¿Nunca te has sentido amado
y odiado a la misma vez? ¿Nunca has pensando que así como sientes que le
encantas a alguien, esa misma persona no sabe cómo decirte que la dejes en paz?
¿Nunca te has cuestionado si detrás de tantos “te quiero” no se esconden un
centenar de “necesito aire”? ¿Nunca has querido que el fuego te entibie el alma
y que al mismo tiempo haga arder tus pensamientos?
Una sonrisa puede derramar
amor. Y esa misma sonrisa puede querer disimular tanto desinterés. ¿Acaso no
puede el amor conducir irremediablemente al cansancio, a la desdicha, a la
ausencia total de amor? Al fin y al cabo, ¿quién sabe lo que es el amor? ¿Quién
podría decir en una sola palabra lo que en realidad es el amor? ¿Fuego?
¿Amistad? ¿Luz? ¿Vida? ¿Amor? ¿Acaso el amor es amor? Nadie lo sabe a ciencia
cierta. Y quizás nunca nadie lo sepa. Porque ese no es el punto. Ninguno de
estos cuestionamientos tiene que ver con el amor. El amor no se pregunta. El
amor no se cuestiona. Al amor no se lo interroga.
Pero si nadie sabe lo que es
el amor, ¿cuándo saber qué no debe interrogarse o cuestionarse? ¿Cómo saber a
qué no hacerle preguntas y a qué sí? Tampoco se trata de ir por la vida sin
reflexionar ni por un segundo. No hay término medio. ¿O sí lo hoy? Alguien
podría decir que sí, pero tampoco valdría de algo su opinión. Así como de nada
sirve comer una mandarina y lavarse las manos una y otra vez.
Estas líneas perdieron el
sentido, el camino, el rumbo. Y hace rato que el faro explotó en el borboteo de
sus propias ideas. Hasta el silencio suena desesperado por un poco de silencio.
Incluso el dolor desearía volver a sentir que alguien lo lastima. Todo para
poder sentirse vivo. Para poder sentir que, por un instante, el alma
simplemente es alma y no una bolsa de dudas poco razonables y difíciles de
digerir.
Desearía que todo fuese
real. Que no se tratara de una simple espera que en realidad nada espera.
Porque nada vendrá. Porque nada viene en camino. Y porque nada, absolutamente
nada desea ser lo suficientemente genuino como para amarrarse a este camino
maltrecho. Jamás nadie lo aceptará. Nunca nadie tendrá el coraje de hacer
frente a semejantes heridas. Y no creo que alguien alguna vez vaya a querer
escribir sobre estas líneas lo que nadie ha escrito hasta hoy.
Me pregunto si alguien
alguna vez tendrá el valor de conquistarme con sus preguntas. ¿Puede una larga
lista de cuestiones coquetear y amenazar con una noche pecaminosa? Quiero creer
que sí. Quiero creer que afuera existe un sentido de la oportunidad tan
apetitoso que de solo verlo haga sentir que el anhelo es hasta la muerte. Porque,
si no se trata de vivir o morir, no sé de qué se trata la vida. Ni de qué se
trata el amor, si no se trata de amar o morir.
¿Nunca has sentido que, en
realidad, no le importas a quien dice que sí le importas? Quizás no valga la
pena luchar, y sea momento de cerrar puertas y ventanas e irse por el mismo
camino que te dio la bienvenida. O tal vez sea momento de dar muerte a tantas cuestiones y
simplemente dejarse flotar entre lo que podrían ser un puñado de mentiras ajenas o un
colchón de sentimientos puros e interesados, en el mejor sentido de la palabra.
¿Quién sabe? Espero que
alguien lo sepa. O, al menos, desearía tener la certeza de que, al igual que
yo, nadie lo sabe.
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