El cambio en la rutina de cada hora, está más cercano y es aún más sencillo de
lo que la mente puede querer creer. Quizás te esfuerces en comprarte una cena
para dos con velas incluidas… para terminar disfrutándolo solo en un mediodía
oscuro que se esconde en tu apartamento vacío. Quizás este día te maquilles un
poco más y al otro un poco más, y así al día siguiente y al siguiente, pues en
la búsqueda de otra alma que parezca, a simple y corta vista, encajar en tus
pupilas y con suerte en tu habitación, encuentras tu felicidad.
Tal vez ayer o pasada esta tarde lo intentes. Siempre anhelando una gota
de felicidad y esperanza con gusto a cambio y con pizcas de distinto.
Apostándolo todo, dejándolo todo, regalándolo todo, perdiéndolo todo.
Parece, incluso, un hecho de esos que sólo conectan un minuto de la rutina. Pero querido buscador de dorados, debo advertirte, no para tu recelo, sino justa y únicamente a modo de ejemplo y consejo, que la bacanal hormonal que deja la felicidad, no la encuentro en aquello que tú denominas raro y circunstancial.
¿No te has visto nunca reclinado en una oficina monótona, deseando que fuese viernes y termine la rutina del trabajo para encausarte a la rutina de ese pseudo fin de semana? ¿No te has visto nunca, acaso, rodeado de papeles que no concuerdan y una campana que chilla en el escritorio esperando para contarte sus problemas que serán tus problemas? ¿No te has visto nunca, raramente en la rutina, deseoso de que mueran los minutos y el mundo se extinga, y los animales no vivan, y las plantas se hundan en si mismas, y el cielo se quiebre no en dos, ni en tres, sino en cuarenta y siete pedacitos? Pues allí me encontraba yo cuando descubrí este consejo que con jadeantes rodeos y sospechas rebuscadas, te voy adelantando.
En aquel vulgar entonces, advertí que la ventana a espaldas de mi sillón
de cuero y con tornillos de plata, estaba cerrada de par en par. Aquel umbral
atado con cadenas, persianas y cortinas, me separaba del mundo exterior y de
las cosas por las que en realidad, valía la pena vivir. Aquí, entonces, mi
cálido escucha y a veces lector, encontrarás la semilla que dio razón y
consecuencia a mi peculiar y casi absurdo consejo. Me despegué con la voluntad
agazapada, de ese sillón que creía era mi trono, y caminé lenta y acompasadamente
hacia la ventana. Rompí las cadenas, abrí sus hojas, subí la persiana, corrí la
cortina y en ese mismo instante que tú encontrarías sin un sentido a guardar,
la vida me sonrió con picardía.
¡Ah mi estimado aventurero aún sin aventuras, no sabes ni conoces aún, cuan gran diferencia puede hacer un rayo de luz solar, chocando contra tu vida!
¡Ah mi estimado aventurero aún sin aventuras, no sabes ni conoces aún, cuan gran diferencia puede hacer un rayo de luz solar, chocando contra tu vida!
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¡gracias!