lunes, 30 de enero de 2017

"Nuestra última carta"

Querida vos,

¿cómo estás? Habrás notado que comencé esta carta con un “querida”… porque es así, a pesar de todo y de tan poco, te quiero. No puedo olvidar que te amé ni negar que todos esos sentimientos vivirán para siempre en algún lugar de mi corazón. No fuiste una más ni una menos. Fuiste vos, con todo lo que eso significa. Así que, aunque te cueste creerlo, para mí, siempre serás querida.

Con lo poco que me queda de tinta, vengo aquí con estas letras para escribirte y escribirnos nuestra última carta. ¿Cómo estoy tan seguro de que será la última? Bueno, al menos será la última que escribo desde la humedad de este tintero… y quién sabe cuándo volverá a llenarse. Quizás algún día, tal vez nunca. No lo sé. Lo que sí entiendo es que, para poder sanar, debo dejarte ir. Y es precisamente eso lo que no he logrado hacer desde la última vez en la que hablamos. Por una cosa o la otra, no hubo día en el que no pensase en vos y no me cuestionase qué podía hacer para salvarnos… hasta que comprendí que allí estaba el asunto: llegó la hora de salvarme.

Tengo que cerrar el círculo. Dar vuelta la página. Cambiar de rumbo. Como quieras llamarle, pero tengo que hacerlo, en el sentido más vital de la palabra. Mi vida tal como la conocí depende de ello. No quiero decir con eso que “todo tiempo pasado siempre fue mejor”, pero sí creo que este que vive hoy en lo hondo de mi sobra… este sí soy yo, pero no quiero serlo. Y para eso, tengo que empezar otra vez.

Seamos claros y sinceros. Con esta carta no quiero decir que, una vez puesto el punto final, saldré por ahí a enamorarme en un abrir y cerrar de ojos (aunque ambos sabemos que me resulta bastante sencillo hacerlo). No. Al contrario. Ya lo mencioné en otras oportunidades, pero te lo recuerdo: he llegado a comprender que para querer, debo quererme antes. Y estoy convencido (y anhelo que así sea) de que ese será un largo camino. Y quiero caminarlo solo, aunque seguramente no exista otra forma de hacerlo.

Me descuidé, me dejé estar, me abandoné a la comodidad de ser amado y me olvidé de lo imperioso que es quererse a uno mismo. No sé qué hacer cuando estoy solo. Apenas recuerdo qué hacer para que la soledad no sea un martirio sino una oportunidad. El silencio me agobia y es aún peor cuando intento callarlo con voces ajenas. Este no es un adiós para siempre, pero sí es una necesaria y merecida pausa. No a vos, no a nosotros: una pausa al amor.

Quiero volver a entenderme. Quiero dejar de encontrarme triste tantas veces al día. Al menos, quiero encontrarme triste y descifrar los motivos. Quiero mirarme al espejo y poder sonreírme. Quiero escribir, escribir y seguir escribiendo. Quiero dejar de postergarme. Quiero dejar de no escucharme. Quiero quererme antes, pero amar después. Algún día.

Creo que olvidé darte las gracias. Quizás en el último tiempo me he dedicado a resaltar aquellas cosas tristes o negativas que quedaron humeando entre nuestras cenizas, por lo que he olvidado mencionar aquellas cosas por las que siempre tendré un grato recuerdo. Tuvimos muchas de esas lágrimas de sonrisas, claro que sí. Si el amor no es reírse juntos, ¿qué es? Compartimos un montón de noches de Sol y tardes de sábanas apuradas. Hicimos que muchos silencios se volviesen dulces en tan solo un par de besos. Construimos nuestro propio lenguaje y fortalecimos aquellas cosas que siempre admiramos del otro. Por todo eso, y las cosas que seguro me estoy olvidado de repasar, gracias.

Siempre voy a estar acá y vos allá. Yo para vos y seguro que vos para mí.

Si algo me enseñaste es a no mirar atrás con enojo… Prometo no hacerlo. Espero que no lo hagas. Y que siempre, siempre, siempre recordemos lo mejor de aquel nosotros: lo abrigador de nuestro amor sincero. 

Te quiero,
yo. 

martes, 24 de enero de 2017

"¿Y si solo me enamoré de tu enfermedad?"

Aunque no lo quiera admitir, quizás sea la gran verdad que envuelve a todo este asunto: todavía te extraño.

No sé qué extraño. Un par de sensaciones. La tibia humedad de algunos besos. Lo áspero de los silencios. Lo reconfortante de tu mirada. Y aunque parezca ilógico, siento que hasta algo en mí extraña esos abrazos llenos de angustia.

