sábado, 7 de octubre de 2017

"Lo que dolería por siempre… ya no duele tanto"

“Lo que dolería por siempre… ya se desvanece”, escuché cantar a Drexler esta mañana. Y no sé si en realidad se desvanezca o no, pero sí se que duele menos, mucho menos. Arde menos. Tira menos. Pincha menos. Me habla menos. Y hoy por hoy, con eso me alcanza y me basta. Porque no quiero una vida sin tormentas: prefiero vivir en ese instante siempre húmedo, escondido entre la bruma de una lluvia recién apagada y un Sol recién encendido.

Una vez escribí un par de palabras juntas que, en aquel momento, no tuvieron tanto significado como parecen tenerlo ahora: hay cosas que no se irán. Hay dolores que no se alivian. Hay sonrisas que no se achican. Hay amores que no se desenamoran. Hay lágrimas que no se secan. Y no creo que eso esté mal: al fin y al cabo, ¡qué triste sería si el tiempo no nos dejara marcas! Estamos llenos de huellas. Y eso solo significa una cosa: caminamos. Y si caminamos, vivimos. Y si vivimos, habremos entendido todo lo que está bien.

No voy a decir que todo está volviendo a estar en su lugar: no, no tendría sentido si fuese así. El mundo y la vida giran en sentidos que corren a destiempo. Nada vuelve a estar en su lugar, nada vuelve a ser como antes: las cosas, simplemente, encuentran otra manera de encajar entre sí. La conciencia se expande, el corazón hace lugar y la mente reacomoda sus prioridades. Un chocolate de película, un beso largo entre la arena que viene y va, una charla llena de preguntas, dos silencios sin ideas que se abrazan hasta volverse luna. Con eso alcanza. Una chispa: con eso alcanza. Una chispa que vuelva a encender la cálida sensación de sentirse vivo. Una chispa que nos entibie el alma tras la crueldad de un invierno marchito. Una chispa que nos susurre que vamos por el camino correcto. Una chispa que nos mueva algo allá adentro.

A fin de cuentas, lo que dolería por siempre… ya no duele tanto.

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