martes, 26 de diciembre de 2017

Hasta siempre, querido blog: un nudo y me voy

Justo antes de ponerme a escribir esto pensé en la cantidad de veces que habré escrito “no sé” por estos lugares. Y eso mismo me veo obligado a escribir ahora: no sé por dónde empezar, no sé exactamente qué decir, no sé cómo despedirme. Bueno, sin darme cuenta, en realidad, ya adelanté de qué va esto: una despedida.

El año que viene –2018– voy a cumplir mis primeros diez años escribiendo –en el sentido más artístico y consciente de la palabra– de manera ininterrumpida: serán los primeros diez años que se cumplen desde aquellas primeras rimas amorosas, las letras para canciones que nunca tuvieron música o las novelas que hablaban de mis días como adolescente enamoradizo. Serán los primeros diez años (casi la mitad de mi vida) que llevo escribiendo para vivir y viviendo para escribir. Diez años encontrándome entre las letras y encontrándole sentido al mundo –que me rodea y me rodeó– desde las letras. Y de esos diez años, seis los pasé acá: en mi blog.

Llegué a principios de 2012, cuando cursaba mi último año de liceo. Y desde entonces, pasaron miles de cosas: empecé la facultad, perdí a mi mejor amigo, luché contra el cáncer de mi madre, me ennovié, empecé a trabajar, me separé, cambié de trabajo, me ennovié otra vez, me volví a separar, me recibí y aprendí a estar solo. Acá también lloré, mucho; soñé con cosas que no pasaron y con otras que sí, soñé con cosas para los demás y algunas solo para mí; me peleé con mis amigos y los mandé lejos, aunque después con algunos me reconcilié; descubrí que tenía que ir al psicólogo, sentí que tenía que dejar de ir y luego volví a sentir que tenía que volver; sentí cómo el periodismo estaba empezando a matar a los soles de mis poemas, pero pude separarlos y guardarlos en cajones separados; dediqué un montón de cartas, poemas y cuentos: algunos obtuvieron respuestas, otros indirectas y un par no recibieron más que unos ojos llenos de lágrimas silenciosas; crecí, aprendiendo de mis errores y repitiendo una y otra vez los mismos tropezones; me enamoré y desenamoré sin en realidad amar tantas veces que no podría enumerarlas; lo cerré una vez sola, sin saber en realidad por qué lo hice; y sobre todo, le escribí al Sol, tantas veces como mi alma me lo permitió.

En este blog está una parte enorme de mi vida. Un motón de años, meses, semanas y días. Un abanico innumerable de sentimientos y de experiencias. Algunas inventadas, otras tantas vividas o vividas a medias. Acá hay mentiras, verdades, delirios, quejas, sonrisas y horas llenas de terapia de palabras. Este es mi álbum, mi espejo sin tiempo, mi soundtrack siempre en bis. Este lugar es el mejor espacio para leerme y entenderme, para leerme y no entenderme. Y todo eso solo puede resumirse de una manera: esta fue mi manera de escribir el Sol durante seis años.

No estoy diciendo que vaya a dejar de escribir el Sol, no, mentiría si dijera eso. El Sol vive en todo lo que escribo, pienso o siento: ese calor siempre late en mí y en todo lo que hago. Pero, después de seis años, llegó el momento de hacer un nudo. Y no hay otra forma de explicarlo: aquí termina esta pila enorme de letras y exactamente al lado comenzaré a apilar otra. Este blog recibe un nudo que no es más que un signo que considero necesario para poder dar un salto y recorrer caminos nuevos.

No voy a dejar de escribir: no podría elegir hacerlo y me arriesgo a decir que ya no creo que alguna vez vaya a poder dejar de hacerlo si pretendo seguir viviendo. No voy a dejar de ver el mundo a través de mis lentes enormes, ni voy a dejar de adjetivar de las maneras raras en las que lo hago. Y no: tampoco voy a dejar de usar las comas como se me cante (aunque dicen que ahora lo hago mucho mejor).

Antes de darle el último tirón al nudo, me gustaría hacer algo que no puedo obviar –ni quiero hacerlo–: necesito dar las gracias. No sé quién inventó Blogger o la posibilidad de crear estos blogs, pero a esa persona le debo un gracias inmenso. Gracias a todos los que alguna vez pasaron por acá y me prestaron sus ojos por un rato. De verdad: gracias por leerme. Pero gracias, en serio. Por leerme de forma desinteresada. Por leerme para chusmear. Por leerme por curiosidad. Por leerme para conocerme. Por leerme para leerle a alguien más. Gracias por haber estado ahí. Gracias por bancarse mis diseños horribles y también por disfrutar de los que quedaron más o menos pasables. Gracias por escuchar cada canción, por abrir cada foto, por comentar cuando había ganas y por callarse cuando no había nada que agregar. Gracias por seguirme en Facebook y por retwittearme de vez en cuando. Gracias por acordarse de mí y de este espacio cuando alguien les hablaba del Sol. Gracias por haber estado desde el principio, por haberse sumado durante el camino o por estar acá ahora para despedirnos.

No voy a negar que me siento un poco triste, nostálgico e inseguro, pero ya lo medité bastante y llegué –sin marcha atrás– a tomar la decisión de hacerlo. Me voy, con la alegría de haberme refugiado durante seis años en un lugar hermoso, que me abrió sus puertas y que logró ser un canal para que yo pudiera llegar al corazón de muchos. Me voy, feliz de haber coincidido por unos minutos en este link. Feliz de saber que voy a seguir escribiendo. Feliz porque vienen cosas nuevas. Feliz porque este nudo lo hago sin dolor, sin rencor y sin ardor.

Fue la frase que inspiró este blog y un modo de ver el mundo que me acompañó –y acompañará– durante mucho tiempo, así que no puedo no cerrar esta despedida sin escribirlo acá por última vez: el Sol siempre vuelve a salir.

jueves, 21 de diciembre de 2017

"¿Vamos a comernos el mundo?"

¿Vamos a comernos el mundo
al ritmo de un diciembre sin verano
que solo respira de noche
y que solo regala si le regalan,
pero vamos, en serio,
a comernos el mundo
antes de que el viento sople?

¿Vamos a comernos el mundo
con las manos todavía sucias
con el polvo aventurero
de los que viven sin reloj
y aman sin miedos ni reproches,
vamos a comernos el mundo
sin tomar ni una sola foto?

¿Vamos a comernos el mundo
mientras las luces todavía parpadean
entre un rojo que va hasta el azul
y vuelve más verde y más sonriente
debajo de un cable que alguien enredará
para que otros desenreden mañana
cuando nos comamos el mundo
enredados en nuestros propios nudos?

¿Vamos a comernos el mundo
sin pensar, sin hablar, sin mirar:
directo a eso que sí queremos
directo a por eso que sí extrañamos
directo a esto que sí buscamos
como se buscan dos niños
bajo la misma cometa
que volará alto y lejos, y que no bajará
hasta que no se hayan comido el mundo?

