No pienso teorizar sobre lo que es escribir, y menos que menos, sobre
quien realiza el arte de escribir, pero si pretendo dejar en claro lo que uno
no debe dejar de obviar cuando se cuestiona qué es ser un escritor.
Primero que nada, un escritor no es. Un escritor no es fácil, es alguien a
quien le gusta hacerse las cosas lo más difíciles posibles. Por ejemplo, si
está feliz, pretende definir qué siente, y cuando ya lo hizo, pretende decirlo
de otra manera, y cuando ya hizo lo último, vuelve a la primera escritura y se
da cuenta que fue la mejor y deja de lado las otras. Como ahora solo le importa
la primera, trata de buscarle otro sentido, de hacer creer que está triste para
al final demostrar que está feliz. Aún insatisfecho, cambia las palabras y
busca los sinónimos más rebuscados e incomprensibles posibles. Y así, cuando
sus versos sólo los entiende él, borra todo y deja la hoja en blanco. La mira.
La mira tan en blanco como su mente cuanto más se esfuerza en escribir lo que sintió.
La mira tan blanca como el abismo que desea ser colmado y no caber en si mismo.
Y al fin y al cabo, cuando ya no tiene motivos y comenzaba a olvidarse de
aquella hoja en blanco, la toma, la escribe y queda satisfecho con su obra.
Un escritor vive en si mismo casi todo el día. Apenas sale para apreciar
aquello que valora, y, tan inconscientemente como sea conscientemente posible,
busca que lo inspire. Imagina pero no anota por miedo a no dejar resumido el
sentido que pretende realmente darle.
Un buen escritor es albañil, carpintero, electricista, sanitario, pintor,
escultor, ingeniero y arquitecto. Arma cada pieza del mundo que crea. Desde lo
que está escondido dentro de las baldosas hasta los deseos que el personaje ya
cumplió.
Un escritor se alimenta de letras y versos ajenos, pero nunca se llena.
Jamás podrá decirle que no a un monosílabo que sea separable en tres y nunca se
quedará inmóvil ante una palabra que desconoce. Siempre aventurero, se perderá
en si mismo y hará que le cueste encontrarse.
Un escritor no acepta el empate técnico y siempre buscará la guerra entre las
sinalefas y la paz en la tierra.
El individuo que se haga llamar escritor estará equivocado de p a pa.
Un escritor no puede autodenominarse. Al nacer, no elegimos nuestro nombre. Hay
alguien, un tercero, ajeno y a veces no tan ajeno a nosotros, que elige y así
nos llamamos. De esta forma, un escritor nace siendo un individuo que se siente
igual a los demás, pero que los demás, lo discriminan. Aquel que se sienta y
arma las letras dándoles gusto a sal con azúcar, es calificado como escritor.
Un escritor tiene una antagonista desde el origen de los tiempos. Es
siempre la misma desde que aprende a decir letra por letra sin titubear hasta
que muere y ya no la busca más. Es mujer, sin dudas. Amarga, enojona y
caprichosa. Pero dulce, simpática y muy ruidosa cuando convives con ella. A
veces viene de vestido y deja que le acaricies las piernas, pero a veces, cuando
se da cuenta que su relación jamás será formal, te deja tumbado en el suelo y
con las ganas de no haber abusado de su bondad: ¡qué herida que deja la
inspiración!
Un escritor vive en coma, y cuando la inspiración lo besa, brotan los
suspiros eléctricos desde su corazón acelerado.
Un escritor no escribe mientras vive. Un escritor vive mientras escribe.
Y así lo mismo con el tiempo; un escritor no escribe cuando tiene tiempo, un
escritor tiene tiempo cuando las ganas de escribir lo sueltan.