martes, 26 de diciembre de 2017

Hasta siempre, querido blog: un nudo y me voy

Justo antes de ponerme a escribir esto pensé en la cantidad de veces que habré escrito “no sé” por estos lugares. Y eso mismo me veo obligado a escribir ahora: no sé por dónde empezar, no sé exactamente qué decir, no sé cómo despedirme. Bueno, sin darme cuenta, en realidad, ya adelanté de qué va esto: una despedida.

El año que viene –2018– voy a cumplir mis primeros diez años escribiendo –en el sentido más artístico y consciente de la palabra– de manera ininterrumpida: serán los primeros diez años que se cumplen desde aquellas primeras rimas amorosas, las letras para canciones que nunca tuvieron música o las novelas que hablaban de mis días como adolescente enamoradizo. Serán los primeros diez años (casi la mitad de mi vida) que llevo escribiendo para vivir y viviendo para escribir. Diez años encontrándome entre las letras y encontrándole sentido al mundo –que me rodea y me rodeó– desde las letras. Y de esos diez años, seis los pasé acá: en mi blog.

Llegué a principios de 2012, cuando cursaba mi último año de liceo. Y desde entonces, pasaron miles de cosas: empecé la facultad, perdí a mi mejor amigo, luché contra el cáncer de mi madre, me ennovié, empecé a trabajar, me separé, cambié de trabajo, me ennovié otra vez, me volví a separar, me recibí y aprendí a estar solo. Acá también lloré, mucho; soñé con cosas que no pasaron y con otras que sí, soñé con cosas para los demás y algunas solo para mí; me peleé con mis amigos y los mandé lejos, aunque después con algunos me reconcilié; descubrí que tenía que ir al psicólogo, sentí que tenía que dejar de ir y luego volví a sentir que tenía que volver; sentí cómo el periodismo estaba empezando a matar a los soles de mis poemas, pero pude separarlos y guardarlos en cajones separados; dediqué un montón de cartas, poemas y cuentos: algunos obtuvieron respuestas, otros indirectas y un par no recibieron más que unos ojos llenos de lágrimas silenciosas; crecí, aprendiendo de mis errores y repitiendo una y otra vez los mismos tropezones; me enamoré y desenamoré sin en realidad amar tantas veces que no podría enumerarlas; lo cerré una vez sola, sin saber en realidad por qué lo hice; y sobre todo, le escribí al Sol, tantas veces como mi alma me lo permitió.

En este blog está una parte enorme de mi vida. Un motón de años, meses, semanas y días. Un abanico innumerable de sentimientos y de experiencias. Algunas inventadas, otras tantas vividas o vividas a medias. Acá hay mentiras, verdades, delirios, quejas, sonrisas y horas llenas de terapia de palabras. Este es mi álbum, mi espejo sin tiempo, mi soundtrack siempre en bis. Este lugar es el mejor espacio para leerme y entenderme, para leerme y no entenderme. Y todo eso solo puede resumirse de una manera: esta fue mi manera de escribir el Sol durante seis años.

No estoy diciendo que vaya a dejar de escribir el Sol, no, mentiría si dijera eso. El Sol vive en todo lo que escribo, pienso o siento: ese calor siempre late en mí y en todo lo que hago. Pero, después de seis años, llegó el momento de hacer un nudo. Y no hay otra forma de explicarlo: aquí termina esta pila enorme de letras y exactamente al lado comenzaré a apilar otra. Este blog recibe un nudo que no es más que un signo que considero necesario para poder dar un salto y recorrer caminos nuevos.

No voy a dejar de escribir: no podría elegir hacerlo y me arriesgo a decir que ya no creo que alguna vez vaya a poder dejar de hacerlo si pretendo seguir viviendo. No voy a dejar de ver el mundo a través de mis lentes enormes, ni voy a dejar de adjetivar de las maneras raras en las que lo hago. Y no: tampoco voy a dejar de usar las comas como se me cante (aunque dicen que ahora lo hago mucho mejor).

