Justo antes de ponerme a
escribir esto pensé en la cantidad de veces que habré escrito “no sé” por estos
lugares. Y eso mismo me veo obligado a escribir ahora: no sé por dónde empezar,
no sé exactamente qué decir, no sé cómo despedirme. Bueno, sin darme cuenta, en
realidad, ya adelanté de qué va esto: una despedida.
El año que viene –2018– voy
a cumplir mis primeros diez años escribiendo –en el sentido más artístico y
consciente de la palabra– de manera ininterrumpida: serán los primeros diez
años que se cumplen desde aquellas primeras rimas amorosas, las letras para
canciones que nunca tuvieron música o las novelas que hablaban de mis días como
adolescente enamoradizo. Serán los primeros diez años (casi la mitad de mi
vida) que llevo escribiendo para vivir y viviendo para escribir. Diez años
encontrándome entre las letras y encontrándole sentido al mundo –que me rodea y
me rodeó– desde las letras. Y de esos diez años, seis los pasé acá: en mi blog.
Llegué a principios de 2012,
cuando cursaba mi último año de liceo. Y desde entonces, pasaron miles de
cosas: empecé la facultad, perdí a mi mejor amigo, luché contra el cáncer de mi
madre, me ennovié, empecé a trabajar, me separé, cambié de trabajo, me ennovié
otra vez, me volví a separar, me recibí y aprendí a estar solo. Acá también
lloré, mucho; soñé con cosas que no pasaron y con otras que sí, soñé con cosas
para los demás y algunas solo para mí; me peleé con mis amigos y los mandé
lejos, aunque después con algunos me reconcilié; descubrí que tenía que ir al
psicólogo, sentí que tenía que dejar de ir y luego volví a sentir que tenía que
volver; sentí cómo el periodismo estaba empezando a matar a los soles de mis
poemas, pero pude separarlos y guardarlos en cajones separados; dediqué un
montón de cartas, poemas y cuentos: algunos obtuvieron respuestas, otros
indirectas y un par no recibieron más que unos ojos llenos de lágrimas
silenciosas; crecí, aprendiendo de mis errores y repitiendo una y otra vez los
mismos tropezones; me enamoré y desenamoré sin en realidad amar tantas veces
que no podría enumerarlas; lo cerré una vez sola, sin saber en realidad por qué
lo hice; y sobre todo, le escribí al Sol, tantas veces como mi alma me lo
permitió.
En este blog está una parte
enorme de mi vida. Un motón de años, meses, semanas y días. Un abanico
innumerable de sentimientos y de experiencias. Algunas inventadas, otras tantas
vividas o vividas a medias. Acá hay mentiras, verdades, delirios, quejas,
sonrisas y horas llenas de terapia de palabras. Este es mi álbum, mi espejo sin
tiempo, mi soundtrack siempre en bis. Este lugar es el mejor espacio para
leerme y entenderme, para leerme y no entenderme. Y todo eso solo puede
resumirse de una manera: esta fue mi manera de escribir el Sol durante seis años.
No estoy diciendo que vaya a
dejar de escribir el Sol, no, mentiría si dijera eso. El Sol vive en todo lo
que escribo, pienso o siento: ese calor siempre late en mí y en todo lo que
hago. Pero, después de seis años, llegó el momento de hacer un nudo. Y no hay
otra forma de explicarlo: aquí termina esta pila enorme de letras y exactamente
al lado comenzaré a apilar otra. Este blog recibe un nudo que no es más que un
signo que considero necesario para poder dar un salto y recorrer caminos
nuevos.
No voy a dejar de escribir:
no podría elegir hacerlo y me arriesgo a decir que ya no creo que alguna vez
vaya a poder dejar de hacerlo si pretendo seguir viviendo. No voy a dejar de
ver el mundo a través de mis lentes enormes, ni voy a dejar de adjetivar de las
maneras raras en las que lo hago. Y no: tampoco voy a dejar de usar las comas
como se me cante (aunque dicen que ahora lo hago mucho mejor).
Antes de darle el último
tirón al nudo, me gustaría hacer algo que no puedo obviar –ni quiero hacerlo–:
necesito dar las gracias. No sé quién inventó Blogger o la posibilidad de crear
estos blogs, pero a esa persona le debo un gracias inmenso. Gracias a todos los
que alguna vez pasaron por acá y me prestaron sus ojos por un rato. De verdad:
gracias por leerme. Pero gracias, en serio. Por leerme de forma desinteresada.
Por leerme para chusmear. Por leerme por curiosidad. Por leerme para conocerme.
Por leerme para leerle a alguien más. Gracias por haber estado ahí. Gracias por
bancarse mis diseños horribles y también por disfrutar de los que quedaron más
o menos pasables. Gracias por escuchar cada canción, por abrir cada foto, por
comentar cuando había ganas y por callarse cuando no había nada que agregar.
Gracias por seguirme en Facebook y por retwittearme de vez en cuando. Gracias
por acordarse de mí y de este espacio cuando alguien les hablaba del Sol.
Gracias por haber estado desde el principio, por haberse sumado durante el
camino o por estar acá ahora para despedirnos.
No voy a negar que me siento
un poco triste, nostálgico e inseguro, pero ya lo medité bastante y llegué –sin
marcha atrás– a tomar la decisión de hacerlo. Me voy, con la alegría de haberme
refugiado durante seis años en un lugar hermoso, que me abrió sus puertas y que
logró ser un canal para que yo pudiera llegar al corazón de muchos. Me voy,
feliz de haber coincidido por unos minutos en este link. Feliz de saber que voy
a seguir escribiendo. Feliz porque vienen cosas nuevas. Feliz porque este nudo
lo hago sin dolor, sin rencor y sin ardor.
Fue la frase que inspiró este
blog y un modo de ver el mundo que me acompañó –y acompañará– durante mucho
tiempo, así que no puedo no cerrar esta despedida sin escribirlo acá por última
vez: el Sol siempre vuelve a salir.