¿Vamos a comernos el mundo
o a dejar que el mundo nos coma?

miércoles, 13 de diciembre de 2017

"Gracias, perdón y hasta siempre: en ese orden"

Te quiero,
un poco de mí todavía te ama,
te quiero
como un asesino a su víctima
como un relámpago a su cielo
como un libro a su lector,
te quiero
a sabiendas de que te amé
de que te lloré
y también te busqué:
sí, tarde, tal vez,
pero te busqué
cuando tu corazón era de piedra
y tu alma una lágrima sola;
igualmente,
hoy te quiero
y hoy solo me queda
mirar para adelante.

Te enamoré,
me enamoré.
Te busqué,
me encontraste.
Te salvé,
me salvaste.
Te escribí,
me dibujaste.
Te hice el amor
y me lo hiciste.
Te soñé,
me soñaste.
Te enseñé,
me enseñaste.
Te sufrí
y me sufriste también.
Te dejé,
me buscaste.
Te abandoné,
me gritaste.
Te alejé
y al final te alejaste.
Me acerqué otra vez
y ya no estabas ahí.
Volví
y te espanté.
Me voy
y ya te fuiste.

Estos son
y mañana serán
lo que desde ahora
sí me animo
y confío en llamar
los últimos
de tantos versos:
aquí queda mi corazón
mis lágrimas
mis latidos truncos
y mis besos sin entregar,
aquí vienen a morir
los días que no
las cartas que sí
los silencios y los tal vez.
Estos son
desde este minuto
y desde este renglón
los últimos que te escribo
el último Sol que elevo
y pinto ya sin tinta
en lo que queda sin ahorcar
de nuestro cielo gris,
ese que una vez fue blanco
y otras violeta,
pero estos sí son
los últimos versos
las últimas palabras
las últimas letras
y el último para vos.

Gracias,
perdón
y hasta siempre:
en ese orden.

miércoles, 6 de diciembre de 2017

"En tan solo un par de días..."

En tan solo unos días, en unas cuantas horas, en lo que un par de soles bajan y otros suben…  todo cambiará: mi vida está a punto de cambiar para siempre. Porque sucederán cosas. Porque algunas otras no sucederán. Y porque haré que otras cosas se vayan sucediendo con el correr de las semanas. Sea como sea, mi mundo tal como lo conoceré hasta dentro de un par de días más, dejará de existir. Dejará de latir al ritmo que lo ha venido haciendo. Dejará de hablarme en el lenguaje que ha venido hablando. Dejará de girar en las únicas direcciones que conocía hasta ahora. Pase lo que pase, todo será diferente desde entonces.

Raro: sí, muy raro. Diciembre suele ser un mes para cerrar, para hacer balances, para planificar, para desear para adelante. Para quedarse quieto y mirar para atrás y proyectar hacia el futuro. Y ahí está lo raro: en pocos días, mi diciembre no será un diciembre como los demás (o como el de los demás). A diferencia de todos los años que ya he vivido, este diciembre no será de miradas en retrospectiva ni de autoevaluaciones. Llevo un año haciendo eso: todo el 2017 fue de pensar, reflexionar, mirar desde diferentes ángulos las mil y un cosas que me pasaron antes y en el presente que iba viviendo día a día. Y eso llegó a su fin. Llegó el momento de terminar el año. Pero antes de que termine, empiezan un montón de cosas: al menos, de eso me voy a encargar y haré todo lo posible para no defraudarme.

En pocos días, pase lo que pase, empezaré de cero: empezaré otra vez, empezaré cuando todos deciden que es momento de terminar, empezaré sin mirar atrás, empezaré con los pies bien puestos en la tierra, empezaré con el alma emparchada y con los ojos todavía salados. En tan solo un par de días, un relámpago caerá furtivo sobre mi vida: y todo, todo se llenará de luz, de energía, de razones y de motivos. Pase lo que pase, ya nada será igual, ya nada será como lo conocí hasta hoy, ya nada tendrá el mismo sentido. Me atrevería a decir que mi propia existencia habrá pegado un salto tan alto que por momentos habré de desconocerme a mí mismo. Y no, no quiere decir que ahora esté tan alto como alguna vez soñé: no, al contrario. Si he de saltar tan alto es porque he llegado al borde del abismo y de las profundidades más hondas y oscuras que alguna vez creí conocer con mis propios ojos y vivir con mi propia alma. Voy a saltar para poder subir.

No tengo miedo. Y tampoco estoy triste al respecto. Este 2017 ya tuvo demasiados miedos, ya tuvo demasiadas tristezas. Muchas, demasiadas, vividas en silencio. Tragando saliva. Tragando desamores. Tragando tragos intragables. Y no me arrepiento. Y no los borraría ni con el codo. Fueron, pasaron, me dejaron lo suyo y ahora tienen sus valijas prontas y sus boletos en la mano. Se van. Se van para quizás algún día volver, con otras ropas y otros rostros.

El reloj me mira y la cuenta está a punto de llegar a su fin… mejor dicho: el reloj me mira y sabe que después de este largo letargo, por fin volverá a andar. El tiempo volverá a girar. El cielo volverá a ir y venir. La noche volverá a dormirse tranquila. Y las palabras volverán a charlarse. Ya nada será igual. Ya todo será diferente. Ya todo será.

Estoy listo, con el corazón en la mano y el alma abierta de par en par. Y no, no tengo nada que reprocharme, reprocharte o reprocharle. Ya está. Ya casi todo termina y ya casi todo comienza.

En tan solo un par de días… Ahora solo me queda esperar.

martes, 5 de diciembre de 2017

"Ya casi es lo suficientemente tarde como para empezar a ponerme nervioso" (*)

Ya casi es lo suficientemente tarde como para empezar a ponerme nervioso. Bueno, “nervioso”. No tengo ni tendría por qué estar nervioso. ¿De qué me sirve? ¿De dónde vendrían esos nervios? Quizás no sean nervios; parecería ser otra cosa. Algo más como… no sé. Es extraño. Sé que a veces me persigue durante el día, pero al caer la noche es cuando más me inquieta. Porque allí todo comienza a perder el sentido y a sentirse irreal.

Espero la noche. Desde hace días que la espero. Porque sé que al caer el Sol comenzará la función: ese espectáculo que noche a noche montamos hasta la madrugada. No puedo evitar pensar en ese primer mensaje que abrirá el telón: ¿qué bobada vamos a decir primero? Tarde o temprano, algo se nos ocurre. Y allí salimos. Con la noche como único testigo de este juego hambriento y clandestino que nos invita a mirarnos desde lejos. Vos acá y yo allá.

No sé a dónde vamos. Tampoco sé si es bueno preguntármelo demasiado. He dejado que el viento me lleve hacia donde vos quieras. O mejor dicho, hacia donde vos no quieras. Solo sé que pregunto y escucho y que esos nervios, que no son nervios, aumentan. Algo se enciende. Algo vive de repente. Algo en mí se olvida del mundo y de los demás. Y solo puedo girar entre nuestros reproches tontos.

No lo entiendo. Tampoco intento hacerlo. Simplemente es. Y lo dejo ser hasta el punto en que sienta que nadie puede ser lastimado. Pero, al fin y al cabo, ¿quién mide cuán profunda debe ser una brecha para herirnos el alma? No lo sé, pero el tiempo gira entre los dos. Y cuando quiero acordar, la noche viene de regreso. Y con ella, vos.