Antes de darle el último tirón al nudo, me gustaría hacer algo que no puedo obviar –ni quiero hacerlo–: necesito dar las gracias. No sé quién inventó Blogger o la posibilidad de crear estos blogs, pero a esa persona le debo un gracias inmenso. Gracias a todos los que alguna vez pasaron por acá y me prestaron sus ojos por un rato. De verdad: gracias por leerme. Pero gracias, en serio. Por leerme de forma desinteresada. Por leerme para chusmear. Por leerme por curiosidad. Por leerme para conocerme. Por leerme para leerle a alguien más. Gracias por haber estado ahí. Gracias por bancarse mis diseños horribles y también por disfrutar de los que quedaron más o menos pasables. Gracias por escuchar cada canción, por abrir cada foto, por comentar cuando había ganas y por callarse cuando no había nada que agregar. Gracias por seguirme en Facebook y por retwittearme de vez en cuando. Gracias por acordarse de mí y de este espacio cuando alguien les hablaba del Sol. Gracias por haber estado desde el principio, por haberse sumado durante el camino o por estar acá ahora para despedirnos.

No voy a negar que me siento un poco triste, nostálgico e inseguro, pero ya lo medité bastante y llegué –sin marcha atrás– a tomar la decisión de hacerlo. Me voy, con la alegría de haberme refugiado durante seis años en un lugar hermoso, que me abrió sus puertas y que logró ser un canal para que yo pudiera llegar al corazón de muchos. Me voy, feliz de haber coincidido por unos minutos en este link. Feliz de saber que voy a seguir escribiendo. Feliz porque vienen cosas nuevas. Feliz porque este nudo lo hago sin dolor, sin rencor y sin ardor.

Fue la frase que inspiró este blog y un modo de ver el mundo que me acompañó –y acompañará– durante mucho tiempo, así que no puedo no cerrar esta despedida sin escribirlo acá por última vez: el Sol siempre vuelve a salir.

jueves, 21 de diciembre de 2017

"¿Vamos a comernos el mundo?"

¿Vamos a comernos el mundo
al ritmo de un diciembre sin verano
que solo respira de noche
y que solo regala si le regalan,
pero vamos, en serio,
a comernos el mundo
antes de que el viento sople?

¿Vamos a comernos el mundo
con las manos todavía sucias
con el polvo aventurero
de los que viven sin reloj
y aman sin miedos ni reproches,
vamos a comernos el mundo
sin tomar ni una sola foto?

¿Vamos a comernos el mundo
mientras las luces todavía parpadean
entre un rojo que va hasta el azul
y vuelve más verde y más sonriente
debajo de un cable que alguien enredará
para que otros desenreden mañana
cuando nos comamos el mundo
enredados en nuestros propios nudos?

¿Vamos a comernos el mundo
sin pensar, sin hablar, sin mirar:
directo a eso que sí queremos
directo a por eso que sí extrañamos
directo a esto que sí buscamos
como se buscan dos niños
bajo la misma cometa
que volará alto y lejos, y que no bajará
hasta que no se hayan comido el mundo?

¿Vamos a comernos el mundo
o a dejar que el mundo nos coma?

miércoles, 13 de diciembre de 2017

"Gracias, perdón y hasta siempre: en ese orden"

Te quiero,
un poco de mí todavía te ama,
te quiero
como un asesino a su víctima
como un relámpago a su cielo
como un libro a su lector,
te quiero
a sabiendas de que te amé
de que te lloré
y también te busqué:
sí, tarde, tal vez,
pero te busqué
cuando tu corazón era de piedra
y tu alma una lágrima sola;
igualmente,
hoy te quiero
y hoy solo me queda
mirar para adelante.

Te enamoré,
me enamoré.
Te busqué,
me encontraste.
Te salvé,
me salvaste.
Te escribí,
me dibujaste.
Te hice el amor
y me lo hiciste.
Te soñé,
me soñaste.
Te enseñé,
me enseñaste.
Te sufrí
y me sufriste también.
Te dejé,
me buscaste.
Te abandoné,
me gritaste.
Te alejé
y al final te alejaste.
Me acerqué otra vez
y ya no estabas ahí.
Volví
y te espanté.
Me voy
y ya te fuiste.

