viernes, 25 de enero de 2013

"Amor a la mandarina para dos"


Caminaba perdido
entre el pavimento y las vidrieras,
perfectamente hundido en la ciudad,
en una de esas
que no tienen cortinas para tomar la siesta
y le faltan silencios a la nochecita.
Perdido caminaba
en una de esas ciudades
sin rumbo ni referencias
porque mi trigal guía
no asomaba entre los rascacielos.

Caminando iba, entonces,
por mares que nunca había visto de lejos,
aquel era el futuro hecho ciudad
y el pasado aún con los mismos errores
pintado sin soles verdes
ni horizontes difusos.
Perdido me encontré
y caminando me buscaba,
caminando me perdía
y la ciudad se volvía más antipática.

Y justo cuando
allí en la ciudad
el aroma a motor crudo
quemaba mis ojos,
¡ah si! ¡justo cuando
moría en el intento…!
Allí lo sentí
lejano en un principio
pero abrazador al besarme,
allí tenía mi esperanza
y el pasado sin errores.
El olor
ácido y dulce
de su piel de mandarina
brotó sublime a lo lejos
y cosquilloso en la cercanía.

¿Cuántas tardes sin tiempo
habíamos pasado
atrapados entre los mandarinos?
¿Cuántos besos
de mate y naranja
nos habíamos regalado
antes de que la ciudad me robara la vida?
Pero no importaba.
Allí volvía su perfume de la tarde,
allí volvía el sabor de sus labios
cuando el sol se hacía sombra en el campo,
allí volvía
tempestuoso y salvador
el aroma de manos
desgajando la vida y la tarde
para ella y yo.
Para sólo nosotros dos.

¿Milagro cítrico en la ciudad?
Tal vez.
¿Amor y amistad inocente?
Seguro,
y además
tan inmadura e inteligente
que de propia gana
se perdía en el trigal
para allí tener el rumbo
con sabor y destino
y no volver jamás.

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