Hoy te quiero hablar a vos.
Desde la distancia del tiempo y lo distante del silencio. Ya ni me acuerdo de
cómo sonaba tu voz cuando me mirabas, ni de cómo brillaba tu sonrisa cuando me
escuchabas. Te fuiste volviendo una idea vaga, un perfume desteñido, una
oración incompleta. Apenas te recuerdo. Apenas nos recuerdo.
Sé que no tengo por qué
justificarme, y también sé que no tengo ninguna intención al hacerlo, pero
quiero hacerlo. Por mí. Quizás también por vos. Por lo poco que queda vivo de
vos en mi memoria; un par de recuerdos sueltos que no quiero que mueran en
vano. Porque lo que fue, fue una vez un presente bien ensamblado. Y no quiero
olvidar lo que una vez me hizo feliz, lo que no quiere decir que desee volver a
vivirlo. Al contrario, deseo recordarlo para poder guardarlo de la forma que
merece ser guardado: como un amor que fue, que nos envolvió y que, mientras
latió, fue solo nuestro.
Te di todo, incluso más de
lo que podía. Te di mis sueños, te di mi presente [ahora pasado], te di mis
huellas y también mis pasos. Te di mil versos y mil miradas. Te di soluciones,
problemas, disgustos y recompensas. Te di todo el tiempo que tenía y nos
inventé el que no tenía. Te di soles y también castillos. Te di cosas de las
que ya ni me acuerdo. Te di mi aliento, mi perseverancia y mis ganas de que
algo valiese la vida y la pena. Te di mi vida, y no me arrepiento.
Pero también sé que hubo
muchas cosas que no pude darte. No te di las discusiones suficientes. No te di
el espacio que hubiese hecho que todo se mantuviese “sano”. No te di razones
para cuestionarme. No te di motivos para mentirme ni para que te enojaras. No
te di guerras ni piedras en el zapato. No te di tormentas ni tardes sin Sol. No
te di silencios, contratiempos ni lágrimas con sal. No te di ganas de matarme
ni deseos de un “no me hables más”. No te di vaivenes ni puertas sin abrir. No
te di hojas sin darte suficiente tinta. No te di la oportunidad de que pelearas
por mí, y no me arrepiento.
No extraño ni tus abrazos,
ni tus cantos, pero sí me gustaría saber que estás bien. Que algo dejé en tu
vida. Que algo te enseñé. Que algo te ayudé. Que algo cambié. Que no seré para
siempre un bloqueado, un olvidado, un silenciado. Quisiera creer que ambos
sanamos y que ambos seguimos adelante. Pero desde la soledad del destierro,
algo me dice que tu herida aún arde. Y está bien, no pretendo que no arda, pero
que al menos te des la oportunidad de que tome aire y dejes volar todo lo
ponzoñoso. Por vos. Y por un recuerdo que, creo, merece vivir en alguna parte que
no sea el oscuro olvido. Porque no me arrepiento ni extraño, pero tampoco
reniego ni olvido.
A veces, la mejor forma de
cerrar una puerta es dejándola abierta para que el viento la empuje.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¡gracias!