sábado, 9 de julio de 2016

"¿Cuándo nos volveremos a ver?"


¿Qué me queda por escribirte? ¿Qué me queda por decirte? ¿Acaso ya no lo he dicho todo? Creo que inventé las mil y un maneras de decirte las cosas que quería decirte, en los más diversos y enredados lenguajes, que se volvieron un desafío hasta para los más adictos a la semiosis ajena. No creo que ya nada pueda sorprenderte, porque no me creo capaz de volver a reinventarme en el intento de demostrarte todo lo que siento por vos. Sin embargo, este, a su manera, no es más ni menos que otro intento de ello.

Anoche, casi sin darme cuenta, me encontré sonriente mientras volvía de la oficina. El frío silencio de la noche se me pegaba a los pulmones, pero la sonrisa seguía cálidamente congelada en mis pensamientos. Allí estabas vos, con tu pelo más corto y tus uñas despintadas. Allí estabas vos, todavía cargando con el aliento de nuestro último beso. Allí estabas vos, sosteniendo el Sol entre tus manos para hacer de la cama un infierno que se vuelve nuestro más dulce hogar.

A veces nos miramos y nos preguntamos cómo y cuándo llegamos a enamorarnos tanto. Éramos dos completos desconocidos que, de repente, se conocieron; en realidad, dos conocidos que volvieron a conocerse. Estabas allí y yo más acá. Bajo una misma atmósfera, respirando el mismo viento y quejándonos de las mismas cosas, pero a kilómetros de distancia. Y no precisamente en términos de distancia física. Fuimos a destiempo. Una vez, el reloj amenazó con abrocharnos a su juego. Sin embargo, aquella fue solo una coincidencia que pasó desapercibida. No era el momento. No era el lugar. No era el tiempo exacto. Y así como esa vez no lo fue, un día, sin darnos cuenta, las redes del tiempo nos anudaron en un mismo cielo. Y fue. Y pasó. Y pasa. Y ahora, acá estamos.

¿Qué hubiera pasado si no hubiésemos coincidido en aquel había una vez? ¿Hoy estaríamos acá, así y ahora? Nuestra historia, y no es por sacar cartel, tiene una enseñanza que va mucho más allá del amor: se trata del tiempo y de la vida misma. ¿Cuántas veces nos lamentamos porque algo no llega, porque algo no nos sale o porque algo no dura el tiempo que querríamos que durara? Sin embargo, las cosas que tienen que suceder, sucederán. Las cosas que tiene que pasar, pasarán. Y las cosas que tienen que venir, vendrán. Aquel no fue nuestro tiempo. Pero este presente es más nuestro que nunca. Nunca nos habíamos sentido tan vivos, tan urgentes, tan presentes.

A veces me preguntás que por qué me extrañás tanto si acabamos de vernos. Yo te pregunto: ¿cómo no vamos a extrañarnos y a sentir que cada segundo separados son días sin vernos si, en realidad, pasamos casi cuatro años de nuestras vidas sin vernos? Claro, seguramente me vas a decir que no fueron “sin vernos” porque, en realidad, no nos habíamos visto. Pero lo cierto es que sí nos vimos, sí coincidimos en un mismo lugar y tiempo, y sí fueron años sin vernos. Porque la oportunidad se nos plantó delante de las narices, pero no supimos verla. Entonces, el reloj jamás irá con nosotros, porque nos robó un montón de días, meses y años que podrían haber sido nuestros, pero que, por un simple desliz de tiempo, no lo fueron.

Entonces, cada vez que llegue la hora de despedirnos y sintamos que comenzamos a extrañarnos, la pregunta no tiene que ser por qué nos extrañamos tanto, sino: ¿cuándo nos volveremos a ver?