domingo, 3 de enero de 2016

"No saber; de eso se trata"

No sé qué decirte. No sé qué decirme. He estado pensando. Días y madrugadas enteras mirándome en mi propio reflejo. Preguntándome una y otra vez “¿qué pasó?”, “¿qué tengo?”, “¿qué me hice?”. Creo que todo empezó hace mucho tiempo; en algún momento de la historia, cuando algo se quebró dentro de mí. Algo sucedió en lo más profundo de mi alma… y todo cambió para siempre. Pero no lo noté. No lo había notado hasta ahora. Quizás porque hacía mucho tiempo que no sentía el silencio; en los últimos meses todo ha sido idas y venidas, con vueltas y más vueltas, y con sus soles y sus tormentas. Pero no había habido silencio. Así que recién ahora, aquí, en este momento, después de tanto tiempo, puedo escucharme con claridad. Y lo único que he podido escuchar es tan simple que me asusta: estoy muerto.

Llevo muerto días, semanas, quizás meses. Tal vez nunca llegué a conocer la vida. ¿Quién podría ser lo suficientemente inhumano como para aceptar que, quizás, nací muerto? Nadie tendría el valor de decirlo. Jamás respiré por primera vez. Nunca lloré tan fuerte que se me saliesen los miedos. Tal vez nunca abandoné la inexistencia. ¿Acaso, existo hoy? Quizás no fui más que un deseo en el corazón de alguien. Una ilusión que de tanta persistencia se volvió irrealmente real. Un viento que habló… pero que jamás dijo algo.

Recuerdo una luz. Tan brillante y tan pura que no sabía cómo llamarla. Hoy puedo decir que era una luz. Pero en aquel entonces, no sabía de convenciones lingüísticas. Y seguramente, de haberlas sabido, no hubiera estado de acuerdo en llamarla “luz”. Aquello era más que la ausencia de oscuridad. Era la oscuridad y el destello. El silencio y la tormenta. El dolor y la calma. Las mentiras y las virtudes. Era… ¿la vida? Apenas la recuerdo. Pero… creo que eso era. Aunque no lo sé, no a muchos se les da por llamar así a la “vida”. Esa palabra designa otra cosa: plenitud, perfección, pureza. Y eso no encaja con mi recuerdo de lo que era la vida.

La vida dolía a cada momento. Y a la misma vez, se sentía tibia en el pecho. Era como estar en un tiempo muerto, siempre lleno de interrogantes… pero con el deseo de buscar respuestas. Y eso no es la vida que hoy la gente aclama: sus vidas no tienen cuestionamientos, no tienen vicisitudes ni temblores. Y si existen, solo tratan de esconderlos bajo la alfombra o de espantarlos como a un buitre. Me pregunto qué sentido tiene vivir en esa eterna paz. Porque ¿es eso vivir? No lo sé. Tal vez mi diccionario no funcione bien.

¿Te acordás de mis ojos? ¿De mis pupilas profundas y mi mirada azul? Yo también. Pero desaparecieron. Se fueron. Y como consecuencia, hoy todo luce gris. Como si un dios hambriento se hubiese devorado los colores y todos mis recuerdos. Hoy estoy aquí, desnudo; porque no tengo pasado ni creo tener futuro. Y este que ves, soy yo; más muerto que nunca. Y este que no ves, también soy yo; menos yo que siempre.

Mientras tanto, no te preocupes en buscarme respuestas ni gastes tu tiempo en intentar revivirme. Eso pasará con el tiempo. Pero eso sí, déjame pedirte un favor. Quizás no sea sencillo. Seguramente no sea nada fácil. Y te enfrentará a decisiones muy difíciles. Pero debo pedirte algo. Y no puedes decirme que no. Porque si te niegas, si no haces lo que te pido… entonces, nada habrá tenido sentido. Y la muerte solo habrá sido muerte.

Por favor… no dejes que viva hasta que la vida tengo el coraje de mirarme a los ojos y decirme: “No lo sé. Nunca lo supe. Y no lo sabré”. 

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