(*): escrito hace un par de años.

sábado, 2 de diciembre de 2017

"Un día te llegará una carta"

Un día te llegará una carta que se dará de bruces con tu realidad inmediata. La mirarás de frente, la darás vuelta una y otra vez, leerás varias veces el destinatario y antes de abrirla ya sabrás todo lo que dice y quién la firma. Y en ese momento hasta tendrás claro qué responder sin siquiera haber visto las últimas dos palabras del renglón final.

Un día te llegará una carta que cambiará todo para siempre o que no habrá significado más que el gasto innecesario de un pedazo de papel y unas tiras de cartulina. Allí dirá todo lo que durante tanto tiempo esperaste y todo lo que ya dejaste de esperar.

Un día te llegará una carta y te sentirás poco sorprendida por su arribo a tu buzón. La fecha, la hora y el lugar ya los tendrás más que sabidos. Los involucrados, los desentendidos y los enamorados… a todos los tendrás bien conocidos. La ropa, el perfume y hasta el peinado: todo te resultará familiar en tu proyección de lo que podría suceder.

Un día te llegará una carta que irá cargada con el deseo imperioso de que no la respondas. “No respondas, por favor”, dirá el texto en alguna parte. Y recordarás tus propias palabras, tus propios deseos lejanos y tus propios miedos todavía frescos.

Un día te llegará una carta y la abrirás. Confirmarás la identidad de quién la envía, confirmarás el motivo –la cita, con la fecha, el lugar y la hora que ya sabías–, confirmarás las últimas dos palabras del renglón final –“te amo”– y confirmarás todo lo que ya tenías confirmado desde antes de abrirla, desde el “no respondas, por favor” hasta la presencia inamovible de todo lo que esperabas, pero ya dejaste de esperar.

Un día te llegará una carta que hará de tu estómago un bullicio de décimas de diciembre. Te enojarás, gritarás, sonreirás, mirarás el cielo rojo y sabrás exactamente qué hacer: esa respuesta que siempre supiste que algún día habrías de afrontar.

Un día te llegará una carta. Y sabrás que es mía.

martes, 28 de noviembre de 2017

"Quiero decirte algo: yo no quiero ser tu héroe"

–Estuve pensando… y quiero decirte algo: yo no quiero ser tu héroe.
–No entiendo.
–Claro, eso: yo no quiero salvarte de nada. Y menos que menos de vos misma. Sí me gustaría que sonrieras más, que sufrieras menos, que vivieras más, por decirlo de una manera. Pero yo no puedo ni quiero salvarte.
–Yo nunca te pedí que lo hicieras.
–No, ya lo sé. Pero muchas veces hablamos en términos de “curar” o que eras mi “caso más complicado”. Y en eso estuve pensando: yo no soy tu psicólogo ni tu psiquiatra. Soy un pibe que te ama con locura, pero nada más. Y no creo que eso me convierta en héroe.
–No… pero tu amor sí me salvó en muchos aspectos.
–Eso es diferente. Solo vos podés juzgar eso. A lo que voy es que no quiero estar todo el tiempo tratando de “arreglarte” para que estés mejor: esa pelea tenés que darla vos. Yo puedo acompañarte, darte para adelante, empujarte de vez en cuando. Pero no puedo remar por vos. ¿Me explico?
–Creo que sí… pero no sé por qué o cómo pensaste en todo eso.
–Es raro… tuve una especie de sueño, algo así como una premonición mientras dormía.
–¿Cómo?
–Soñé que nos habíamos separado. Nos soñé tristes, lejos y destruidos en corazón y mente. Nos soñé agotados emocionalmente. Hundidos cada uno en nuestro pozo. En un pozo oscuro, frío, muerto. No sé exactamente cómo fue que tomamos la estúpida decisión de separarnos, pero sí sé qué nos condenó a eso: mi empecinada idea de tratar de salvarte. Eso de creer que yo tenía que ser tu héroe. Y a eso voy: no quiero ser tu héroe si eso implica que terminemos así.
–Pero no vamos a terminar así… juntos para toda la vida, ¿te acordás?
–Lo sé, yo también lo quiero. Pero eso no se va a dar ni va a suceder si no trabajamos para que así sea. Y hoy, después de haber soñado eso, de habernos sentido separados durante tantos meses y tantas cuadras… siento que tenemos que cambiar algunas cosas, abandonar algunos caminos y abrir otros cielos. Sé que podemos no terminar así, pero también siento que eso depende de nosotros: de las cosas que hagamos y de las que decidamos no hacer.
–Yo no preciso que seas mi héroe. No preciso que me salves de nada. Ya hiciste suficiente. Un par de sonrisas al día, sí. Unas cuantas palabras de aliento, sí. Más de un consejo a la semana, sí. Pero no quiero depender de tu sonrisa para sonreír, de tus palabras para hablar o de tus consejos para actuar. Quizás, desde que te conocí, me dejé estar… me recosté sobre la suave sensación de sentir que me estabas llevando a un lugar mejor. Pero tenés razón: no podés ser mi héroe. Me diste y me das un montón de cosas… pero hay muchas que las tengo que hacer yo y vos no las podés hacer por mí.
–Igualmente, lo que hice hasta ahora… lo hice porque te amo. Y porque amo la idea de saber que, de alguna manera, podés ser más feliz. No quiero que sonrías para que yo pueda sonreír más. No. Quiero que sonrías porque me entusiasma terriblemente la idea de que puedas sentirte menos llena de dolor. No sé si me explico…
–Sí…
–O sea, si hago algo, no es porque quiera cambiarte a vos. Quiero cambiar cómo te sentís. Y ese es el asunto, tal vez: quiero cambiarlo, pero no debo hacerlo. Eso tenés que hacerlo vos. Puedo ayudarte, puedo hacer algo al respecto, pero no puedo ni debo hacerlo. Te quiero así como sos. Te quiero así de rota. Pero quiero ver menos nubes en tu corazón.
–Ya me has ayudado más que cualquiera en toda mi vida… y creeme que eso es mucho decir. En realidad, nunca nadie se había esmerado tanto en mí, así de raro como suena… ¿Y sabés qué?
–¿Qué?
–En vos veo algo que nunca había visto en nadie.
–¿Qué?
–Vos ves en mí lo que no hay, pero que sabés que puede estar. O que quiere estar. Yo quiero ser feliz. Al menos, no quiero sufrir tanto. Y vos creés en mí. Creés que yo puedo lograrlo. Y quizás, a lo largo de mi vida, me crucé con personas que terminaron resignándose a que esta era mi forma de estar en el mundo. No todos supieron ver cuánto dolor había y hay en mi interior. Por cuántas cosas sufro todos los días. Y vos sí te tomaste el tiempo para verlas, vivirlas, entenderlas… y para confiar en mí.
–También hay otra cosa que quiero decirte.
–¿Qué?
–Muchas veces hablamos, aunque suene incongruente, sobre nuestros silencios…
–Sí…
–Bueno, hay algo que quizás nunca dije, pero que sí pienso. No es malo vivir en silencio. No es malo no saber qué decir o no querer decir nada. Pero sí creo que eso se vuelve en tu contra cuando el no decir algo implica que sufras o que alguien no sepa lo mal que te sentís.
–Ya sé…
–No, pero en serio. No quiero que sientas que pongo palabras en tu boca. Si trato de que me hables, de que me digas esto o aquello, no es porque quiera obligarte a algo. Es porque estoy convencido de que hablar te va a hacer bien.
–Lo sé…
–No quiero cambiarte. Lejos de eso. Me enamoré de vos así. Como sos. Como no sos. Y sé que siempre vamos a encontrar la manera de encastrar.
–Entonces… ¿no vas a ser mi héroe?
–No, pero igual voy a ser el que te besa al final de la película. 