Creo que extraño lo que una vez fuimos, o lo que una vez quise que fuésemos. Extraño momentos, algunas tardes, ciertas noches, casi ninguna mañana. Extraño saciar las ganas de verte a cualquier hora, en cualquier circunstancia. Extraño que hablar con alguien no necesite de un resumen previo a modo de “escenas del capítulo anterior”. Extraño que me escuches, aunque no extraño todas las horas que pasé deseando escucharte y no decías nada.

No lo entiendo. No tiene sentido. Pero lo siento. Aquí, en ese mismo lugar que necesitaba aire porque apenas podía desperezarse. Hoy, algo quiere volver a ahogarse. Quizás sea el ardor que aún repica de aquel crujido eterno que soltó mi corazón al partirse. Tal vez sea esa imperiosa necesidad de querer volver a abrir las cicatrices para sentirme vivo por un rato, mientras la sangre cae y la herida saborea el viento.

No, no te extraño. No te extraño a vos ni a nosotros. Extraño lo que siempre quise que fuéramos. Extraño esa tonta ilusión que alguna sonrisa alguna vez alimentó. Extraño creer que todo va a estar mejor. Extraño soñar con un “para toda la vida”. Al fin y al cabo, nuestro fin significó que todo eso se fuera: me quedé sin nada que reparar, sin nada que curar, sin nada con lo que ilusionarme que podría mejorar.

¿Y si solo me enamoré de tu enfermedad? ¿Y si solo me encapriché con ese deseo de curarte y de lograr que estuvieses en paz contigo misma? ¿Y si en realidad lo nuestro no fue más que un tratamiento, en el que siempre quise que te curaras, pero… al final, la cura no fue más que un veneno para nuestro amor? Cuando supe que la sanación estaba tan cerca, asomando en el cielo de tus ojos… de repente, tuve que irme. O puede leerse de otra manera: cuando comprendí que ya no había tratamientos posibles que pudiese probar contigo, ya nada me quedó por hacer y comprendí que era tiempo de marcharme.

Extraño tus besos… pero solo aquellos que se vestían con la salada humedad de tus lágrimas recién caídas. 

domingo, 22 de enero de 2017

"Me cansé de vos"

¿Sabés qué? Me cansé de vos. Y me cansé de todo lo que hay en mí que tiene que ver con vos. Me asqueé de las huellas que dejaste en mis labios y de las cicatrices que dibujaste en mi pecho. Me harté de tus colores favoritos y de tus películas preferidas. Me superaron tus sueños y me desencantaron tus ideales. Me cansé de vos y de todo lo que tiene que ver con vos.

No quiero volver a saber de vos. No quiero olvidar que exististe solo para no volver a cometer el mismo error. No quiero escuchar tu voz ni en una llamada desde el otro lado del mundo. No quiero cruzarte de casualidad ni encontrarme con uno de tus parientes. No quiero tener que hablar con alguien que tenga tu nombre ni saludar a alguien que use tu perfume. No quiero volver a saber de vos ni de nada que tenga que ver con vos.

Si por esas cosas del destino, volvés a aparecerte en mi camino, tomaré el primer avión que me lleve lejos y, si es necesario, viviré dándole la vuelta al mundo para escapar de tu sombra. Si el trabajo decide unirnos en un mismo proyecto, tomaré mis cosas y la renuncia será inmediata. Si desde el fondo del ómnibus te veo asomar por entre la gente que sube, correré a la puerta y me bajaré de un salto. Si una misma noche nos encuentra en el mismo restaurante, me iré sin pagar la cuenta y correré el riesgo de terminar en el calabozo. Si el viento me trae tu voz y tus pasos se acercan bajo la humedad del verano, me volveré un vendaval tan áspero y maltrecho que arrasaré todo a mi paso hasta que el aire ya no hable. Si tu vida vuelve a acercarse a la mía, no dudaré en ponerle fin al borboteo caprichoso de mi corazón.

¿Te quedó claro? Por las dudas, te lo digo en tu lenguaje: no quiero volver a enamorarme ni nada que tenga que ver con eso.

sábado, 14 de enero de 2017

"Por favor, no respondas"

Querida vos,

¿qué tal? ¿Cómo estás? Espero que mejor que la última vez que nos vimos, incluso mejor que la última vez en la que hablamos. Antes de seguir, quiero pedirte un favor: por favor, no respondas esta carta.

