Aunque no lo quiera admitir,
quizás sea la gran verdad que envuelve a todo este asunto: todavía te extraño.
No sé qué extraño. Un par de
sensaciones. La tibia humedad de algunos besos. Lo áspero de los silencios. Lo
reconfortante de tu mirada. Y aunque parezca ilógico, siento que hasta algo en
mí extraña esos abrazos llenos de angustia.
Creo que extraño lo que una
vez fuimos, o lo que una vez quise que fuésemos. Extraño momentos, algunas
tardes, ciertas noches, casi ninguna mañana. Extraño saciar las ganas de verte
a cualquier hora, en cualquier circunstancia. Extraño que hablar con alguien no
necesite de un resumen previo a modo de “escenas del capítulo anterior”.
Extraño que me escuches, aunque no extraño todas las horas que pasé deseando
escucharte y no decías nada.
No lo entiendo. No tiene
sentido. Pero lo siento. Aquí, en ese mismo lugar que necesitaba aire porque
apenas podía desperezarse. Hoy, algo quiere volver a ahogarse. Quizás sea el
ardor que aún repica de aquel crujido eterno que soltó mi corazón al partirse.
Tal vez sea esa imperiosa necesidad de querer volver a abrir las cicatrices
para sentirme vivo por un rato, mientras la sangre cae y la herida saborea el
viento.
No, no te extraño. No te
extraño a vos ni a nosotros. Extraño lo que siempre quise que fuéramos. Extraño
esa tonta ilusión que alguna sonrisa alguna vez alimentó. Extraño creer que
todo va a estar mejor. Extraño soñar con un “para toda la vida”. Al fin y al
cabo, nuestro fin significó que todo eso se fuera: me quedé sin nada que
reparar, sin nada que curar, sin nada con lo que ilusionarme que podría mejorar.
¿Y si solo me enamoré de tu
enfermedad? ¿Y si solo me encapriché con ese deseo de curarte y de lograr que
estuvieses en paz contigo misma? ¿Y si en realidad lo nuestro no fue más que un
tratamiento, en el que siempre quise que te curaras, pero… al final, la cura no
fue más que un veneno para nuestro amor? Cuando supe que la sanación estaba tan
cerca, asomando en el cielo de tus ojos… de repente, tuve que irme. O puede
leerse de otra manera: cuando comprendí que ya no había tratamientos posibles
que pudiese probar contigo, ya nada me quedó por hacer y comprendí que era
tiempo de marcharme.
Extraño tus besos… pero solo
aquellos que se vestían con la salada humedad de tus lágrimas recién caídas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¡gracias!