"Hero" - Family of the year 


domingo, 26 de noviembre de 2017

"Yo no elegí enamorarme de vos"

Yo no elegí mi nombre. No elegí el día de mi cumpleaños ni los años que pasaron desde ahí hasta este entonces. No elegí dónde nacer ni ser el hijo de tal o cual. No elegí ir la escuela que fui ni tener a los compañeros que tuve. No elegí a mis maestras, mis tíos, mis primos, mis abuelos o mis vecinos. Tampoco elegí a mis hermanos ni ser el hermano menor. No elegí soñar con las cosas que soñé y tampoco elegí que esos sueños cambiaran de golpe alguna vez.

Yo no elegí aprender a escribir ni aprender a leer. No elegí que escribir se volviera una parte de mi alma ni que no poder escribir se sienta como un castigo. No elegí que los demás comenzaran a llamarme escritor. No elegí publicar mi primer cuento siendo un niño. No elegí escribir poemas de amor. No elegí dedicarme durante mucho tiempo solo a los cuentos de terror. Tampoco elegí a la guitarra por sobre escribir: nunca hubiera podido cambiar la tinta por las cuerdas. No elegí a quienes podían leer lo que escribía. No elegí ocultar lo que escribo. Y tampoco elegí lastimar a nadie con las cosas que escribo o escribí.

Yo no elegí reírme de las cosas que me río. No elegí que me gustara la música que me gusta. No elegí bailar de la manera tonta en la que bailo. No elegí caminar dando saltitos ni estancarme en el cuerpo de un niño viejo. No elegí dormir boca abajo ni sufrir de tantos dolores de cabeza. No elegí tener que usar lentes. No elegí tener ojos celestes ni pelo rubio, aunque tampoco elegí que se me cayera el pelo. No elegí disfrutar hasta de los gélidos soles de invierno ni de los vientos de setiembre. No elegí que no me gustaran los gatos y tampoco elegí que al final sí me gustaran. No elegí no querer ser hincha de ningún cuadro de fútbol. Y tampoco elegí pensar como pienso.

Yo no elegí tantas cosas… simplemente sucedieron o se dieron así y no de otra manera. Y en muchos casos no tuve la opción de tomar mis propias elecciones: el corazón me obligó, el alma me obligó, la razón me obligó; como sea, algo u alguien decidió por mí.

Y así y todo, tampoco elegí enamorarme de vos. Sin embargo, si pudiera volver el tiempo atrás, y empoderarme de las decisiones de mi corazón… en esa inaudita situación, yo sí elegiría enamorarme de vos, una y otra vez.

viernes, 24 de noviembre de 2017

"Si estás viendo el mismo cielo rojo que yo..."

Las páginas del libro que vengo leyendo desde hace varios días no quieren soltarme. Voy y vengo entre los renglones sin levantar la mirada ni parar para ir al baño. Leo, leo, leo. Interpreto. Cuestiono y anticipo lo que está por suceder al inicio de la hoja siguiente. Y cuando todo está por sucederse como el escritor lo tenía planeado, algo me roba la atención. El mundo se desenfoca del libro y la realidad explota en la ventana. La fachada del edificio de enfrente está menos gris que de costumbre. Sonrío. “¿Será?”, pienso casi sin dudarlo. Dejo el libro en la mesa ratona y salgo al balcón.

Levanto la mirada y lo veo: el cielo está en llamas. Rojos, anaranjados, amarillos y algunos celestes. Nubes, también. Pero en llamas: un fuego tan vivo que quema con solo verlo desde lo mundano de la existencia. Un fuego tan rojo que no parece fuego. Un fuego tan encendido que el Sol pareciera morirse de envidia. Un fuego tan mágico… que me lleva a vos.

“¿Le estarás sacando una foto?”, pienso. Recuerdo las épocas en las que competíamos –sin en realidad competir– por ver quién sacaba la foto más linda. Aunque en los últimos tiempos, cuando las tardes nos encontraban separados, la competencia había perdido su condición de tal: lo importante había pasado a ser el necesitado hecho de compartir el cielo que no estábamos viendo juntos.

Entro corriendo hasta el living en busca de mi celular. Le desconecto los auriculares y vuelvo a salir. Lo desbloqueo, abro la cámara y apunto. Busco el encuadre perfecto: un poco de edificios, para denotar lo urbano del milagro; un poco de nubes, para dejar en claro que hasta las cosas lindas tienen su lado oscuro; un poco de celeste, para realzar el contraste; y mucho, mucho rojo desteñido. Y cuando ya no me queda más que capturar el momento… bajo el celular, cierro la cámara y lo vuelvo a bloquear.

“¿De qué me sirve la foto si no puedo mandártela? ¿De qué me sirve capturar este momento si no puedo compartirlo con vos? ¿De qué me sirve un cielo manchado… de qué me sirve este cielo rojo si no lo estoy viendo con vos?”. Lo miro. Lo miro. Lo miro. Me siento en el piso del balcón y comienzo a llorar sin dejar de mirar hacia arriba. Hasta la sal de mis lágrimas se tiñe de rojo y termina por parecer una sangre casi transparente. “Lágrimas de amor”, pienso.

Ya casi no queda luz y la noche está a punto de sepultar las últimas pinceladas rojizas. Dejo de llorar, seco mis lágrimas con mis dedos y cierro los ojos. Me quedo en blanco para poder dibujarnos juntos: nos imagino en tu balcón, codo a codo, mirando hacia el costado y hacia arriba, allí donde el cielo se quema sobre sí mismo y se vuelve rojo. Abro los ojos y lo miro apagarse.

“Si estás viendo el mismo cielo rojo que yo… Ojalá”.


jueves, 23 de noviembre de 2017

"Tres luces y una tercera oportunidad"

Tres veces, tres,
vi brillar las luces del San Antonio:
cuando peleaba por vos
y por un amor que escondías detrás de una piedra,
cuando nos dábamos tregua
y parábamos para respirar entre jadeo y jadeo,
cuando ahora, otra vez como al comienzo,
espero un milagro de décimas de diciembre.

Tres noches, tres,
que las viví bien diferentes:
la primera vez que no me contestaste,
la primera vez que hicimos el amor,
la primera vez que volví a dormir sin vos.

Tres besos, tres,
fueron los que nos marcaron
como una lluvia de silencios
que inunda la madrugada:
aquel beso tembloroso
que nerviosa iniciaste,
aquel beso lleno de verano
que nos encontró húmedos y amantes,
aquel beso en la frente
que fue mucho más que un hasta pronto.

Tres palabras, tres:
te amo again.

Tres luces, tres,
y una tercera oportunidad.

sábado, 18 de noviembre de 2017

"Una historia"

Una historia
que todavía no vive
podría ser escrita
en cualquier instante:
ahora, aquí
en este preciso momento,
tal vez mañana
quizás en treinta años,
pero la posibilidad vive y lucha
en lo más simple y vano
de un poco de tinta
a la que alguien o algunos
puede o pueden susurrarle
las medidas de un mundo
que todavía no grita,
pero que quiere ser.

