viernes, 27 de diciembre de 2013

"Quiero decirte (a vos 2013)"

Quiero decirte (a vos 2013)
una, dos; un par
de cosas…
no te van
a gustar
a desagradar
a enamorar
a alejar.

Tus meses de verano se me hacen muy lejanos en el recuerdo nublado. ¿Enero? ¿Febrero? Poco recuerdo de ellos. El agua del Atlántico parece querer salarme el alma, pero apenas queda el gusto que anuncia que allí hubo hipertensión entre arena y lunas de carnaval. Alguna foto me golpea y me recuerda que tu verano fue momento de muchas y pocas cosas: comienzos y finales de un amor que se volvería un abrazo constante; días y noches de una playa desconocida que logró cautivarme y hacerme perder en mi mismo; tintes amargos que comenzaba a augurar un camino deshilachado; miedo e incertidumbre, ganas de colapsar sin aún comenzar.

Y aunque la túnica ya es un viejo y encajonado recuerdo, cada Marzo asoma entre moñas azules y cielos celestes esperando volverse blancos al viento. El sombrero de graduación, quedaba colgado en el perchero de la esquina y aquella ventana que se abría y nos dejaba asomarnos al futuro, allá por Marzo, se volvió puerta y nuevo camino. Un mundo nuevo asomaba en el cordón de la vereda. Miedo, esperanza, temor y coraje: todos mezclados y formando un único remache. Pero el comienzo es para comenzar: allá fui, de la mano con amigos y el viento… ese cómplice que a veces tira y otras veces empuja.

Abril de idas y venidas. Mayo de cumpleaños y nuevas conclusiones. Quizás, un Mayo que fue calma… antes de la tormenta. Junio: mes de lluvias suaves pero destiladas de una masa amorfa y sangrienta. El horizonte comenzaba a cambiar. Los cimientos y pilares que habían sido construidos hacía muy poco, luego de una vida maltrecha y pestilente, comenzaron a mostrar sus primeras fallas y así, dieron paso a los temblores de una estructura ideal al paladar, forzada a la costumbre.

Más de la mitad de tus días, se fueron entre mis dedos que se miraban desentendidos. Julio dio paso a lo que ya creía haber dejado atrás. Julio trajo a mi vida un estado que jamás creí volver a padecer. Un coma profundo azotó mi vida, mi arte y mi cama. Una vida posee muchas cosas que dañar: bienes, amigos, cualidades, sentimientos, recuerdos. Pero hay algo, que si se daña, la vida misma se detiene y llega el coma. Cuando las bases mismas de la vida, del hombre, son atacadas directamente en el corazón, todo se detiene y queda en pausa. El motor, no puede ser congelado y pretender que los engranajes sigan funcionando de memoria. El cáncer detiene, congela un alma y a todas las almas que viven unidas a la primera.

La vida ya dañada, volvió a sufrir el puñal en su estómago: quiebres de soles que aleteaban plácidos en el cielo de mis ojos. Una fractura que jamás sanaría por completo. Y una vez más, el temblor se siente en toda la estructura. La filosofía humanista se resquebraja y está a punto de volverse ceniza. Las estrellas se alejan por causas más propias que ajenas: fui razón y consecuencia. Desde allí, todo comenzó a ir barranca abajo.

fueron amigos, novias, enemigos:
abrazos, besos, guerras
que no sucedieron.

Pero lo peor, aún no llegaba. Agosto amaneció en silencio. El torbellino todavía estaba, pero se había callado para si mismo. La mismísima oscuridad llegó como un impulso hambriento a comerse lo poco que quedaba de mi fortaleza. Aunque alejados en cuerpo y no en alma, el adiós definitivo llegó como el golpe que da fin a la guerra: hubo un vencedor (y en esta oportunidad, no ganó ninguno de los dos). Yo perdí. Vos perdiste. Y el enemigo que ahora también vive en casa, nos ganó a los dos. La muerte vino sin que una pata de mono le avisase. La muerte llegó y re arrebató de mi vida. La muerte llegó y te invitó a irte con ella… y se fueron los dos.

Allí, perdí toda noción del tiempo y me olvidé de saludar. Caminaba sin dejar huellas. Ni horizonte, ni razones, ni ganas, ni esperanzas de colores. Allí comprendí que ya no podía solo y que solo estaba. Mi coraza de silencios y pocas palabras, ahora me aislaba del apoyo y las ganas de mejorar. Allí estaba… solo en mi mismo sin saber cómo dejarme ayudar.
Y cuando quedarse en la cama era mejor opción que salir y caminar entre la oscuridad, llegó una mano ajena que me tomó con fuerza y me cinchó hacia adelante.