Ayer, pasada la medianoche, me senté en el balcón y me quedé mirando el cielo. De manera instantánea, mi mente se puso a repasar el día que hacía tan solo unos minutos había terminado. Y de repente, me di cuenta de algo: ¡cuántas noches que llevo durmiendo en mi propia cama! Y eso, indefectiblemente, me llevó a pensar en vos, y en aquel nosotros que una vez existió. Ojo, que no se malentienda: no solo me acordé de las sábanas y sus nudos, sino de las charlas, las miradas y las madrugadas de series y aceitunas con morrón.

Una cosa llevó a la otra, y cuando quise acordar, ya tenía los auriculares puestos y estaba por reproducir tu música. Y lo hice. Y más me acordé. De nada sirve preguntarme bobadas como qué nos paso, porque la respuesta es más que evidente, pero igual me lo pregunto. Por momentos, recuerdo las sonrisas, los silencios y hasta cómo se sentía el aire cuando estábamos juntos. Sin embargo, ese mismo aire se vuelve pesado cuando recuerdo las no-sonrisas. Y todo se llueve en mi mente como una puñalada amarga que me recuerda todo lo que sufriste, sufrimos y sufrí. Y ahí recuerdo que el amor no alcanzó para salvarnos.

Tan lejos. Literal y musicalmente hablando. Se me hace complicado y extraño pensar en el presente y recordar los viajes que íbamos a hacer, los sueños que comenzábamos a plantar y las puertas que habíamos empezado a abrir. Me pregunto cómo nos hubiese ido en Machu Picchu. Si este verano habríamos vuelto a Piriápolis. Si detrás de tus lágrimas, por fin, asomaría una sonrisa de esas que vienen del alma. Igualmente, lo único que en realidad me pregunto y quisiera saber es cómo estás. Quiero creer que estás viva. Quiero creer que encontraste caminos que te hicieron salir adelante y te regalaron sonrisas. Quiero creer que la tormenta dejó de consumirte y que, por fin, lograste encontrar alguna luz entre tantos pesares.

Algo en mí siempre te tendrá presente y siempre se las ingeniará para traerte a mis pensamientos. Quizás todos los días, quizás de vez en cuando. No lo sé. Espero algún día cruzarnos. Espero que, entre la multitud, sepamos que no somos dos desconocidos. Y espero que puedas regalarme una sonrisa.

Apenas recuerdo el motivo de esta carta. Lamento decir que, tal vez, solo necesitaba hablar conmigo mismo. Como sea, donde quiera que estés, espero que algo u alguien te sonría para que recuerdes que siempre se puede estar mejor y que tocar fondo siempre será la oportunidad más firme para empezar otra vez.

Con sincero cariño,


yo.

viernes, 6 de enero de 2017

"A un quizás de distancia"

Tanta tinta roja
que nos envolvió en su humedad
y nos prometió historias
de esas que no tienen fin
de esas que no se entienden
de esas que solo tienen protagonistas,
y al final
todo se fue en una vuelta de página.

Tantos jardines
que con dulce dedicación
plantamos y cercamos
para verlos crecer juntos
para cuidarlos como nuestros
para esconderlos de los demás,
y al final
una lluvia de noviembre nos ahogó.

Tanto en un mismo tiempo
al punto que sin darnos cuenta
construimos nuestro propio lenguaje
uno que entre miradas dormidas
y silencios de ramblas secretas
nos arropó en lo tentador de la necesidad,
y al final
la adicción se curó sin pedir permiso.

Tantas promesas,
tantos sueños con nombre y apellido,
tantas tristezas barridas
y tantos cielos que se volvieron fotos,
tantas cenas y después desayunos,
tantas sábanas enredadas…
y al final
las palabras se hicieron vagos recuerdos.

Tanto…
y al final
así viviremos:
a un quizás de distancia.

domingo, 1 de enero de 2017

"Cambiar de rumbo"

No hace falta más
que dejarse ser viento
en la suavidad del aire de enero
que al compás de año nuevo
trae las piezas desabrochadas
de nuevos y azules rumbos.

No hace falta más
que volverse suspiro
en la verdad de un deseo
que anhela amores nuevos,
pero al final recuerda:
no quiero nada con nadie,
lo quiero todo conmigo.

No hace falta más
que aferrarse solo a los abrazos
en lo adictivo de una sonrisa
que sin preguntarlo dos veces
se encamina a volverse beso
y más tarde consejo.

No hace falta más
que arroparse en un acorde
en un instante de luz desinteresada
que siempre quiso ser noche
en la búsqueda de cenar con la Luna;
hasta que entendió que la tristeza
puede ser igual de hermosa.

No hace falta más
que cambiar de rumbo.