lunes, 28 de enero de 2013

"Vida en llamas"


El problema,
esa chispa marrón
que va y viene
buscando camorra,
se enamora de la rutina
y así termina este juego:
una vida en llamas.

Ya guardé lejano al niño
que por su innata posición
no se quemaba los pies
en esta vida mal prendida.
Pero aunque esté archivado,
el recuerdo sigue gritándome
que murió muy temprano,
que la saciedad jamás besó sus manos.

Y un poco más acá en los días
puedo sentir en mi cabeza
ese sombrero de graduación
que el viento puso a regañadientes
entre mis cuadernos de Pokemón.
Pero también se ha ido
y este aúlla aún más fuerte
porque su suicidio prematuro
fue mi ahogo tardío.

Aquí estoy,
mal enganchado
a este presente con sabor a castigo.
¿Así ha de ser el crecer?
¿Tan malo resulta ser?
¡Piedad reloj biológico
y sentimental! ¡piedad!
¿Y a quién le lloro ahora?
Ya no hay doñas con escobas
ni amigos soberbios con copas demás,
ya no hay razón para gritar.

Allí escucho venir
al niño
al graduado
y al mal armado…
¡Ten piedad pasado
de mi futuro en llamas!

viernes, 25 de enero de 2013

Vida y Obra de grandes de las letras: RAY BRADBURY

                                      
                                                            VyO: RAY BRADBURY from Sebastián Rodríguez

"Amor a la mandarina para dos"


Caminaba perdido
entre el pavimento y las vidrieras,
perfectamente hundido en la ciudad,
en una de esas
que no tienen cortinas para tomar la siesta
y le faltan silencios a la nochecita.
Perdido caminaba
en una de esas ciudades
sin rumbo ni referencias
porque mi trigal guía
no asomaba entre los rascacielos.

Caminando iba, entonces,
por mares que nunca había visto de lejos,
aquel era el futuro hecho ciudad
y el pasado aún con los mismos errores
pintado sin soles verdes
ni horizontes difusos.
Perdido me encontré
y caminando me buscaba,
caminando me perdía
y la ciudad se volvía más antipática.

Y justo cuando
allí en la ciudad
el aroma a motor crudo
quemaba mis ojos,
¡ah si! ¡justo cuando
moría en el intento…!
Allí lo sentí
lejano en un principio
pero abrazador al besarme,
allí tenía mi esperanza
y el pasado sin errores.
El olor
ácido y dulce
de su piel de mandarina
brotó sublime a lo lejos
y cosquilloso en la cercanía.

¿Cuántas tardes sin tiempo
habíamos pasado
atrapados entre los mandarinos?
¿Cuántos besos
de mate y naranja
nos habíamos regalado
antes de que la ciudad me robara la vida?
Pero no importaba.
Allí volvía su perfume de la tarde,
allí volvía el sabor de sus labios
cuando el sol se hacía sombra en el campo,
allí volvía
tempestuoso y salvador
el aroma de manos
desgajando la vida y la tarde
para ella y yo.
Para sólo nosotros dos.

¿Milagro cítrico en la ciudad?
Tal vez.
¿Amor y amistad inocente?
Seguro,
y además
tan inmadura e inteligente
que de propia gana
se perdía en el trigal
para allí tener el rumbo
con sabor y destino
y no volver jamás.

jueves, 24 de enero de 2013

"Róbame"


Róbate mis labios
y escóndelos en tu escote azulado
hasta que el día se haga navidad
y la navidad se haga año nuevo,
róbate mis labios
pero sin pensarlo dos veces
ni buscarle un sentido,
sólo róbatelos
y hazte diosa entre tu botín.

Y yo que me pierdo rutina a rutina
entre tus ojos que ya no están,
¿qué haré cuando el recuerdo
ya no satisfaga ni en un instante
mi hambre de morir en tu boca?
La fiebre me aplasta contra el cielo
y te miro abrumado desde arriba,
allá vas con el mismo vestido
que te guardé en mi memoria,
allá vas desarmando el mundo
para armarlo entre los dos.