Una historia
quiere enredarnos
entre lunas de verano
y vientos de ciudad,
quiere anudarnos
al vuelo fugaz y eterno
de una luz de esperanza
esa que va y no vuelve
buscando respuestas
y regalando amores,
quiere abrazarnos
entre sus brazos de papel
allí donde quedará intacta
la sumatoria sin restas
de todos los besos:
los de apuro
los de sal
y también los de sábanas.

Una historia
se teje sin instrucciones
saltando al vacío
de no saber a dónde va
ni querer saber a dónde llegar,
allá van las vueltas
girando sobre sí mismas
al ritmo de una noche de noviembre
que nos busca y nos encuentra
que nos habla y la escuchamos
que nos mira y no bajamos la mirada
que nos ama y no cerramos el alma;
el milagro está por ocurrir
el tiempo está por resignarse
y el mundo aceptará de una vez
lo que siempre debió ser:
la historia va por fin a empezar.

Una historia
nos está esperando.

miércoles, 15 de noviembre de 2017

"El amor después de vos"

El amor después de vos
dejó de ser lo mismo.

El amor después de vos
ya no volvió a ser lo mismo.

El amor después de vos
perdió la gracia.

El amor después de vos
olvidó lo que era amar.

El amor después de vos
fue una larga mentira.

El amor después de vos
abandonó sus principios.

El amor después de vos
ya no supo vivir de silencios.

El amor después de vos
jamás se sintió suficiente.

El amor después de vos
no pudo encontrar las razones.

El amor después de vos
se tiñó con el ardor del invierno.

El amor después de vos
partió el cielo y también el Sol.

El amor después de vos
solo me hizo mal.

El amor después de vos
engañó a los demás, pero a mí no.

El amor después de vos
mató mis ganas de amar otra vez.

El amor después de vos
no sirvió para salvarme.


El amor después de vos
dejó de ser amor.

El ¿amor? después de vos.

domingo, 12 de noviembre de 2017

"Desde hoy, el mundo obtendrá lo que me ha ofrecido una y otra vez: desinterés"

“La espera me agotó… no sé nada de vos”, cantó Cerati alguna vez. Y aunque escuché incontables veces esa canción, hoy, ese pedacito resopló en mi alma con un ritmo diferente: algo se movió, algo giró sobre sí mismo y se encontró envuelto en una semiosis diferente a todas las anteriores. No tiene nada que ver con un crimen, ni con cosas sin resolver: simplemente me hizo dar cuenta de lo agotador que resulta vivir esperando a ese “vos”.

Quizás al principio no lo explique de forma correcta (por no decir que tal vez nunca lleguen a entenderlo), pero es así de agotador como suena: conocer una y otra vez a la persona “no indicada”. ¿Imaginan lo agotador que resulta presentarse una y otra vez? ¿Hacer una y otra vez las mismas preguntas? ¿Responder una y otra vez las mismas respuestas? Incluso, ¿responder una y otra vez con respuestas diferentes? Ya perdí la cuenta de la cantidad de veces en las que conté lo que me gusta hacer, mi sabor de helado favorito, los lugares que frecuento, las cosas que no estudié, los sueños que todavía sueño y los desamores que ya no me pican. Qué aburrido, qué circularmente vicioso y, sobre todo, qué agotador resulta.

Desde este lado del mostrador, se siente tan frustrante y agobiante como condenarse a escuchar una y otra vez la misma canción. Sabiendo cómo va a sonar. Sabiendo cuál será la próxima palabra. Sabiendo cuándo vendrá el próximo silencio y el siguiente puente. Repitiéndola en silencio, con los labios apenas sueltos, como un rezo al que estamos obligados a creer o reventar. Hasta que llega ese momento en el que olvidamos que otras canciones existen, que otras músicas alguna vez fueron tocadas y que otras letras podrían ser escritas mañana. Desde entonces, la misma canción, sonando una y otra vez, se vuelve la canción. Y ya no se repite por su cuenta, sino que buscamos desesperadamente volver a reproducirla en cuanto sabemos que se está por terminar. Así de agotador se siente.

Muchos estarán pensando en “la estupidez que representa todo esto”: estar esperando a la persona perfecta. Pero lamento decirles que no estoy de acuerdo. Estoy cansado de besar sin besar, de mirar sin mirar, de abrazar sin abrazar, de hablar sin hablar, de encontrarse sin encontrarse. Si pedir que un beso me erice la piel, que una mirada me revuelva las entrañas… Si pedir que un abrazo me saque por un rato la tristeza, que alguien me escuche con interés mientras hablo… Si pedir que el sexo no sea simplemente una carrera por quien hace lo suyo más rápido… Si pedir algo de eso es estar exigiendo a la persona perfecta, pues sí, la exigiré. Porque no voy a condenarme a vivir una vida sin magia. Una vida tan seca como el alma de un golpeador. Una vida tan áspera como el Sol del infierno. Una vida tan asquerosa como el sabor del abuso que arrebata la inocencia.

Sé que lo dije muchas veces, y aunque no lo haya cumplido nunca de forma infinita, también sé que siempre tuve mis motivos. Sin embargo, esta vez existe una sutil diferencia con respecto a cómo me pararé frente al mundo. Ya no será un grito de “no al amor”. No, lejos de eso. Cuanto más amor tenga en mi vida, mejor. Esta vez, voy a cerrar mis propias puertas y mis propios cuentos. Desde hoy, el mundo obtendrá lo que tristemente me ha ofrecido una y otra vez: desinterés.

viernes, 10 de noviembre de 2017

"Hoy, ya no te encuentro tanto"

Por primera vez en mucho tiempo, me doy cuenta de que ya no tengo nada para decirte: ni bueno, ni malo. Y eso no creo que sea ni bueno, ni malo: es lo normal, lo que tarde o temprano iba a pasar, lo que finalmente nos sucedería. Vos hace tiempo te quedaste sin nada para decir. Y ahora yo tampoco tengo nada para decir.

La sensación es extremadamente extraña: tengo tinta, hojas, un blog, redes sociales… hasta la exagerada opción de sentarme enfrente a tu casa y esperar a que salgas. Pero, hoy por hoy, no sabría qué decirte. Y no porque haya agotado todo lo que tenía para decirte, sino porque simplemente ya no tengo nada para decir ni decirte. Hoy, estoy en paz. En paz conmigo, con vos, con lo que fuimos y también con lo que no fuimos.

Hoy puedo volver a escuchar esas canciones, a ir a esos lugares, a comer esas cosas, a pensar en esos días, a recordar esas noches, a replanificar esos sueños, a remontar esas ideas, a sentir esos latidos sin en realidad sentirlos. Hoy, ya no te encuentro tanto.

Mentiría si dijera que tu nombre no se me cruza en ninguna de las 24 horas del día, pero sí sería muy acertado afirmar que ese recuerdo ya no me habla desde el dolor: te recuerdo con la tímida sonrisa de quien se mira en el espejo y observa por casualidad una cicatriz que dejó una herida que cerró hace tiempo, aunque, de vez en cuando, todavía pica.

