jueves, 2 de noviembre de 2017

"La ventana de la calle Ejido"

Paso por tu ventana y me encuentro con el ángulo tímido de tu cortina, siempre intacta, mirándome con tristeza: adentro una inmaculada oscuridad que todavía late amarga. Afuera, desde enfrente, yo: mirando cómo ya no estás para mirarme. Para gritarme un saludo. Para sonreírme sin sonreír. Cuatro marcos rodean vacío el recuerdo de tu sombra: allí sigue vivo tu silencio, los secretos que me confiaste, las cosas que nunca me dijiste, las meriendas que tantas veces compartimos y el ardor suculento de una adolescencia que nos separó demasiado pronto. De repente, una luz se enciende: mi corazón se acelera y me entusiasma la idea de que corras la cortina y me encuentres buscándote desde la soledad de la calle. Uno, dos, siete y al final quince segundos: la luz se apaga y vuelve la oscuridad. Tan oscura como siempre. Más oscura que nunca. Me pregunto si allí seguirán tu cama, tu escritorio, tus dibujos y tu ropa. ¿Tu olor? ¿Tu tos? ¿Tu picazón? Quizás todavía sigue allí el libro que te presté: quizás todavía lo sigas leyendo. Quizás todavía estén sobre tu mesita las cuadernolas de literatura y también las de matemática. Un par de chicles de Bob Esponja que sobraron de un cumpleaños del que ya no nos acordamos. Una ventana: te sigo buscando. Que el vidrio se empañe. Que la cortina se mueva un milímetro. Que la luz se encienda viva durante toda la madrugada. Que el tiempo vuelva atrás y la cortina se abra, la noche se detenga y el invierno nos encuentre entre pocas palabras y muchas sonrisas, hundidos entre nuestros planes de conquista: que ella todavía no sea tu novia, que sigamos pensando cómo podés hablarle, a dónde pueden salir por primera vez, qué sabor tendrá su segundo beso, quién podría comprarles un paquete de condones. Un ómnibus que pasa me devuelve a la lejanía de no encontrarte: yo estoy acá, pero vos no estás allá. Una ventana vacía. Una calle triste. Un recuerdo quieto. Sigo caminando.

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