Ahora que somos dos,
ni más ni menos que un amoroso dos,
podríamos dejar de mentirnos
y acoplarnos a una verdad tímida
que nos envuelve a la distancia
y nos abraza en su revelación.
Ahora
cállate,
mírame
y dejemos que las letras
hagan lo suyo. 

martes, 22 de enero de 2013


"Buenas tardes, ¿un mate?"


Con el sabor a mar hecho viento
pegándonos en la cara
vamos caminando al compás del sin rumbo,
a mi lado van tus gestos charlatanes
un mate que va y viene entre tus labios y los míos
y la tarde cayendo más sentida que nunca.

No te detiene el sol que salpica frío desde el cielo
y como innata consecuencia tampoco me caigo,
te miro de reojo para comprobar tus palabras
mientras el tema se nos va y no vuelve
pues ya ha sido despojada la duda,
ya ha sido reída la aventura que es recuerdo.

Se termina el trayecto hecho por el hombre
pero lo dicho y lo callado trascienden el asfalto,
hay que volver hacia donde la razón lo permite
pero no sin antes comenzar la carta
con una frase que borrachos compran por barata,
te quiero compañera de camino.

Buenas tardes,
¿un mate?

"Una sola poesía"


Viajan las agujas del tiempo
iluminando el recuerdo clausurado,
así se va destellando el alma
dando paso a la remembranza.

Quedó con huella el tapiz
del umbral de aquellos besos
incapaces de hacerse amanecer,
allí está la pista para quien busque.

Teje el oráculo con tintes robados
una profecía que no es de flores,
llueve del anima otra poesía
que se no desprende de la triste vida.

Va y viene el recuerdo,
vive y muere el tiempo
en una sola poesía que no acaba. 

sábado, 19 de enero de 2013


"Te perdí o... ¿nos perdimos?"


Miro las fotos
y comento en mi mente despacito…
algunas tienen polvo,
otras ennegrecidas
me miran con nostalgia,
aquellas,
amarillas pero casi blancas,
están casi huyendo
porque el pegamento,
aquel que era cómplice
y buen amigo,
se está yendo de sus espaldas.
Pero miro las fotos
y comento despacito en mi mente.

“¿Qué nos pasó?”,
le pregunto a tus ojos enmascarados.
“¿A dónde han ido
tantas horas de despecho contra el mundo
y lágrimas escuchadas?”,
me pregunto
despegando mis yemas del pegamento.
Y lloro en el silencio nublado
mientras cuestiono tus virtudes
y desgajo mis recuerdos.
“¿Qué estamos haciendo?”,
le pregunto al viento
sin esperar respuesta
pero imaginando al entonar
tus ojos escondidos en tu pubertad.

Sonrío y lamento,
improviso y huyo,
tiño y me empalago.
Aquí
entre estas fotos mal guardadas
no hay venganza
ni deseos de batalla,
aquí
entre mis sentimientos más profundos
sólo hay,
y aunque suene a poco
igualmente lo digo,
ansias y anhelos
de paz entre los escritores
y amor entre los amigos.
¿Por qué me dices?
Porque si te digo (después te explico).

Frank Sinatra - "Yesterday"



fácil y sin rima: excelente versión de una hermosa canción. lo es todo.

miércoles, 16 de enero de 2013

"HIMNO AL OPTIMISMO"


Definitivamente
no tengo solución.
Pero no
por no saber las respuestas
o por tildarme
de rey ante otros (plebeyos),
¡claro que no!
No tengo solución
por el hecho simple y meritorio
de saborear al fracaso
como un lugar donde hubo intento
y sobró el coraje,
de sentir al olvido
como una respuesta al desamor
como una reacción positiva
como un estímulo
que deja espacio para el futuro.

Tengo un problema,
claro está.
Así
me lo demuestran los mortales,
así
lo siento cuando voy al bar,
así
vivo esto a lo que unos llaman “caminar”.
Pero
aunque tenga un problema
este
no habita en mis huesos
y
no me grita en la cabeza
o
me rezonga en el corazón.
Así que
¿cómo darle solución
a este problema
si quienes dicen que tengo un problema
no me tratan
ni me medican
ni me derivan?