Estos son
y mañana serán
lo que desde ahora
sí me animo
y confío en llamar
los últimos
de tantos versos:
aquí queda mi corazón
mis lágrimas
mis latidos truncos
y mis besos sin entregar,
aquí vienen a morir
los días que no
las cartas que sí
los silencios y los tal vez.
Estos son
desde este minuto
y desde este renglón
los últimos que te escribo
el último Sol que elevo
y pinto ya sin tinta
en lo que queda sin ahorcar
de nuestro cielo gris,
ese que una vez fue blanco
y otras violeta,
pero estos sí son
los últimos versos
las últimas palabras
las últimas letras
y el último para vos.

Gracias,
perdón
y hasta siempre:
en ese orden.

miércoles, 6 de diciembre de 2017

"En tan solo un par de días..."

En tan solo unos días, en unas cuantas horas, en lo que un par de soles bajan y otros suben…  todo cambiará: mi vida está a punto de cambiar para siempre. Porque sucederán cosas. Porque algunas otras no sucederán. Y porque haré que otras cosas se vayan sucediendo con el correr de las semanas. Sea como sea, mi mundo tal como lo conoceré hasta dentro de un par de días más, dejará de existir. Dejará de latir al ritmo que lo ha venido haciendo. Dejará de hablarme en el lenguaje que ha venido hablando. Dejará de girar en las únicas direcciones que conocía hasta ahora. Pase lo que pase, todo será diferente desde entonces.

Raro: sí, muy raro. Diciembre suele ser un mes para cerrar, para hacer balances, para planificar, para desear para adelante. Para quedarse quieto y mirar para atrás y proyectar hacia el futuro. Y ahí está lo raro: en pocos días, mi diciembre no será un diciembre como los demás (o como el de los demás). A diferencia de todos los años que ya he vivido, este diciembre no será de miradas en retrospectiva ni de autoevaluaciones. Llevo un año haciendo eso: todo el 2017 fue de pensar, reflexionar, mirar desde diferentes ángulos las mil y un cosas que me pasaron antes y en el presente que iba viviendo día a día. Y eso llegó a su fin. Llegó el momento de terminar el año. Pero antes de que termine, empiezan un montón de cosas: al menos, de eso me voy a encargar y haré todo lo posible para no defraudarme.

En pocos días, pase lo que pase, empezaré de cero: empezaré otra vez, empezaré cuando todos deciden que es momento de terminar, empezaré sin mirar atrás, empezaré con los pies bien puestos en la tierra, empezaré con el alma emparchada y con los ojos todavía salados. En tan solo un par de días, un relámpago caerá furtivo sobre mi vida: y todo, todo se llenará de luz, de energía, de razones y de motivos. Pase lo que pase, ya nada será igual, ya nada será como lo conocí hasta hoy, ya nada tendrá el mismo sentido. Me atrevería a decir que mi propia existencia habrá pegado un salto tan alto que por momentos habré de desconocerme a mí mismo. Y no, no quiere decir que ahora esté tan alto como alguna vez soñé: no, al contrario. Si he de saltar tan alto es porque he llegado al borde del abismo y de las profundidades más hondas y oscuras que alguna vez creí conocer con mis propios ojos y vivir con mi propia alma. Voy a saltar para poder subir.

No tengo miedo. Y tampoco estoy triste al respecto. Este 2017 ya tuvo demasiados miedos, ya tuvo demasiadas tristezas. Muchas, demasiadas, vividas en silencio. Tragando saliva. Tragando desamores. Tragando tragos intragables. Y no me arrepiento. Y no los borraría ni con el codo. Fueron, pasaron, me dejaron lo suyo y ahora tienen sus valijas prontas y sus boletos en la mano. Se van. Se van para quizás algún día volver, con otras ropas y otros rostros.

El reloj me mira y la cuenta está a punto de llegar a su fin… mejor dicho: el reloj me mira y sabe que después de este largo letargo, por fin volverá a andar. El tiempo volverá a girar. El cielo volverá a ir y venir. La noche volverá a dormirse tranquila. Y las palabras volverán a charlarse. Ya nada será igual. Ya todo será diferente. Ya todo será.

Estoy listo, con el corazón en la mano y el alma abierta de par en par. Y no, no tengo nada que reprocharme, reprocharte o reprocharle. Ya está. Ya casi todo termina y ya casi todo comienza.

