata de mono le
avisase. La muerte llegó y re arrebató de mi vida. La muerte llegó y te invitó
a irte con ella… y se fueron los dos.
Allí, perdí toda noción del tiempo y me olvidé de saludar. Caminaba sin
dejar huellas. Ni horizonte, ni razones, ni ganas, ni esperanzas de colores.
Allí comprendí que ya no podía solo y que solo estaba. Mi coraza de silencios y
pocas palabras, ahora me aislaba del apoyo y las ganas de mejorar. Allí estaba…
solo en mi mismo sin saber cómo dejarme ayudar.
Y cuando quedarse en la cama era mejor opción que salir y caminar entre
la oscuridad, llegó una mano ajena que me tomó con fuerza y me cinchó hacia
adelante.
El dolor, la angustia, las horas calladas tenían que salir. Y el
silencio solo se cura hablando. Escuchándose a si mismo. Pensando en voz alta y
también en flechas. Al principio forzadas, las charlas de sesenta minutos
culminaron en conversaciones amenas y cálidas al alma. Desde las cenizas, no
pretendía renacer ni volver construir, solo quería sanar. Y quizás, volver a
empezar. Tenía que darme tiempo a mi mismo, escucharme, dejar de mentirme y
darme calma. Porque allí, en mi mismo, estaba la fuerza y la esperanza que
necesitaba más que nunca. Solo había que desempolvarla. Así pasó la primavera.
Y como a mi me cuidaba, cuidé de un brote que encontré en la calle. Lo cuidé
como si fuese mi propia alma. Día y noche velaba por él, sabiendo que velaba
por mí al mismo tiempo. Y llegó noviembre y aquel mínimo brote que había
encontrado solo en el medio de la calle, ahora era un tallo largo con varias
hojas que descansaba en mi balcón.
El aliento a final comenzaba a sentirse por las calles de la ciudad y en
el transcurrir de tus días. ¿Qué me llevaba? Nuevas caras que me sonreían desde
la sinceridad. Profesores, nuevos compañeros, promesas de amistades y amores
para pasar el rato. Noviembre dijo adiós rápido y dejó paso a Diciembre. Mes de
las consolidaciones y ahora si, del renacer.
En este mes, comprendí muchas cosas. Por un lado, que todo este 2013,
estuvo lleno de lágrimas pero que de esos día salados, algo debía guardar en
mis bolsillos. Aunque al principio no veía más que dolor, luego pude ver la
enseñanza. La vida nos va y nos viene. A veces tiene ganas de mirarnos lindo y
otras, nos manda a dormir al sillón. Y está bien. Así debe de ser. Nadie la
pasa más mal que nadie. Todos sufrimos lo que tenemos que sufrir y lo que nos
hace sufrir. Nadie se va sin haber probado el dolor. Porque si alguien se va
sin haberlo hecho, se habrá ido sin probar la vida.
El 2013 en su conjunto, es mi testamento a la palingenesia que está
comenzando.
Solo resta decir gracias. No a vos. Sino a los que llegaron. Gracias,
también, a los que se fueron, por haber pasado. Gracias por dejarme caer.
Gracias por ayudarme a levantarme. Gracias por darme otra oportunidad. Gracias,
por permitirme volver a brotar.