¡Claro!
¡Eso era!
Definitivamente no tengo solución.
O…
al menos
eso es más fácil de creer, ¿no?
Y ahora que lo digo…
jamás había pensando en eso.
Mi problema
es su creencia.
Mi solución
es su escepticismo.
Mi problema sin solución
es mi estilo de vida.
¡Pero alto!
Si muero ahora
o dentro de unas lunas,
no quiero una disección
¡no quiero la solución!
Así vivo mejor que muchos,
así vivo mejor ustedes.
¿Por qué?
Simple.
Sencillo.
Saboreable.
¡OPTIMISMO!

De seguro
mañana comemos algo rico…

lunes, 14 de enero de 2013

“Mujer de tinta y papel”

Jamás creí en esas cosas del destino o del tarot. Jamás en toda mi vida deposité un mínimo de confianza en aquello que significara incertidumbre. Jamás había leído sin saber el final. Pero quizás, por todo eso, es que la vida me ganó en su juego. 

Aquella máquina de escribir escribía, prácticamente, lo que ella quería. Cuando ella tenía ganas de escribir un poema y yo acudía a sus frías teclas para escribir un cuento, siempre terminaba resultando que escribía en verso. Cuando ella tenía el deseo de hacer una carta y yo las ganas de escribir una rima, en la hoja quedaban renglones y renglones a una fulana desconocida. Y así era la vida con ella. Se robaba mis palabras y hacía con ellas lo que quería.

Y así fue como una tarde como cualquier otra, me acerqué inspirado a ella. Tenía el alma llena de letras, rimas, versos incompletos y puntos con comas. Pero esta vez, quería probar algo diferente. No quería escribir ni un poema ni cuento. Ni una carta. Ni un ensayo. Ni un guión. Quería escribir algo completamente distinto a lo que había hecho y a lo que se había hecho hasta ese entonces. Claro que… no era tan simple. ¿De qué tendría ganas de escribir la máquina? Fuese lo que fuese a escribir, esa insolente escribiría lo que ella quisiese.

De todas formas, tendría que probar igual. Después de todo, quizás le gustaba lo que yo quería hacer. Hasta incluso, si ella lo modificaba, podría quedar algo mejor que lo que yo pretendía. Así que no lo dudé más, y acercando mis dedos a su cuerpo, comencé a dejar que las palabras fluyesen hasta rozar su piel.

Horas y horas pasaron entre mis manos y sus teclas. Escribí sobre ojos y bocas rojas. Sobre vestidos que bailaban al viento y besos que se hacían uno bajo la noche de verano. Escribí sobre el deseo, la pasión y el amor que estalla al llegar al corazón. Sobre idas y venidas de dos pieles enamoradas pero destinadas a estar lejos. Y escribí versos y escribí canciones. Y escribí renglones y cartas. Y también imaginé cuentos y rimas. Horas y horas estuve escribiendo lo que yo quería, sin prestarle atención a lo que ella tatuaba en su vientre.

Como la tarde se hizo noche y al poco tiempo madrugada, dejé la hoja entre sus brazos y me fui a la cama. Miré la luna ya perdiéndome en las sábanas, y respiré el sabor que la noche tenía. Era distinto. Era un sabor que jamás había tenido la noche… porque la noche jamás había tenido sabor. La luna también estaba distinta. Casi como que vestida de gala. La magia evaporada irracionalmente desde el cielo, se apoderaba de la ciudad dormida.

A la mañana siguiente, me desperté y como reflejo, salí en busca de la luna que ya no estaba. Me coloqué mis lentes y caminé vahído hasta la cocina. Recostado contra la mesada y con una taza de café humeante en mi mano, mi mirada se posó perdida en la máquina de escribir y su huésped. La miré enfadado. La miré con incertidumbre y desazón. ¿Qué habría escrito?

