miércoles, 20 de enero de 2016

"Que ella vuelva a sonreír"

Hoy el cielo se levantó triste. Igual que ayer. Igual que antes de ayer. Y viene levantándose con la sonrisa desdibujada desde hace varios días. Una voz que llenaba todos los vacíos… se calló de repente. Y desde entonces, nada ha vuelto a ser igual. Pero tampoco distinto. Simplemente no es. Como si el mundo se hubiese detenido sobre su silencio.

Aquella alegría que giraba sobre sí misma y que irradiaba sonrisas al mundo… ¿dónde se esconde? ¿Dónde está esa niña con los cabellos coloridos y el alma clara? ¿Hacia dónde se fue aquel canto de sirena que llenaba las tardes con coco y limón? ¡El mundo no merece seguir girando sin las caricias de la dulce inocencia del arco iris! Aunque todos crean que la vida ha seguido con su camino… deberían ver que, en realidad, no ha habido azúcar con la que construir horizontes.

Algunos dirán que exagero. Que perdí la cabeza y que nada de lo que digo tiene sentido. Y para no ser menos que sus críticas, les diré la última de las verdades: desde que ella dejó de brillar, hasta una parte del Sol se apagó. ¿No lo creen? Deténganse un minuto al atardecer y descubrirán lo que les digo. Ese momento exacto en el que el cielo se alinea con el agua y puede escucharse al tiempo mientras se enamora de la noche… ese momento preciso en la historia de los días, ya no existe. Es como si el día pasase directo a la oscuridad, sin dejar esos minutos llenos de aplausos y de instantáneas llenas de amarillos, anaranjados y rojos. Ese momento en el que el Sol se acerca más que nunca a los mortales y les susurra que “todo es posible”… ya no existe.

­­Pero no vine a esta hoja con el objetivo de lamentarme. Heme aquí, con la tristeza en las manos y la esperanza en los ojos. He venido a expresar el más grande de todos los rezos. La más firme de todas las promesas. Y el más arriesgado de todos los juramentos. Con un único propósito: que su voz vuelva a retumbar en cada rincón del mundo; que su alegría vuelva a ser el origen de tantas sonrisas; que sus pócimas de miel y canela vuelvan a invadir lo áspero del cielo; y que el Sol vuelva a llenar las almas de los hombres con la calidez de sus caricias desinteresadas.

Así, aquí va mi rezo…

Santas dichas que no veo
que por ser hombre no entiendo,
aquí vengo con el corazón marchito
y con las palabras como única arma,
desde ya adelanto mi arrogancia
y pido perdón por mi pasado,
pero anhelo se me escuche como un pecador
que no busca el perdón ni la eterna vida;
soy un asesino inexperto
que suplica por la vida de su última víctima.

Benditos cielos que todo lo pueden
escuchen, por favor, mis lamentos
y por el bien del mundo que han creado
atiendan mis súplicas por el bien ajeno.
Se trata de un simple pedido mortal
que apela a lo más hondo de sus milagros,
allí donde la humedad se vuelve vida
y la vida se tiñe de destino.
Ruego desde lo más profundo de mi dolor
que el Sol pueda volver a ser luz
y que la luz se contagie entre los necesitados.

He aquí mi petición más abundante,
sin rimas ni mentiras piadosos:
dejen llover de sus almas
un relámpago tan puro y tan azul
que de un solo golpe terrenal
encienda lo más hermoso de su alma rubia;
que el sabor eléctrico de sus reinos
se encargue de devolverle las esperanzas
y de sembrar en su dolor una sonrisa;
que la tormenta sea tan mortal
hasta el punto de que sus angustias amorosas
mueran una por una bajo su mirada verde
y así el mundo despierte
cuando en su alegría vuelva a girar.

Porque el mundo no merece vivir así
sin sus sonrisas, sin su caminar indiscreto;
por ella no merece vivir así
con el alma herida, con la desgana hecha vida;
porque su reino necesita un milagro
que haga de la muerte una primavera
y del tiempo un amigo;
porque ya no sé qué hacer o decir
para que su vida vuelva a ser vida
y mi dolor pueda morir con su dolor.


Solo eso. Simplemente eso. Nada más que eso. Tan simple como eso. Que ella vuelva a sonreír… incluso si mi muerte es el precio a pagar.

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