Sonreiría si supiera que sonreís. Me entristecería si supiera que estás triste. Te respondería si supiera que alguna vez me escribís. Me callaría si supiera que esperás que te hable. Viviría si supiera que estás muerta. Y moriría si supiera que elegiste no vivir más.

Al fin y al cabo, como ya no tengo nada para decirte, seguramente ni esté escribiendo esto: y lo digo con cariño, sin rencor, sin dolor, con amor. 

miércoles, 8 de noviembre de 2017

"En una gota de tu tiempo"

En una gota de tu tiempo
podríamos deconstruir el cielo
para volverlo a pintar a nuestro gusto:
con muchos desayunos a plena tarde
un par de veranos frescos
tu humedad hundida en la mía
dos, tres, quizás siete bochas de helado
y una tormenta tan eterna
que vuelva a empañarnos el cielo
para poder pintarlo una y otra vez.

En una gota de tu tiempo
quisiera congelar mis ojos
mirando lo que ya vimos y lo que no
con el horizonte alto y siempre intacto
en un mañana que jamás llega;
allá vamos sin saber cómo
allá vamos sin saber por qué
allá vamos sabiéndolo todo
porque hemos decidido que todo basta
con una respuesta que peca de trivial:
“–Te amo
–Yo también”.

En una gota de tu tiempo
dejaría crecer un jazmín de diciembre
que nos encuentre dulce también en julio
y nos envuelva triste un 31 de febrero:
el mundo girará sobre nosotros
como un aguacero de Bogotá
que va volviéndose una magia tan real
que pica y no sana, que ama y no muere;
el viento gritará sus penas
como un cohete de Illinois
que enciende todas las noches del reloj
en un mismo fuego de cosquillas.

En una gota de tu tiempo
me ahogaría sin remedio.

sábado, 4 de noviembre de 2017

"Del 1 al 29, ¿cómo está tu corazón?"

–Del 1 al 29, ¿cómo está tu corazón?
–¿29? ¿Por qué 29?
–No sé, del 1 al 10 parecía demasiado poco. Y del 1 al 30 me sonaba demasiado mucho.
–No tiene sentido lo que decís.
–¿Y tiene sentido que el corazón esté o no esté de una manera?
–Sí, eso sí. Pero no del 1 al 29. Podría ser del 1 al 100.
–¿Por qué?
–Porque del 1 al 29 no es justo ni representativo. A veces se está demasiado roto, a veces se está demasiado sano, y a veces simplemente se está en un punto muer-… medio. Un punto medio.
–¿Muerto?
–No. Esa no era la palabra.
–Pero era lo que ibas a decir…
–Pero no.
–Entonces, ¿del 1 al 29? ¿Un 10?
–¿Eh? ¿Por qué tan bajo? ¿Qué te hace pensar eso?
–Hablar del corazón en punto muerto… No sé, eso pensé.
–Estoy bien. En esa escala rara que usás, te diría un… 15. Sí, 15.
–¿15? ¡Ja!
–¿Qué tiene?
–Gente con el corazón roto de verdad me ha llegado a decir 18, 19. Hasta 20.
–Eso sería un cero.
–No, eso sería punto muerto. Sin sentimientos. Sin nada. Un corazón que no se mueve.
–Estás exagerando. Un 20 es un corazón sanísimo, hasta capaz que enamorado. Yo qué sé. Un 15 es normal, es un corazón que capaz no está enamorado, pero sí lo suficientemente tibio como para sentirse bien consigo mismo.
–¿Consigo mismo? Pero el corazón no es solo para quererse para adentro. También es para querer afuera.
–Sí, claro. Pero, ¿cómo vas a querer afuera si no querés a lo de adentro?
–Entonces, si lo ponemos como lo ponés vos, no estás en un 15: estás en un 20, un 22.
–Prefiero el 15.
–Como sea, ¿volvemos a entrar?
–Pará, decime vos: del 1 al 29, ¿cómo está tu corazón?
–16.

jueves, 2 de noviembre de 2017

"La ventana de la calle Ejido"

Paso por tu ventana y me encuentro con el ángulo tímido de tu cortina, siempre intacta, mirándome con tristeza: adentro una inmaculada oscuridad que todavía late amarga. Afuera, desde enfrente, yo: mirando cómo ya no estás para mirarme. Para gritarme un saludo. Para sonreírme sin sonreír. Cuatro marcos rodean vacío el recuerdo de tu sombra: allí sigue vivo tu silencio, los secretos que me confiaste, las cosas que nunca me dijiste, las meriendas que tantas veces compartimos y el ardor suculento de una adolescencia que nos separó demasiado pronto. De repente, una luz se enciende: mi corazón se acelera y me entusiasma la idea de que corras la cortina y me encuentres buscándote desde la soledad de la calle. Uno, dos, siete y al final quince segundos: la luz se apaga y vuelve la oscuridad. Tan oscura como siempre. Más oscura que nunca. Me pregunto si allí seguirán tu cama, tu escritorio, tus dibujos y tu ropa. ¿Tu olor? ¿Tu tos? ¿Tu picazón? Quizás todavía sigue allí el libro que te presté: quizás todavía lo sigas leyendo. Quizás todavía estén sobre tu mesita las cuadernolas de literatura y también las de matemática. Un par de chicles de Bob Esponja que sobraron de un cumpleaños del que ya no nos acordamos. Una ventana: te sigo buscando. Que el vidrio se empañe. Que la cortina se mueva un milímetro. Que la luz se encienda viva durante toda la madrugada. Que el tiempo vuelva atrás y la cortina se abra, la noche se detenga y el invierno nos encuentre entre pocas palabras y muchas sonrisas, hundidos entre nuestros planes de conquista: que ella todavía no sea tu novia, que sigamos pensando cómo podés hablarle, a dónde pueden salir por primera vez, qué sabor tendrá su segundo beso, quién podría comprarles un paquete de condones. Un ómnibus que pasa me devuelve a la lejanía de no encontrarte: yo estoy acá, pero vos no estás allá. Una ventana vacía. Una calle triste. Un recuerdo quieto. Sigo caminando.

miércoles, 1 de noviembre de 2017

"Explicar o narrar: vivir sin vivir o vivir lleno de magia"

“Yo estaba empeñado en no ver lo que vi… pero, a veces, la vida es más compleja de lo que parece”, escuché esta tarde cantar a Drexler. Y una vez más, comprobé que tiene razón en muchas de las cosas que dice. También, debo reconocer, recordé de inmediato aquel texto que escribí que decía algo así como “desenamorarnos: eso que no hacemos ni sabemos (ni queremos)”. Y por ahí viene la idea.

Existen dos formas de escribir: explicar o narrar. Los escritores vacíos –o mejor dicho, aquellos que pecan del pecado de llamarse a sí mismos escritores– suelen desarrollar la primera forma: explican hasta el cansancio, aunque traten de disimularlo bajo engorrosas metáforas que no conducen a nada, más que a una sensación autoconformista del que redacta. Las ideas no se conectan, sino que se vomitan. Los climas se ensamblan y no se respiran. Las imágenes se imprimen, pero no se ven. ¿Más claro?: es como si dos personas trataran de hacer el amor, pero sus cuerpos solo chocan sin entenderse. Los escritores que escriben son aquellos que narran: transportan al lector al cuarto en penumbras donde está por ocurrir el asesinato más estúpido del siglo veintiuno, contagian de cosquillas a los que leen que el Sol se levantó con hambre, abrazan en un beso de dos a un tercero que está leyendo desde la distancia del ir y venir de las hojas. Un escritor –que narra– nos hace vivir en y a través de la historia. El mundo, la existencia, un par de latidos: todo se impregna con el sentido que explota en un instante de tinta.