Dejé la taza en la pileta y caminé, casi que deslizándome sobre el parqué, hacia el escritorio. Me senté sobre el sillón de cuero y fue ahí cuando la vi por primera vez desde la noche anterior. La hoja estaba blanca. Completamente intacta y sin una sola mancha. Revisé la cinta de la máquina para asegurarme de que aún tuviese tinta y me manché los dedos en respuesta afirmativa. Aquello no podía estar pasando. Debería ser mi mente encaprichada y empedernida. Así que me quedé mirando la hoja en la máquina por un largo rato. Como esperando a que las letras allí apareciesen. Como moribundo que espera en paz a la muerte. Como un escritor desesperado que vive con una máquina de escribir que le hace la guerra.

Se fue una hora y al rato dos. Pero nada. La hoja seguía igual. Acostada firme sobre el rollo. Hundida en ese blanco silencio. Y luego de tres horas, la tomé con furia entre mis manos y la arrugué con desdén. Pero allí vino la respuesta y la sorpresa. Al arrugarla, mis dedos se ensuciaron de tinta. Como si las letras estuviesen frescas, recién escritas. Desentendido, abrí la hoja y las vi. Allí estaban. Cada una de las letras que había estado esperando por horas.

Respiré profundo retomando la calma, y comencé a leer lo que la máquina había escrito.

Tenía los ojos oscuros, como dos estrellas consumidas por la noche. Sus labios eran rojos y llamativos, como una mancha de vino tinto sobre su piel blanca y transparente. Los rulos que habían sido lacios, caían como ramas de chocolate hasta sus hombros. La sonrisa asumida y verdadera terminaba de enmarcar su rostro.
Pero luego venían sus pechos, su vientre y su cintura. Uno más pálido que el otro, y uno más atrevido y lleno de paz que el otro. Suaves a la vista y cálidos al olfato. No tenía comparación. No podía decir que se parecía a la ceda o a una flor en plena primavera. No había comparación. Aquella suavidad era de otro planeta. 
Seguían sus piernas. Largas y cortas. Blancas y con y sin vestido. Un diminuto lunar se dibujaba travieso por encima de su rodilla derecha. Eran más que la prolongación de se cuerpo. Eran un vehículo a su alma. Un mundo por el cual deslizarse hasta llegar a su cintura, de allí a su vientre y de allí a su pecho, para terminar perdido en sus labios carmesí.
Tenía un vestido blanco y liso. Las uñas rojas y las mejillas sonrojadas.
Allí estaba la mujer que era diosa. La naturalidad en su esplendor más milagroso. Allí estaba el pecado y la serenidad. La bruja y la sirena en un mismo cuerpo.
Era mi destino, aunque jamás hubiese creído en él.” 

No era lo que yo había escrito, pero no pude dejar de sonreír al comprobar mi teoría de que la máquina, si hacía algo parecido a lo yo quería, haría algo mucho mejor. Esa era la mujer de mis sueños. La que nunca había dormido entre mis sábanas. La que jamás (todavía) se había quedado a vivir en mi boca. La mujer que siempre había querido que caminase tomada de mi mano hacia un mañana que ambos desconozcamos. Y la máquina lo sabía. Y la noche anterior, tan mágica y tan tentadora, también lo sabía.

El día se pasó rápido pero minucioso en el apartamento. Las horas se me fueron pensando en aquella escritura. Dejando que mi cerebro imaginase cada letra y cada latido. Porque en mi mente, en mi mundo paralelo que tan bien sabía crear, podía tenerla entre mis brazos. Allí podía besarla y hundirme en su en sus ojos. Así que así me pasé el día. Imaginando en su ausencia. Perdido en su encuentro.

La tarde dio paso a la noche y pronto el sueño se apoderó de mis parpados. Me fui a la cama y una vez más, miré el cielo por la ventana. Pero aquella noche era distinta a la anterior. Era una noche cerrada en ella misma. No había luna. No había estrellas. No había nada más que oscuridad y vacío. Como si todos los hijos de la noche estuviesen ocupados preparando algo. Todos ausentes… Pero el perfume de la magia que tenían las noches de verano, y más aún, el mismo perfume aún más mágico que había sentido la noche anterior, estaba en el aire. Mis pulmones se iban adormeciendo entre bostezos y las cosquillas de ese aire febril. Y así me dormí en una esquina oscura de la ciudad sin luces en el cielo.