El dolor, la angustia, las horas calladas tenían que salir. Y el silencio solo se cura hablando. Escuchándose a si mismo. Pensando en voz alta y también en flechas. Al principio forzadas, las charlas de sesenta minutos culminaron en conversaciones amenas y cálidas al alma. Desde las cenizas, no pretendía renacer ni volver construir, solo quería sanar. Y quizás, volver a empezar. Tenía que darme tiempo a mi mismo, escucharme, dejar de mentirme y darme calma. Porque allí, en mi mismo, estaba la fuerza y la esperanza que necesitaba más que nunca. Solo había que desempolvarla. Así pasó la primavera. Y como a mi me cuidaba, cuidé de un brote que encontré en la calle. Lo cuidé como si fuese mi propia alma. Día y noche velaba por él, sabiendo que velaba por mí al mismo tiempo. Y llegó noviembre y aquel mínimo brote que había encontrado solo en el medio de la calle, ahora era un tallo largo con varias hojas que descansaba en mi balcón.

El aliento a final comenzaba a sentirse por las calles de la ciudad y en el transcurrir de tus días. ¿Qué me llevaba? Nuevas caras que me sonreían desde la sinceridad. Profesores, nuevos compañeros, promesas de amistades y amores para pasar el rato. Noviembre dijo adiós rápido y dejó paso a Diciembre. Mes de las consolidaciones y ahora si, del renacer.

En este mes, comprendí muchas cosas. Por un lado, que todo este 2013, estuvo lleno de lágrimas pero que de esos día salados, algo debía guardar en mis bolsillos. Aunque al principio no veía más que dolor, luego pude ver la enseñanza. La vida nos va y nos viene. A veces tiene ganas de mirarnos lindo y otras, nos manda a dormir al sillón. Y está bien. Así debe de ser. Nadie la pasa más mal que nadie. Todos sufrimos lo que tenemos que sufrir y lo que nos hace sufrir. Nadie se va sin haber probado el dolor. Porque si alguien se va sin haberlo hecho, se habrá ido sin probar la vida.
El 2013 en su conjunto, es mi testamento a la palingenesia que está comenzando.

Solo resta decir gracias. No a vos. Sino a los que llegaron. Gracias, también, a los que se fueron, por haber pasado. Gracias por dejarme caer. Gracias por ayudarme a levantarme. Gracias por darme otra oportunidad. Gracias, por permitirme volver a brotar.


Te cierro en mi recuerdo y te mantengo cerca para no olvidarme de lo aprendido. Y me voy, diciéndome a mi mismo: AUNQUE SUSPIRES DE VEZ EN CUANDO… NO TE RINDAS.


jueves, 12 de diciembre de 2013

"Ella y Él: vienen y fueron"

Ella viene descalza
por entre arenas heridas
y pisando truncos jazmines
que el verano dio a luz
como simple consecuencia;
ella ha olvidado los milagros.

Él fue destilado
directo hacia la noche,
esquivando aventuras
y cerrando cerraduras;
previsor de la eternidad
él camina sin pisar
mira y decide no cruzar.

Ella fue princesa de un Cándido
en su más temprano ayer
y aunque olvida la suavidad
aún anhela la altura
de vivir lejos de la realidad:
allí no había cosquillas
de esas que vienen en la mugre.

Él viene buscando sin buscar
el dónde de los cuentos
que le leía a sus soles
cuando recién cosechados
le creían sus mentiras piadosas:
quizás allí estén esperándolo.

Ella se va
masticando sus propios huesos.
Él se va
atornillándose sus pecados.

Ella se fue
lentamente hacia el cielo.
Él se fue
en silencio hasta el portón. 

domingo, 8 de diciembre de 2013

"Testamento a la palingenesia"

No hay nada como morir
para volver a vivir.
Quizás ese sea
el único camino,
el más directo
y el más doloroso,
pero el único camino
que asegura luz
después del fin.

Hojas, letras y algunos libros
es lo único que redacto
y aconsejo conserven,
que no sean tomados
como regalos de un ya no está;
vivencias de un vida
que aún maltrecha
supo encontrar
la avenida al mar.

No hay nada como morir
para volver a vivir.
Dolores, tristezas, guerras,
todos bajo un mismo
y malherido sol de silencio
que conservado en si mismo
tragó heridas viejas
y las remachó con puñaladas nuevas.

Hundido, ligeramente frío
tendido sobre un colchón
que solo sabía de castigos,
allí dormí días y tardes
por no nombrar las noches
esas de pesadillas y sal
amargas al alma,
dulces al fin en si mismo.
Porque un duelo
debe sufrirse sufriendo.

Tal vez no haya
moralejas diluyentes
ni vasos mal llenados,
pero aquí, de frente
a un ataúd que espera
y a una vida que aguarda,
poco importa el resultado:
dolió y eso no cambiará,
ardió y eso nunca se irá.

Firmo y ensobro,
me miro envejecido
y con el alma resquebrajada
no por siete ni trece años:
toda una vida con el saco herido,
no saludo… no hay tiempo,
no respiro… no hay por qué,
no miro atrás… ellos, ya no están.
Entro y cierro,
me silencio vencido.

Abro y salgo,
miro a un lado
observo al otro,
toco el pecho y busco:
allí está el vacío
que ahora sellado
pero aún abismo
irá conmigo al mañana
directo a la vida
que me ha estado esperando.

No hay como morir
para volver a vivir.