Una vez la vida te llevó a
un lugar en el que aprendiste un montón de cosas. Te animaste, te dejaste
enamorar y enamoraste, te tiraste al vacío de brazos abiertos y de ojos
cerrados, con el único propósito de sentirte viva por al menos una vez en la
vida, con la aterradora sensación de sentir que en una persona podrían estar
tus últimas esperanzas de latir latiendo. Hoy, en retrospectiva, agradezco a
esa persona por existir. Por haber amortiguado tu caída. Por haber estado allí
y por haberte sacado tantas sonrisas… y también le agradezco alguna que otra
lágrima, pero no todas.
En mi camino también hubo
varios vaivenes. Recuerdo una vez en la que creí haberme enamorado… pero no. Lo
intenté todo. Hacía tanto tiempo que no me sentía vivo... A mí alrededor todo
se hundía. Quería sentir esa calidez que te da un beso bien besado. Recuerdo
haber escrito algo así como “no tienes
idea de cuánto me gustaría estar enamorado de ti… pero no puedo”. Eso, a
diferencia de tu elección, fue un error. Porque me intenté obligar a hacer algo
que es imposible imponer: amar. Luego estuve solo. Pensando. Reflexionando.
Temiendo volver a lastimar. Temiendo volver a engañarme. Y un día, sin darme
cuenta, me encontré enamorándome. Y espero que vos le agradezcas a ella por haber sido
como fue conmigo. Porque me enseñó, me cuidó, me acompañó, me curó y me dio
toda su luz. Aquel cielo nunca se apagó… pero dejó de ser nuestro. Y volví a
encontrarme solo. Y todos esos días y esas noches, pasando por aquel primer
amor de la adolescencia, valieron la vida y jamás la pena. Porque esos pasos me
llevaron hasta vos. Y nos trajeron hasta acá.
¿Te acordás de las primeras
veces en las que hablábamos? Vos eras un candado y yo intentaba sacarte
palabras con una ramita. Siempre fui un convencido de que para construir hay
que conocer y saber y entender. Y por eso siempre insistí y perseveré para
conocer tu historia. Esa historia que te había llevado hasta mí. Ese tiempo
que, de una manera u otra, concluyó en nuestro presente. Y ahora, sin planearlo
ni preparar el terreno, no me dan las manos para contar los días en los que nos
encontramos charlando con el corazón desnudo y las ganas de responder intactas.
Confiaste en mí para amarte, para cuidarte, para soñar… pero también confiaste
en mí para decir, para confesar y para curar.
Agradezco al tiempo, al
cielo, a los dioses, a las deidades y a la vida misma por haber hecho todo lo
que hizo. En vos. En mí. En nosotros. No sé si alguien lo tenía planeado o si
fue una simple casualidad que se volvió una hermosa coincidencia. No sé. Pero
sí sé que acá me quedo.
En vos encontré mi destino,
que no es más que mi futuro.