El día amaneció en silencio. Quizás por el hecho de que era la mañana del domingo, pero de todos modos, había más silencio que el habitual. Ni siquiera los pájaros, que todos los días cantaban en el árbol de enfrente a mi ventana, estaban allí enamorados. Alguien tramaba algo.
Me asomé para ver el cielo y lo comprobé: definitivamente algo pasaba. Alguien tramaba algo. El día, el cielo y todo a mí alrededor estaba iluminado, pero no sabía por qué. No había sol en el cielo de la clara mañana. No había reflector gigante colgado del cielo que pudiese iluminar tantas manzanas a la redonda. Pero la luz estaba y se colaba por entre los agujeros de las persianas.

Con el estomago vacío y la mente llena de lagañas, la sinapsis era lenta y sin sentido, así que no le di importancia a aquella mañana irracional, y fui hacia la cocina a servirme el café. Cuando por fin logré despabilarme un poco y la razón volvió a sus niveles normales, recordé la hoja de la noche anterior, con todas sus palabras y sus comas mal puestas. Y recordé a aquella mujer de mis sueños. Y recordé cómo la había imaginado y cómo nos había imaginado.
Quería volver a leerla. Quería volver a leer sus ojos y su cintura. Volver a leer sus labios y sus piernas con y sin vestido.

Me di vuelta para ir en busca de la hoja llena de palabras y al verla, solté mi taza de café. Ni el estruendo que provocó al estallar contra el suelo ni la mancha de café que voló por los aires, parecieron interrumpir su paz. Allí, delante de mis ojos y delante de la máquina de escribir sin hojas en su espalda, estaba ella. Desde los labios rojos hasta el vestido blanco. Con su lunar en la rodilla derecha y sus rulos chocolate. Mirándome con los ojos llenos de noche. Allí estaba ella. La mujer de mis sueños de tinta y papel.

Se acercó tan lentamente que sentí que toda mi vida se me pasó delante de mis ojos. Las lágrimas y las sonrisas de café. Los errores y los que no lo fueron. La espera eterna y los mandados por navidad. Se acercó y en un instante eterno, ya estaba acunada en mis labios. Y la besé. Y me besó. Y nos besamos como si fuese el fin de una historia que termina con aplausos y emoción. Y en ese beso furtivo y atrapante, sentí el sabor de la noche anterior y la anterior. Aquel sabor a magia de verano estaba en sus labios. Ese era su sabor y su perfume. Esa era su suavidad y su sabor y su perfume. Ella era magia. Ella era papel y tinta. Ella era la mujer de mis sueños hecha realidad.

Y como les venía diciendo, la vida me tomó por sorpresa en su juego. Porque aquella mañana, comprendí que el destino siempre había estado delante de mis ojos. Aquella máquina de escribir rebelde, estaba en mi escritorio por una razón. Para equivocarse y hacer mi sueño realidad. Para escapar de mis dedos y escribir lo que ella quisiese, sabiendo que lo haría mejor.
Y así y entonces, comprendí que nunca había creído en el destino, la magia o la incertidumbre, pero que desde entonces, no podría no hacerlo. 

viernes, 11 de enero de 2013

"Porque te quiero así" (versión 2013)


Con tus gotas de locura infinita
y con cada palabra que nunca aprendiste;
con las rabietas y las caricias
y con cada beso que dificultas;
con tus días de dolor y los de alegría
y con las noches que no me dejas soñar…

Porque te quiero así.

Porque me diste lo que jamás creí que existiera;
porque descubrimos que sin amor no somos nada;
porque tu magia ganó contra mis guerreros;
porque no hay color que asesine y resucite como el de tus ojos;
porque eres tú, y solamente tú quién vuela sin morir.

