martes, 17 de octubre de 2017

"Tenemos que vernos más"

Lo miro, lo levanto en el aire, lo giro y lo analizo desde el reflejo encandilado del cielo de la mañana. “¿Y si girás más lento?”, le ruego en silencio. Pero nada. Sigue su curso. Y, al cabo de un rato, yo también sigo el mío.

Tecleo un par de letras de más y me veo obligado a borrar: cuatro espacios atrás. De repente, miro la blancura de la pared que descansa más allá de los bordes del escritorio. Y ahí me quedo unos minutos: pienso, pienso, pienso. “Tenemos que vernos más”, resoplo en mi cabeza. El cursor titila en su espera paciente mientras me desespero con calma. Vuelvo a teclear: cuatro espacios adelante.

Por primera vez en el día, tengo hambre. El mate me sabe a poco y el agua caliente ya me revolvió el estómago. Apenas pasa del mediodía, pero siento que muero por comer algo tan dulce como un viento de dulce de leche. “Nunca me animé a decirle que le quiero comer la boca”, sonrío y me achucho de solo pensarlo: no en decirlo, sino en hacerlo. Tomo otro mate y sigo trabajando.

La miro, la esquivo y al final sucumbo sobre sus encantos: me recuesto y me tapo con una manta. Una vez alguien me dijo que las siestas se duermen con la ropa con la que uno ya venía y sin abrir la cama ni tocar las sábanas. Aunque… también me han dicho que nadie puede sentirse así desde la lejana distancia de solo haberse visto un par de veces… Me doy media vuelta y cierro los ojos.

El tiempo no sonó a las nueve, pero la sensación agobiante de la oscuridad me despierta con la empecinada idea de que llego tarde. La ducha no me despierta y camino dormido. “Estoy soñando”, deduzco al recordar que estamos a un par de cuadras y unos pocos minutos de vernos. Solo en los deseos de vernos nos hemos visto sin restricciones. Cruzo la calle y abro los ojos.

La miro y busco sus labios.

–¿No me vas a decir ni “hola”?
–Ya dijimos demasiado.

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