Ya casi es lo
suficientemente tarde como para empezar a ponerme nervioso. Bueno, “nervioso”.
No tengo ni tendría por qué estar nervioso. ¿De qué me sirve? ¿De dónde
vendrían esos nervios? Quizás no sean nervios; parecería ser otra cosa. Algo
más como… no sé. Es extraño. Sé que a veces me persigue durante el día, pero al
caer la noche es cuando más me inquieta. Porque allí todo comienza a perder el
sentido y a sentirse irreal.
Espero la noche. Desde hace
días que la espero. Porque sé que al caer el Sol comenzará la función: ese
espectáculo que noche a noche montamos hasta la madrugada. No puedo evitar
pensar en ese primer mensaje que abrirá el telón: ¿qué bobada vamos a decir
primero? Tarde o temprano, algo se nos ocurre. Y allí salimos. Con la noche
como único testigo de este juego hambriento y clandestino que nos invita a
mirarnos desde lejos. Vos acá y yo allá.
No sé a dónde vamos. Tampoco
sé si es bueno preguntármelo demasiado. He dejado que el viento me lleve hacia
donde vos quieras. O mejor dicho, hacia donde vos no quieras. Solo sé que
pregunto y escucho y que esos nervios, que no son nervios, aumentan. Algo se
enciende. Algo vive de repente. Algo en mí se olvida del mundo y de los demás.
Y solo puedo girar entre nuestros reproches tontos.
No lo entiendo. Tampoco
intento hacerlo. Simplemente es. Y lo
dejo ser hasta el punto en que sienta que nadie puede ser lastimado. Pero, al
fin y al cabo, ¿quién mide cuán profunda debe ser una brecha para herirnos el
alma? No lo sé, pero el tiempo gira entre los dos. Y cuando quiero acordar, la
noche viene de regreso. Y con ella, vos.
(*): escrito hace un par de años.
(*): escrito hace un par de años.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¡gracias!