¿Te acordás de aquella vez
en la que hablamos hasta la madrugada? Era verano, me acuerdo muy bien. Fue de
las pocas veces que me quedé en tu casa hasta tan tarde; quizás la única.
Hablamos de ella, de ustedes y un poco de nosotros. Teníamos hambre, pero la
conversación apenas nos dejaba respirar. Hablamos como solíamos hacerlo: tan
concentrados que parecíamos distraídos.
Recuerdo lo que venía
sucediendo. ¡Mirá que la sufrimos! Pero también nos reíamos. Nuestros amigos
jamás nos dieron la espalda. Y ya sabes quién siempre estaba para hacernos
sonreír con sus guarangadas. Éramos felices. Llenos de contradicciones y
sentimientos confusos, pero felices. Supongo que era porque teníamos cosas por
las que alegrarnos como buenas notas o haber pasado el último nivel en la
computadora. Ahora que lo veo en retrospectiva, estimo que éramos felices
porque nos teníamos el uno al otro. Y con eso, en gran medida, alcanzaba.
Recuerdo que la ventana
estaba empañada cuando me fui… Qué curioso, ¿por qué estaría empañada si era
verano? Tal vez… No… No puede ser. ¿Era julio? Hasta hace poco todo estaba tan
claro. Recuerdo que dormí en tu cama y tú en el sillón… y me tapé hasta la
cabeza. Era julio. No era verano. Estábamos en invierno; un invierno que rajaba
los vidrios. Pero sí era de madrugada, eso sí está claro.
Recuerdo que hablamos hasta
tarde… No puedo dudar de ello, porque esa fue la razón por la que me quedé a
dormir donde usualmente no me quedaba. Y hablamos de ella… y de vos y ella… y
de nosotros… ¿De qué hablamos, en realidad? Sé sobre quién hablamos, pero no
recuerdo ni una palabra de los que dijimos. “Arriesgate”, “No sé qué puede
pasar”, “Mejor no digo nada, vamos a dormir y mañana vemos”; recuerdo frases
como esas. Momentos sueltos que se unen lejanos. Pero no logro esclarecer a qué
llegamos: ¿qué hicimos? Bueno, sí, sé qué hicimos: recuerdo cómo concluyeron
las cosas. Pero no qué pasos exactos decidimos tomar. Es tan extraño… porque
éramos tan meticulosos. No lo entiendo.
Recuerdo que hablamos de
amor. El tema te tenía muy preocupado. Por eso nos quedamos despiertos hasta
tan tarde. Tenías que tomar una decisión; bueno, teníamos que hacerlo, porque en aquel entonces no dábamos un paso
que no fuera en conjunto. Era nada o todo por ella. Ella… Sí, ella… ¿Quién? ¿Te
acordás de quién hablábamos? Sé que hablábamos de una ella. Porque recuerdo tu rostro: tenías la mirada cansada y el
corazón resonando en tus mejillas. Pero no logro acordarme de quién hablábamos
con exactitud. No tiene sentido.
Recuerdo que hablamos hasta la madrugada. Nunca habíamos pasado tanto
tiempo juntos. Nunca… nunca pasamos tanto tiempo juntos. ¿Lo pasamos? ¡No puede
ser! ¡No me acuerdo! Hasta hace un instante tenía la certeza de que habíamos
estado ofuscados por horas en torno a discusiones infinitas, y ahora ni
siquiera logro establecer hasta qué hora lo hicimos. Quizás… No. Tal vez… Me
rehúso a creerlo. Pero solo quizás… quizás no hablamos. Quizás estuvimos en
silencio. O tal vez… ni siquiera estuvimos juntos esa noche.
Recuerdo… recuerdo cada vez
menos. Ahora solo tengo claro que tengo miedo a olvidarte. A olvidar lo más
básico de nuestros momentos: tu forma de hablar, los temas de conversación, los
lugares que frecuentábamos. Te olvido. A cada día que pasa te olvido un poco
más. Se borran nuestras charlas. Se borran nuestros abrazados no dados. Como un
montón de hojas de otoño… que un viento frío esparce por el aire y el tiempo.
Recuerdo… que aunque me
lastima el alma y no quiero hacerlo, igualmente te olvido.
¿Qué hago? ¿Me escuchás? ¿Te
acordás de mí…? Porque yo creo que no sé quién soy desde hace mucho tiempo.