¿A dónde quiero llegar? Ya voy, ya voy: acá va. Así como existen dos formas de escribir –o de ser escritor–, creo que existen dos formas de vivir: explicando o narrando. Quizás para algunos aspectos de la vida no sea tan malo el vivir bajo el manto desamorado de las explicaciones: estudiar para un parcial, el primer día en un trabajo nuevo, al momento del examen de conducir, cuando el médico te explica cómo será la quimioterapia o hasta cuando tratás de elegir un paquete de arroz que te guste en el supermercado. El problema está en todas las tantas cosas que vivimos a través de explicar, cuando en realidad deberíamos dejarnos narrar.

¿Alguien se imagina explicando un amor a primera vista, el gusto de la merienda de una infancia llena de polvo, el momento en que los ojos de un hijo y un padre se encuentran por primera vez, el ritmo exacto al que latió un corazón cuando presenció el final de una película que lo colmó, el ángulo de una sonrisa que se enciende ancha al descubrir que tiene otra enfrente, la temperatura a la que hierve el estómago cuando una mala noticia llega a puerto? No: esas cosas no se explican, se narran.

Ahora, volvamos por un instante a Drexler: “Yo estaba empeñado en no ver lo que vi… pero, a veces, la vida es más compleja de lo que parece”. ¿Y si nos empeñamos en no ver todo lo que diariamente estamos explicando? Sí, claro que la vida es más compleja de lo que parece: no es tan sencillo darnos cuenta. Incluso, puede que nos demos cuenta y que prefiramos mirar para otro lado: a veces es más fácil explicar que narrar. ¿Cuántas veces escuchamos (y nos escuchamos) decir “no quiero pensar en eso”? No pensamos, no sentimos y dejamos que la vida se encargue de explicarlo y de encontrarle un lugar. Pero el problema está en que paulatinamente, un poco más todos los días, vamos relegándonos de la magia más cosquillosa que tiene esto de vivir: narrar.

Explicar nos va enfriando, nos hace dejar de sentir con la piel, de besar con el alma y de temer con el aliento. Quizás algunos lo prefieran, porque eligen arroparse en la comodidad de que la vida les pase por al lado, de que no les rompan el corazón, de que el helado no les queme por un rato las ideas, de que la lluvia no los moje, de que el hambre siempre tenga la misma solución. Pero si están acá, leyendo esto, seguramente no tengan miedo de pensar lo que haya que pensar, de darse cuenta de lo que no veíamos y de sentir de p a . Si es así, esa ya es una victoria.

Seguramente yo también llevo demasiado tiempo empeñado en no ver… pero ahora que lo vi, trato de verlo.

sábado, 28 de octubre de 2017

"Sobre los besos a la noche"

Dame uno, dos, tres y empecemos otra vez. Démosle la vuelta al tiempo y volvamos a contar desde cero: dame uno, dos, tres y empecemos de nuevo. Que la lluvia no nos moje. Que el frío no nos congele. Que las ideas no nos distraigan. Que la música no nos afloje. Que el reloj no nos separe. Que la rutina no nos condene. Que la gente no nos mire ni comente. Que la noche no nos arrebate las ganas de empezar una y otra vez.

Allí va uno y también vuelve otro. Girando van y vienen sobre sí mismos, como dos burbujas que hacen del aire un viento de jabón y sal, como dos jirones de primavera que se vuelven una sola cometa, como dos ritmos que laten al compás de un huracán, como dos hormonas que adolecen y nacen de nuevo, como dos palabras que se miran de oración a oración, como dos varetas que se enlazan a una misma luna, como dos chispas que suben, trepan y explotan engreídas en el cielo de diciembre. Allí van, como un par de besos envenenados por la magia de la noche.

Saltan de tu boca a la mía y de mis labios a tu cuello. También llegan las cosquillas, las mordidas, los espasmos y la piel erizada. Por allá aparece un temblor, un par de mejillas sonrojadas y los ojos se entrecierran. Una sonrisa asoma tímida, un labio se muerde a sí mismo y la espalda se contrae. El perfume se derrite, el Sol nos apuñala las entrañas, el ardor se vuelve temprana adicción y ya solo nos queda bebernos como dos deseos que se encuentran puntuales en algún rincón de la noche.

Y de repente, cuando la aurora despunta tibia en el horizonte de la ciudad, más allá de los edificios, el último beso grita victorioso: allí se fue otra noche que valió la vida.

jueves, 26 de octubre de 2017

"Una siesta"

Una siesta se llovió sobre mis ojos
una tarde en la que aún vivía,
la fresca hipnosis de latir lento
el desentendido olor de un beso fugaz
y el aliento siempre muerto del tiempo:
esa lluvia se robó todo lo que tenía
y me dejó perdido en la humedad estar solo.

Una siesta se trepó hasta mis ideas
un viento en el que no respiraba,
primero disparó contra el recuerdo,
después siguió por las novias pasadas
y al final también los días que no llegaron:
esas ideas solo sirvieron para nada
y me hicieron sentir que lo resolvían todo.

Una siesta se durmió en mis huellas
una vez en la que seguía despierto,
a paso lento, ya solo brotó la noche
hundida en una oscuridad tan triste
y ahogado en un cielo tan roto
que la sangre ya no valió nada y se fue:
ese sueño se fue tragando mis pasos
y se llevó mis huellas y mis vidas.

Una siesta
y desperté más despierto que nunca.

viernes, 20 de octubre de 2017

"Una nube viene... y yo me voy"

Una nube viene tan blanca
que con el gusto de un sol encandilado
cae del cielo como una respuesta
a todas esas preguntas melancólicas
que una vez nos robaron la vida
quitándonos tiempo y latidos:
allí lloverá todo lo que una vez dolió
y se irá tan lejos y tan hondo
que habremos de sentir que nada pasó.

Una nube viene tan gris
que todo parece estar a punto de salir mal
como una promesa de amor eterno
que no pasó de los dos diciembres
porque no tuvo el romántico coraje
de dejar que un beso lo valga todo
y que una pelea no lo valga nada:
allí morirá la inocencia mentirosa
que al fin entendió eso tan importante
de quererse antes para querer después.

Una nube viene tan negra
que ni el barniz de las poesías
podrá salvarnos con su magia elocuente,
viene tan maltrecha y venenosa
que el aire se empaña y el calor se enfría,
como uno de esos abrazos sin canela
que nos obligamos a regalar por compromiso:
allí vivirá muriendo y morirá viviendo
todo lo que pudimos haber sido y no fue.

Una nube viene
y yo me voy.

martes, 17 de octubre de 2017

"Tenemos que vernos más"

Lo miro, lo levanto en el aire, lo giro y lo analizo desde el reflejo encandilado del cielo de la mañana. “¿Y si girás más lento?”, le ruego en silencio. Pero nada. Sigue su curso. Y, al cabo de un rato, yo también sigo el mío.

