lunes, 20 de julio de 2015

"Asesino amoroso"

De repente, en el medio de la frialdad de la madrugada, me encontré entre mis propios pensamientos. Allí estaba: sucio, herido, vacilante frente al presente. Con una piedra en una mano y una rosa en la otra. Sin poder mirarme a los ojos. Sin poder acariciar mi propia palma. Siendo yo mismo. El que siempre fui. El que jamás dejé de ser. Ese a quien tanto aborrezco y tanto necesito para vivir.

Me encontré siendo el asesino que visita las tumbas de sus víctimas. Cada año una distinta. Cada vez una razón diferente. Frente al destino hecho polvo. Ya no queda nada cuando se está allí: no hay aire, no hay recuerdos, no hay más engaños. Ese instante, ese mísero momento en el que los ojos del asesino y la piedra lisa y fría de la tumba se encuentran, tal vez sea el único segundo sincero de la existencia: ya no hay nada que ocultar.

El puñal siempre es tentador, pero la rosa me encripta las venas y me roba los impulsos. Algo, una razón debe existir en algún lugar. No concibo que todo se reduzca a una simple batalla en la que gana la compasión. Mis víctimas son mías y de nadie más. Sus gritos. Sus lágrimas. Sus historias preferidas. No hay nada que no haya pasado por mis manos: hasta su último aliento fue obra de mis modales.

¿Qué me queda? Escucho a los fantasmas de mi pasado. Ellos cantan lo que no me atrevo a pronunciar: todo puede ser distinto. Podría dejar de mentirme y mentir como consecuencia. Podría cerrar esa bóveda infinita de latidos animados por un relámpago piadoso. Quizás sea el momento de asesinar y no asistir al funeral. Un asesino no es más que un nexo entre el aquí y el un poco más allá. No es correcto que la culpa viva fluctuando entre ambos lados. Uno debe ser el malo o ser el bueno: no ser el carcelero cariñoso.

Es tiempo de clausurar esta noche amarga. Es el momento de hundirme en lo más profundo de mis desencuentros y gritarle al tiempo que se ha equivocado. Es la hora de abrir ambas manos y dejar caer la piedra y la rosa. Que todo se desmorone a mi alrededor. Y que la calma no sea más que tormenta.

No más víctima ni victimario. Desde ahora… nada. Nada más que nada. Mientras escucho al silencio de la muerte caminar hacia mí.