Querida vos,
¿qué tal? ¿Cómo estás?
Espero que mejor que la última vez que nos vimos, incluso mejor que la última
vez en la que hablamos. Antes de seguir, quiero pedirte un favor: por favor, no
respondas esta carta.
Ayer, pasada la medianoche,
me senté en el balcón y me quedé mirando el cielo. De manera instantánea, mi
mente se puso a repasar el día que hacía tan solo unos minutos había terminado.
Y de repente, me di cuenta de algo: ¡cuántas noches que llevo durmiendo en mi
propia cama! Y eso, indefectiblemente, me llevó a pensar en vos, y en aquel
nosotros que una vez existió. Ojo, que no se malentienda: no solo me acordé de
las sábanas y sus nudos, sino de las charlas, las miradas y las madrugadas de
series y aceitunas con morrón.
Una cosa llevó a la otra, y
cuando quise acordar, ya tenía los auriculares puestos y estaba por reproducir tu música. Y lo hice. Y más me acordé.
De nada sirve preguntarme bobadas como qué nos paso, porque la respuesta es más
que evidente, pero igual me lo pregunto. Por momentos, recuerdo las sonrisas,
los silencios y hasta cómo se sentía el aire cuando estábamos juntos. Sin
embargo, ese mismo aire se vuelve pesado cuando recuerdo las no-sonrisas. Y
todo se llueve en mi mente como una puñalada amarga que me recuerda todo lo que
sufriste, sufrimos y sufrí. Y ahí recuerdo que el amor no alcanzó para
salvarnos.
Tan
lejos. Literal y musicalmente hablando. Se me hace complicado y extraño
pensar en el presente y recordar los viajes que íbamos a hacer, los sueños que
comenzábamos a plantar y las puertas que habíamos empezado a abrir. Me pregunto
cómo nos hubiese ido en Machu Picchu. Si este verano habríamos vuelto a Piriápolis.
Si detrás de tus lágrimas, por fin, asomaría una sonrisa de esas que vienen del
alma. Igualmente, lo único que en realidad me pregunto y quisiera saber es cómo
estás. Quiero creer que estás viva. Quiero creer que encontraste caminos que te
hicieron salir adelante y te regalaron sonrisas. Quiero creer que la tormenta
dejó de consumirte y que, por fin, lograste encontrar alguna luz entre tantos
pesares.
Algo en mí siempre te tendrá
presente y siempre se las ingeniará para traerte a mis pensamientos. Quizás todos
los días, quizás de vez en cuando. No lo sé. Espero algún día cruzarnos. Espero
que, entre la multitud, sepamos que no somos dos desconocidos. Y espero que
puedas regalarme una sonrisa.
Apenas recuerdo el motivo de
esta carta. Lamento decir que, tal vez, solo necesitaba hablar conmigo mismo. Como
sea, donde quiera que estés, espero que algo u alguien te sonría para que
recuerdes que siempre se puede estar mejor y que tocar fondo siempre será la
oportunidad más firme para empezar otra vez.
Con sincero cariño,
yo.
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