Hablémonos. Dale,
hablémonos. Démonos la oportunidad de decirnos todo lo que no nos hemos dicho
en los últimos meses. Está bien, nadie tiene por qué perdonar a nadie, solo se
trata de hablar, de decir, de dejar que las palabras fluyan en el aire que tanto
hemos callado. No importa por qué lo hicimos, de verdad, no pienses en eso.
Basta, sé que lo estás haciendo. No lo
hagas. Solo somos vos y yo. El silencio, esta vez, corre por cuenta de la
noche. De esta misma ciudad que tantas veces nos ha visto quedarnos sin decir
nada, cuando en realidad deberíamos haberlo dicho todo. Hagámoslo. Nunca se
sabe cuándo podríamos volver a tener una oportunidad como esta.
¿Quién empieza? ¿Vos? ¿Yo?
Quizás deberíamos hablar a la misma vez; después de todo, siempre fuimos una
sola voz. O mejor dicho, un solo silencio. Bueno, ¿y entonces? ¿Qué tenías para
decirme? ¿Qué tenía para decirte…? ¡Ah, sí! Lo recuerdo. Bueno, empecemos.
Nos lastimamos. Nos
olvidamos de nosotros. Dejamos que el tiempo, que los días, que el “mañana lo
hago”, se impusiese como nuestro único reloj. Nos postergamos. Nos dejamos para
más tarde. Dejamos de escucharnos. Porque estábamos cansados. Porque teníamos
sueño. Porque teníamos hambre. Porque no teníamos ganas de pensar en “cosas
serias”. Porque teníamos que dedicarle tiempo a los demás. Porque teníamos que
hacer cosas para acá, pero también para allá. Pero, pero, pero. Durante los
últimos meses no tuvimos más que peros. Y entre tantos peros, la vida misma se
nos volvió una espera. ¿Qué esperábamos? El día en el que ya tendríamos más
tiempo. Las horas en las que podríamos descansar. Los momentos que podríamos
dedicarnos a nosotros. Sin embargo, hoy por hoy, cuando esos días “libres”
llegaron, parecería que no tenemos nada que decirnos, nada que hacer o nada por
lo que luchar.
La espera fue haciéndonos
olvidar de los verdaderos motivos de tantos esfuerzos y tantos “después vemos”.
¿De qué valió todo lo que hicimos? ¿Qué queríamos en realidad? ¿Queríamos algo
o actuábamos por inercia? ¿Alguna vez nos detuvimos a pensar si el camino que
estábamos siguiendo en realidad era el camino que queríamos caminar? Quizás
dejamos las huellas que alguien más quería que dejáramos. Tal vez, durante todo
este tiempo, no hicimos más que reproducir la misma canción, una y otra vez, al
punto de que la tarareábamos sin saber siquiera lo que la letra en realidad
quería decir. Todo se trató de un ritmo. De una manera de fluir. De encontrar
la manera más fácil de caminar… sin caminar. Porque eso fue lo que hicimos. ¿Lo
ves? Caminos a ninguna parte. Y es allí donde estamos ahora.
Estoy convencido de que
dimos lo mejor de nosotros. Dimos nuestra alma y todos los pensamientos que
alguien puede pensar. Dimos nuestra esperanza, nuestro anhelo y nuestro
profundo deseo de desear deseando nuestros deseos. Nuestros, nuestros,
nuestros. Entre tantas autorreferencias, jamás nos encontramos con nosotros
mismos. Ese quizás sea el problema. ¿Alguna vez nos miramos a los ojos y nos
dijimos que algo de lo que estábamos haciendo lo hacíamos por nosotros? No lo
recuerdo.
Basta. Estoy cansado de que
me mires así. Sin hablarme. Sin decirme absolutamente nada. Sin decir lo que
pensás. Sin decir lo que no pensás. Estoy cansado de que me mires sin mirarme.
Me cansé de vos, de nosotros, de todo esto que creamos juntos. ¿Y sabés qué es
lo peor de todo? Que es culpa mía. Yo te hice así. Yo me hice así. Y yo nos
hice así.
Ambos sabemos que no hay
solución. Que así como una vez supimos querernos y valorarnos, algún día
volveremos a hacerlo. Sin darnos cuenta. Tal vez sin buscarlo. Sé que algún día
podremos volvernos a mirarnos. Hablarnos. Sentirnos cerca. Algún día, de verdad
volveremos a ser uno.
Mientras tanto, las cosas
como son: yo acá, y vos allí, en el espejo, escondido en mi reflejo.
Te quiero!
ResponderEliminar