Porque te quiero así.

Porque por cada flor que nace, es un verso que se nos escribe,
y así de mis labios entono un nuevo ritmo,
una canción que quiere gritarte que eres anhelo,
un poema que necesita decirte cuanto te extraña,
palabras susurradas… que sólo dicen amor.
Porque me conquistaste, y no puedo (quiero) escapar.

Porque te quiero así.

Porque cuando te veo me respiro en el cielo;
porque me enloqueces y no me interesa;
porque sólo contigo veo brillar el sol;
porque fuiste tú quién se atrevió a conocerme;
por ser el alma que me dio paso a vivir.

Porque te quiero así.

Porque con mis defectos y mis virtudes…
puedo ver en tus ojos la sinceridad de tu amor.
Porque eres vida, destino y razón…
Porque te quiero así.

jueves, 10 de enero de 2013

"¡Bruja y sirena!"


Ilusionado vengo a tus aguas
en busca de solución y antídoto,
con poco brillo en los bolsillos
pero con un alma repleta de relámpagos,
¡ah! pero no cualquier tipo de relámpagos,
tengo de miel
de aliento
y de coral,
y por eso ilusionado vengo a tus aguas
a que hagas de esta energía sustento
para seguir con esto a lo que llaman vida.

Como niño huí de mi hogar
en busca de una respuesta a mi ardor,
allá en aquellos días
enterado de tus latidos mágicos
me embarqué hacia tu destino
y heme aquí
como niño en verano
que busca y por fin encuentra
que espera y al fin recibe
que desea y saborea el milagro.
¡Oh bruja y sirena
dame de tu fuego
hasta que me ardan las venas!

Reclamo como humano arrogante
la solución a este camino enrutinado
al que me he visto condenado
por perderme en la oficina
y no perderme en la vida.
Dame, entonces, bruja y sirena
de esos besos con esencia de tilo
que apaciguan toda tormenta
y que hacen de este ardor en los huesos
una caricia al alma desnuda
un susurro al amante escondido
una rima al poeta que escribe.

¡Bébeme
y no te detengas aunque grite!
¡Bébeme
y dame solución
hasta que por fin
viva viviendo la vida!

miércoles, 9 de enero de 2013

"Rima para tomar el té"


-Buenas tardes – te digo callado
y me guardo rápido en tus labios,
allí donde quiero morir encallado
olvidando todo lo que aprendí de sabios.

Me miras y te escondes sonriente,
te miro y te veo sonreír,
lo notas y la vergüenza es evidente,
lo noto y me hecho a reír.

Somos dos, tres y a veces cuatro:
mis labios, tus labios, el sol y los versos,
pero ahí viene el beso y no somos cuatro;
mis labios, tus labios y el sol sin bostezos.

Me pierdo sin reloj en tus rulos
y el auxilio me sabe a error,
ahora y por fin estamos solos;
la vida comienza a tener otro sabor.

lunes, 7 de enero de 2013

Montevideo Capital Iberoamericana de la Cultura 2013



Orgulloso por mi ciudad y orgulloso por formar parte, desde mi muy humilde lugar, de la cultura de esta hermosa ciudad. ¡Grandes, muy grandes todos los artistas que aparecen en el video!
  ¡Viva Montevideo!

"¡A cazar!"


Ahí anda el deseo hormonal
calzado con capelina y catalejo
adentrándose en la aventura:
explorar el valle pálido y cálido
desde la falla oculta por el andar
hasta las cuerdas morenas.

Va la expedición anhelante
abriendo paso por tu selva clandestina,
¡qué dulce grita este pecado tatuado
en el ojo del que no prejuzga!
Aguarda mientras te recuerdo
en mi bitácora pecaminosa.

No lo resisto, no lo aguanto
me emborracho de blancura perfumada,
voy besando el estímulo que no muere:
caigo en la trampa de la loba callada.
¡No me mires así desde la balconada,
salta que no amo con veneno!

