Querido alguien,
esta es una carta sin
destinatario; y si preguntan, seguro tampoco tiene remitente. Porque no soy yo
el que escribe. Es alguien. Un sujeto que ya no sabe cómo decir las cosas.
Alguien que puede pensar las palabras pero no sabe cómo ordenarlas, ni cómo
decirlas. Así que este, el que aquí escribe, definitivamente no soy yo. Que
quede claro. Y esta carta no está dirigida para vos, ni para vos, ni para vos.
Estoy quebrado. Y no me
refiero a la falta de dinero, ni a que alguien me haya recomendado estar con la
pierna en alto. Tengo el alma dividida no en dos, ni en seis, sino en tantas
partes que no quiero contarlas. En realidad, quizás el problema sea que no
puedo contarlas. Es como si cada una de esas partes se hubiese ido tan lejos
que no puedo reconocerla. Cada persona, cada momento, cada célula de tiempo se
quedó con una parte de mi vida; y hoy, aquí, destrozado, no sé por dónde
empezar a buscar. No sé dónde buscarme. Y tal vez el problema no es que esté en
demasiados lados, sino que no estoy en ninguna parte.
Ya lo mencioné: este no soy
yo. Aunque creo que el mayor de mis problemas es ese: creer que este no soy yo.
¿Quién es el que no puede tomar entre sus manos el amor más sincero y dejarlo
fluir hasta que se vuelva sangre? ¿Quién es el que se oculta en su propia
mentira para hacerse del mundo un lugar mejor, olvidándose de que a cada engaño
se vuelve peor? ¿Quién es el que nunca se conforma con el universo que vive a
sus pies? ¿Quién es el idiota que estando vivo, solo piensa en los beneficios
de la muerte? Me da miedo creer ese sea yo; pero en el fondo, creo estar muy
seguro de serlo.
¿Qué es la madurez? No lo
sé. Y si lo supiese, tampoco sé de qué me serviría. Así como no sé de qué me
sirve tenerla colgando de mis ojos. Siempre escuché que los ojos son la puerta
al alma: y si lo primero que la gente piensa cuando me ve es “¡qué maduro!”,
solo puedo pensar “¡qué tristeza!”. Si mi alma solo es capaz de hablar sobre la
parte dura del camino, esa que me hizo crecer de golpe, ¿de qué valieron tantas
lágrimas de aprendizaje y moralejas? Si no puedo estar lleno de alegrías,
sueños, aventuras… y de inmadurez, ¿de qué vale la vida? ¿Acaso ser maduro me
ayuda a amar? ¿La madurez es capaz de hacer que un abrazo me cambie el día? ¿La
madurez me puede llenar de felicidad en tan solo un segundo? ¿Ser maduro puede
darme alguna de las cosas por las que vale la pena vivir? No lo creo.
Tal vez me habré equivocado
una y otra vez en las maneras en las que he dejado que me amen. Pero no puedo
creer haber sido tan idiota de haber hecho mal lo único que creía que hacía
bien: amar. Siento que he amado de la manera menos amante que uno puede amar:
amando en el futuro. Pensando en el mañana. En lo que vendrá. En lo que la otra
persona sentirá. Y en lo que sentiré. Así no se puede amar. Si no se ama con
los pies puestos en el presente más cercano, en el beso del ahora, en el
cosquilleo del estar juntos en cuerpo y alma, entonces ¿qué se hace? No lo sé.
Pero aunque pique como amor, ese no es el amor que yo quiero. Quiero amar
amando el momento. Amar sin restricciones. Amar sin moralejas. Quiero un amor
inmaduro. Uno que me golpee hoy y hoy mismo me acorrale entre la humedad del
perdón. Quiero un amor que no tenga miedo de terminarse y que simplemente viva
por amar hoy, hoy y hoy. Quiero que mañana sea ahora. Y que así, como vital
consecuencia, amar hoy, sea amar mañana. Solo así vale el amor.
Recuerdo que esta carta no
tenía remitente ni destinatario. Pues bien, ahora lo tiene. Esta carta es de mi
parte y va dirigida hacia mí. ¿Me escuchás? Sí, vos. Tenés que dejar de
escapar. Dejar de escaparte. La vida te da la oportunidad de encontrarte y no
volver a perderte. Es el momento de comenzar a ser sincero y a vivir en el
presente. Llegó la hora de que de soñar se transforme en vivir. Y que vivas
hoy. Ahora. En este preciso momento. Llegó el momento de mirarte a los ojos y
que con las pocas agallas que te quedan, puedas decirte toda la verdad: este
que está aquí, pensando en todo lo que ha hecho mal, y viviendo en el pasado
del error, ese, este, no sos vos. No soy yo. Porque yo solo vivo en el
presente. Y todo esto no ha sido más que pasado y un casi futuro. Y yo, no soy
más que un aquí y ahora, que por más que amenace a cada segundo con hacerse historia,
siempre vuelve a hacerse presente.
Solo voy a decirte una cosa
más: no te atrevas a responder esta carta si no tenés la certeza de que vaya a
recibirla hoy mismo; porque no sé si estaré vivo mañana. Y tampoco creo que
valga la pena estarlo.
Sin más que decir,
¿yo?