En tan solo un par de días… Ahora solo me queda esperar.

martes, 5 de diciembre de 2017

"Ya casi es lo suficientemente tarde como para empezar a ponerme nervioso" (*)

Ya casi es lo suficientemente tarde como para empezar a ponerme nervioso. Bueno, “nervioso”. No tengo ni tendría por qué estar nervioso. ¿De qué me sirve? ¿De dónde vendrían esos nervios? Quizás no sean nervios; parecería ser otra cosa. Algo más como… no sé. Es extraño. Sé que a veces me persigue durante el día, pero al caer la noche es cuando más me inquieta. Porque allí todo comienza a perder el sentido y a sentirse irreal.

Espero la noche. Desde hace días que la espero. Porque sé que al caer el Sol comenzará la función: ese espectáculo que noche a noche montamos hasta la madrugada. No puedo evitar pensar en ese primer mensaje que abrirá el telón: ¿qué bobada vamos a decir primero? Tarde o temprano, algo se nos ocurre. Y allí salimos. Con la noche como único testigo de este juego hambriento y clandestino que nos invita a mirarnos desde lejos. Vos acá y yo allá.

No sé a dónde vamos. Tampoco sé si es bueno preguntármelo demasiado. He dejado que el viento me lleve hacia donde vos quieras. O mejor dicho, hacia donde vos no quieras. Solo sé que pregunto y escucho y que esos nervios, que no son nervios, aumentan. Algo se enciende. Algo vive de repente. Algo en mí se olvida del mundo y de los demás. Y solo puedo girar entre nuestros reproches tontos.

No lo entiendo. Tampoco intento hacerlo. Simplemente es. Y lo dejo ser hasta el punto en que sienta que nadie puede ser lastimado. Pero, al fin y al cabo, ¿quién mide cuán profunda debe ser una brecha para herirnos el alma? No lo sé, pero el tiempo gira entre los dos. Y cuando quiero acordar, la noche viene de regreso. Y con ella, vos.

(*): escrito hace un par de años.

sábado, 2 de diciembre de 2017

"Un día te llegará una carta"

Un día te llegará una carta que se dará de bruces con tu realidad inmediata. La mirarás de frente, la darás vuelta una y otra vez, leerás varias veces el destinatario y antes de abrirla ya sabrás todo lo que dice y quién la firma. Y en ese momento hasta tendrás claro qué responder sin siquiera haber visto las últimas dos palabras del renglón final.

Un día te llegará una carta que cambiará todo para siempre o que no habrá significado más que el gasto innecesario de un pedazo de papel y unas tiras de cartulina. Allí dirá todo lo que durante tanto tiempo esperaste y todo lo que ya dejaste de esperar.

Un día te llegará una carta y te sentirás poco sorprendida por su arribo a tu buzón. La fecha, la hora y el lugar ya los tendrás más que sabidos. Los involucrados, los desentendidos y los enamorados… a todos los tendrás bien conocidos. La ropa, el perfume y hasta el peinado: todo te resultará familiar en tu proyección de lo que podría suceder.

Un día te llegará una carta que irá cargada con el deseo imperioso de que no la respondas. “No respondas, por favor”, dirá el texto en alguna parte. Y recordarás tus propias palabras, tus propios deseos lejanos y tus propios miedos todavía frescos.

Un día te llegará una carta y la abrirás. Confirmarás la identidad de quién la envía, confirmarás el motivo –la cita, con la fecha, el lugar y la hora que ya sabías–, confirmarás las últimas dos palabras del renglón final –“te amo”– y confirmarás todo lo que ya tenías confirmado desde antes de abrirla, desde el “no respondas, por favor” hasta la presencia inamovible de todo lo que esperabas, pero ya dejaste de esperar.

Un día te llegará una carta que hará de tu estómago un bullicio de décimas de diciembre. Te enojarás, gritarás, sonreirás, mirarás el cielo rojo y sabrás exactamente qué hacer: esa respuesta que siempre supiste que algún día habrías de afrontar.

Un día te llegará una carta. Y sabrás que es mía.