Tecleo un par de letras de más y me veo obligado a borrar: cuatro espacios atrás. De repente, miro la blancura de la pared que descansa más allá de los bordes del escritorio. Y ahí me quedo unos minutos: pienso, pienso, pienso. “Tenemos que vernos más”, resoplo en mi cabeza. El cursor titila en su espera paciente mientras me desespero con calma. Vuelvo a teclear: cuatro espacios adelante.

Por primera vez en el día, tengo hambre. El mate me sabe a poco y el agua caliente ya me revolvió el estómago. Apenas pasa del mediodía, pero siento que muero por comer algo tan dulce como un viento de dulce de leche. “Nunca me animé a decirle que le quiero comer la boca”, sonrío y me achucho de solo pensarlo: no en decirlo, sino en hacerlo. Tomo otro mate y sigo trabajando.

La miro, la esquivo y al final sucumbo sobre sus encantos: me recuesto y me tapo con una manta. Una vez alguien me dijo que las siestas se duermen con la ropa con la que uno ya venía y sin abrir la cama ni tocar las sábanas. Aunque… también me han dicho que nadie puede sentirse así desde la lejana distancia de solo haberse visto un par de veces… Me doy media vuelta y cierro los ojos.

El tiempo no sonó a las nueve, pero la sensación agobiante de la oscuridad me despierta con la empecinada idea de que llego tarde. La ducha no me despierta y camino dormido. “Estoy soñando”, deduzco al recordar que estamos a un par de cuadras y unos pocos minutos de vernos. Solo en los deseos de vernos nos hemos visto sin restricciones. Cruzo la calle y abro los ojos.

La miro y busco sus labios.

–¿No me vas a decir ni “hola”?
–Ya dijimos demasiado.

miércoles, 11 de octubre de 2017

"Una frutilla"

El tiempo se nos escurrió
como una gota de limón
que volando va por el viento
hasta morir en los labios abiertos
de un amante sin excusas:
un día nos vimos y nos encontramos
tan llanos y tan ácidos
que el verano ya no sonrió.

El mundo dejó de querernos
como un niño que crece de golpe
y se siente grande en su (in)madurez,
tan grande y tan (in)maduro
que los abrazos ya no valen caramelos
y el Sol quiere ser temprana humedad:
la inocencia murió sin moralejas
así de triste como suena.

El amor preguntó por nosotros
como un periodista mal enseñado
que solo cuestiona desde el guion
y desde el compromiso de un mandón:
tanto y tan poco queda para decirnos
si hemos llegado malvivientes y desgarrados
al encuentro dulce de una miel de luna
que ya no grita ni brilla para dos.

Al final del tormentoso día
y en lo que se evapora este verso,
caeremos en la culposa cuenta
de que no fuimos más que una frutilla
en el plato de un hambriento error. 

sábado, 7 de octubre de 2017

"Lo que dolería por siempre… ya no duele tanto"

“Lo que dolería por siempre… ya se desvanece”, escuché cantar a Drexler esta mañana. Y no sé si en realidad se desvanezca o no, pero sí se que duele menos, mucho menos. Arde menos. Tira menos. Pincha menos. Me habla menos. Y hoy por hoy, con eso me alcanza y me basta. Porque no quiero una vida sin tormentas: prefiero vivir en ese instante siempre húmedo, escondido entre la bruma de una lluvia recién apagada y un Sol recién encendido.

Una vez escribí un par de palabras juntas que, en aquel momento, no tuvieron tanto significado como parecen tenerlo ahora: hay cosas que no se irán. Hay dolores que no se alivian. Hay sonrisas que no se achican. Hay amores que no se desenamoran. Hay lágrimas que no se secan. Y no creo que eso esté mal: al fin y al cabo, ¡qué triste sería si el tiempo no nos dejara marcas! Estamos llenos de huellas. Y eso solo significa una cosa: caminamos. Y si caminamos, vivimos. Y si vivimos, habremos entendido todo lo que está bien.

No voy a decir que todo está volviendo a estar en su lugar: no, no tendría sentido si fuese así. El mundo y la vida giran en sentidos que corren a destiempo. Nada vuelve a estar en su lugar, nada vuelve a ser como antes: las cosas, simplemente, encuentran otra manera de encajar entre sí. La conciencia se expande, el corazón hace lugar y la mente reacomoda sus prioridades. Un chocolate de película, un beso largo entre la arena que viene y va, una charla llena de preguntas, dos silencios sin ideas que se abrazan hasta volverse luna. Con eso alcanza. Una chispa: con eso alcanza. Una chispa que vuelva a encender la cálida sensación de sentirse vivo. Una chispa que nos entibie el alma tras la crueldad de un invierno marchito. Una chispa que nos susurre que vamos por el camino correcto. Una chispa que nos mueva algo allá adentro.

A fin de cuentas, lo que dolería por siempre… ya no duele tanto.

martes, 3 de octubre de 2017

"Una cuchara"

Y de repente,
entre el ir y venir del jabón
una redondez plateada
brilla un poco más que las otras,
me mira y no se resbala
me sonríe y no se calla
me ataca y no tiembla.

Y de repente,
una cuchara.

Me caigo y muero
sobre el recuerdo líquido
que todavía vive y cruje
entre sus huesos de metal:
allí están todas las excusas
y las horas de humedad
todas atadas en un mismo mandala.

Me caigo y muero
sobre una cuchara.

Ya nada será igual
por la culpa de un tiempo
en el que ni la sopa de gato
ni el oasis de un beso de sal
pudo salvar a los amantes
de la enfermedad de los vivos:
amarse sin escrúpulos ni mentiras.

Ya nada será igual
por la culpa de una cuchara.

Una noche sin gusto
te miraré siendo un recuerdo
desde la lejanía del que no olvida,
pero tampoco suelta ni abandona:
siempre desde el dolor marchito
de un hombre que se equivocó
por querer amar a pesar del ardor.

Una noche sin gusto
te miraré siendo una cuchara.

Y de repente
me caigo y muero:
ya nada será igual,
una noche sin gusto
una cuchara sin vos.

Apago la luz de la cocina
y cierro el cajón.

martes, 19 de septiembre de 2017

"Allí viene el viento de setiembre"

Allí viene el viento de setiembre
con ese aliento triunfal y herido
de un soldado que fue hijo de la Iglesia
y ahora busca la redención del Sol
por ser hijo del tiempo y no de Dios,
por ser nieto del hambre y no del perdón.

Allí viene el viento de setiembre
con las ganas de ser lo que nunca fue:
esa solución sin instructivos
que cae como aguacero sobre el desamor
hasta inundarlo todo con su magia,
esa que cura y también envenena
porque así es el amor cuando es real.

Allí viene el viento de setiembre
barriendo las cosquillas que quedaron sueltas
hasta incendiarlas tan alto en el cielo
que las nubes también sonríen cuando llueve,
después de todo y de tantos cuentos
¿qué es de vivir sin un poco de tormenta?
(mejor que se guarden la respuesta).

Allí viene el viento de setiembre
enredado entre cometas inmaduras
y vaivenes que van y vuelven a merendar
justo cuando el silencio se siente tan culpable
que la primavera madura y se indigna
al punto tal de que toma sus propias decisiones:
morir en lo dulce de la felicidad ajena.

Allí viene el viento de setiembre
y es para mí.