miércoles, 21 de diciembre de 2016

"Estamos llenos de búsquedas"

En la vida estamos llenos de búsquedas. Cuando somos niños, buscamos tesoros, mundos perdidos e intentamos, aunque nos dé miedo, encontrar algún fantasma. Ya cuando somos adolescentes y nos llevamos el mundo por delante, buscamos cosas a las que aferrarnos, esos pequeños símbolos a los que queremos pertenecer para sentirnos parte y seguros. Y cuando la adultez asoma, pero aún somos los suficientemente jóvenes como para ser tildados de locos inmaduros, buscamos sueños, desafíos y, alguna vez, hasta buscamos una casa propia. Luego, con el tiempo, buscaremos que nuestros hijos no se pierdan, que el trabajo nos siga haciendo felices, que el amor no muera. Y un día, miraremos para atrás y podremos ver una estantería repleta con los resultados de nuestras búsquedas. La vida, así parece, se trata de buscarse.

Y esa quizás sea la tarea más difícil de todas: buscarse a uno mismo. Es fácil que alguien nos encuentre, que quiera conocernos y, sin darse cuenta, termine enamorándose de nosotros. Sin embargo, no tiene nada de fácil el aprender a querernos. También es fácil encontrarse con viejos amigos y hacer que el tiempo que los separó no sea más que un par de charlas bajo la Luna. No obstante, escucharse a uno mismo y conocerse al punto tal de adivinar nuestros pasos sin ni siquiera pensarlos, es un ejercicio tan complejo como desesperante. ¿Fácil? Fácil es cocinarle a los demás los platos que les gustan, regalarles cosas que les quedarán bien, decirles lo que quieren o deben escuchar. Pero uno de los caminos más difíciles en esta vida es ponernos límites para que las cosas no nos hagan daño, animarnos a luchar por nuestros sueños y aprender a disfrutar de nuestros propios silencios.

Tampoco quiere decir que la vida deba ser una egoísta introspectiva. No, al contrario. Si de algo vale el querernos antes es para amar después. Y no amar por hacer feliz al otro, sino amar de tal forma que el simple hecho de amar ya nos haga felices y privilegiados. Pocos conocen lo que es amar de verdad, y quizás allí está el obstáculo: no se conocen a sí mismos, se ven en el espejo y solo encuentro defectos, se encuentran en silencio y se desesperan por llenarlo con vidas ajenas. Seamos más reduccionistas: ¿a quién va a amar la otra persona si la persona que desea ser amada ni siquiera se conoce a sí misma? Primero hay que buscarse, para que cuando uno sea encontrado y encuentre a alguien, juntos puedan emprender nuevas búsquedas, y no perderse entre lo confuso de sus almas.

Buscarse no implica conocerse de p a pa, pero sí saber que tenemos una p y un pa. Buscarse no implica no necesitar de nadie, pero sí disfrutar de cultivarse a uno mismo. Buscarse no requiere de lupas gigantes ni de telescopios bien calibrados, alcanza con cerrar los ojos, caminar un par de cuadras, pintar con las manos, bailar bajo la lluvia (o bajo un techo, pero mirando la lluvia), dejarse fluir con una canción pegadiza… No importa cómo, pero sí importa el para qué: buscarnos para vivir y no vivir buscándonos.

La experiencia dice que perderse también vale la pena. Si no nos perdiésemos, ¿cómo podríamos encontrarnos? Nunca es tarde ni temprano para empezar a buscarse. Puede tomar toda la vida. Puede tomar un par de minutos todos los días. Sea como sea, cuando te encuentres, lo sentirás en el pecho. Algo habrá cambiado. Ya no serás tú, ni quien fuiste ayer ni antes de ayer. Serás todos esos y alguien más. Alguien que se encontró a sí mismo.

Pensalo, no hay apuro. Mientras tanto, yo sigo buscando. 

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