¡Oh húmedo cosquilleo del alma
no me asesines cuando se aleja,
dame muerte en sus alcores!
Se fuerte corazón achicharrado
hasta que la luna nos vuelva a unir,
¡rómpete cielo en mil suspiros curtidos!

Sobran las palabras:
¡que comience la cacería! 

domingo, 6 de enero de 2013

vos me enamoras
yo te enamoro,
y bueno
así se juega a esto
que llaman amor... 

"Reducción"


Miré los altos y grises muros de concreto enredados con las rejas verdes y desteñidas y un escalofrío me trepó por la columna. Por un instante, sentí un grito recorriéndome el cuerpo desde el alma hasta la cabeza, casi como si fuese yo el que había muerto. Miré una vez más aquellos muros de prisión errante, y entré.

Las angostas calles se abrían paso entre los matorrales bien cuidados y los letreros guía. El aire me sabía amargo en el estomago y oscuro en el corazón. La mañana recién se levantaba entre los árboles, y la gente que hasta hacía unos minutos parecía ansiosa por querer entrar, ahora se paseaba vahída por entre los caminos verdes y el aire furtivo.

El horizonte se perdía entre tanto verde, pero era solo una ilusión. No había un horizonte, pero si había un final: un muro aún más alto que el de la entrada y aún más carcelero que el del infierno. Pero ese verde, tampoco era real. Era un manto. La sábana que cubría a tantos y tantas iguales y distintos. Todos dormidos. Todos sin destino conocido pero si imaginado. Todos y todas hundidos en un estómago sin hambre.

Caminé y me perdí entre los letreros guía. Aquello podría haber sido perfectamente un zoológico o un parque inmenso para que los niños corriesen por doquier durante la primavera. Aquello podría haber sido un rosedal lleno de bancos que invitasen a las parejas a contemplarse perdidos entre los colores y los perfumes. Aquello podría haber sido tantas cosas… Pero era una sola. Era un zoológico con una especie sola de animal. Era un parque lleno de verde y lamentablemente, también con niños adentro. Era un rosedal, sin rosas ni parejas ni colores enamorados.

Levanté la vista hacia entre los árboles y vi a sus padres. O al menos, a quienes habían sabido ser sus padres. Me acerqué procurando mantener el silencio, y me quedé detrás de gente a la que nunca había visto pero que por sus miradas, intuí que también lo conocían.

Su madre apenas era su madre. En realidad, era su tía. O, en realidad, aún mejor, había sido la mujer que lo crió desde chico. Pero lo lloraba como si fuese su madre.
Había cambiado mucho desde la última vez que la había visto: dos años atrás, en aquel mismo lugar, con ese mismo cielo y esa misma sombra sobre su cuerpo. Tenía los ojos hinchados y llenos de lágrimas que todavía querían salir. Estaba más encorvada y las piernas parecían habérsele acortado. La verruga a la mitad del cuello seguía intacta. Al igual que el rubio desteñido de su cabello.

Su padre, quien era su padre de verdad, había cambiado menos. Unas canas más. Alguna arruga más pronunciada. Pero nada que llamase la atención a simple vista. Pero, cuando uno se volvía más detallista, podía ver un cambio circunstancial en el hombre que había sido su padre. Un cambio que parecía irreal por su simple naturaleza. Sus ojos habían pasado del más hermoso y febril verde a un marrón hundido en el carbón.
Aquel color era tan extraño como imborrable. Ya lo había visto una vez. Hacía dos años. Aquel marrón era el color del nuevo hogar de su hijo. Aquel marrón era el color de cada pared exterior de la nueva morada de mi amigo. Ese color se había quedado plasmado en la retina de su padre. Pegado allí a la fuerza. Incrustado en sus ojos como lo último que pudo ver con el corazón consciente. Un color, símbolo de una despedida apresurada, antes de tiempo, que jamás tuvo retorno. Hasta ese día.

Los conocidos y los desconocidos. Los llorones y los fuertes. Los de negro y los de rutina. Todos estábamos allí esperando. Como espectadores de una película que ya habíamos visto pero que ahora estaba de regreso en pantalla. Unidos y separados ante un alguien que ya no era. Todos mirando un mismo punto. Todos enfocados en el mismo dolor subterráneo.

Él y la uniformada, rompieron el concreto, unido por una pequeña capa de cemento, en tan sólo tres golpes. Tres golpes de un instante que significaron la eternidad en si misma. Tres golpes que retumbaron en el alma de cada uno de los presentes como un aullido de sufrimiento. Dos partes del concreto cayeron al suelo y la otra en la cueva subterránea.
El aire volvió a cambiar. El olor sin vida se apoderó de aquel zoológico con una sola especie de animal. El hedor era un puñal con sabor a trueno que se clavaba en la mandíbula y terminaba reposando en la rodilla. Pero era la realidad, y como mortal consecuencia, ninguno de nosotros podía huir.

Allí estaba. El hogar de mi amigo. Tan idéntico y tan cambiado a como lo recordaba. Las paredes de madera estaban en pleno proceso de descomposición y los objetos de bronce comenzaban a herrumbrarse. Pero aquella placa que era brillosa y plateada, seguía igual. Aquel nombre que había dejado de latir, seguía inscripto sin errores ni faltas en la puerta de su hogar. Casi como si el tiempo no hubiese pasado y su alma hubiese seguido enganchada a la rutina de aquellos dos años.

Ya habían ultrajado su casa, corrompiendo sus muros de concreto y el cemento que lo protegía aún más. Ya habían vuelto a abrir una herida que comenzaba a cerrarse. Pero faltaba lo peor. Levantaron la tapa del ataúd y la misma sensación que sentí cuando llegué a aquel lugar, se redobló en mi cabeza.

Lo vi solo y muerto. Lo vi sin piel y sin alma. Lo vi desnudo y bien dormido. Era él. Era… pero no quería que lo fuese. Por primera vez en dos años, una lágrima cayó de mis ojos al entender, al fin y de una vez por todos, de que ya no había retorno. Aquel viaje sólo tenía boleto de ida. No había forma de volver. Al menos, no como antes…

Los huesos olvidados apenas se unían unos con otros entre el aire y la humedad ennegrecida. Las paredes cubiertas de felpa roja ya casi no estaban y no había rastros de la blanca mortaja. Ya no había rastros de mi amigo. Aquel era su envase sin alma. No podía estar llorando a algo que no era. No podía pero lo hacía. No quería pero lo hacía. No tenía sentido, pero lo sentía.
Cerré mis ojos por un instante y me hundí yo mismo en aquel tubular frío. Ocupé su lugar por un momento infinito y me imaginé tortuoso y mortificado cómo había sido su estadía en aquel lugar. Casi como una reservación de hotel que sale mal. O como un viaje que termina antes de lo esperado. Allí había estado él durante dos eternos y desolados años. Hundido en el mundo pero sin mundo.

Suspiré lejano y abrí los ojos para volver a mi lugar. “Anda tranquilo”, me susurró mi amigo al oído. Y no temblé. Y no lloré más. Y no miré hacia atrás. Porque bien decía la abuela: “hay que temerle a los vivos, no a los muertos”.

Me iba y le decía adiós. Me iba sintiendo como los cuerpos vacíos que dormían en sus cajones, parecían atrapar mis pisadas para robarme la vida. Todos deseosos de un segundo más de vida. Todos anhelantes de un latido lleno de sangre que les permitiese arreglar lo que dejaron, subsanar a los que quedaron llorando y plantar huellas para un futuro que los recuerde con y sin monumentos.

Me fui y dije adiós a aquella prisión de muros grises y campos verdes. Me fui pero sabiendo que volvería. Miré una vez más hacia la puerta y vi un graffiti que antes no había visto sobre uno de los pilares. “Vivos: de 8 a 17 – No vivos: 24hs.” Y así me fui. Sabiendo que volvería. Sabiendo que todos volveríamos. Sabiendo que un inspector, algún día llegaría a pedirme mi boleto antes de llegar a destino.