lunes, 8 de mayo de 2017

"El mundo ya no será el mismo que siempre fue"

Antes de empezar… tengo que decirte algo: nunca me había sentido así. Por cada palabra que aquí escribo, una lágrima quiere trepar y caer hasta perderse en lo desinteresado del viento. Es como si algo me presionara en el pecho al punto tal de querer gritarlo todo… sin saber qué decir. Empecemos por ahí, porque ese es el asunto: no sé qué decir.

Siento que me apago. Puedo sentir cómo cada día brillo un poco menos, mis sueños son cada vez menos soñados y mis ojos tienen cada vez menos profundidad. Cada día que pasa me vuelvo más liviano: ya no tengo ideas, ya no tengo hambre, ya no tengo fuerzas ni nuevas historias que contar. Al principio creí que se trataba de un problema de inspiración… pero no. Es mucho peor que eso. Simplemente, no hay nada: no hay problema. Y cuando el problema no existe, lo invento.

No me encuentro. Me busqué por allá, por acá y más acá, pero no estoy. Dejé de buscarme y decidí perderme, convencido de que esa sería en realidad la mejor opción: pero tampoco estoy en los caminos de la perdición. No estoy vivo, ni estoy muerto. No estoy feliz, ni estoy triste. No estoy somnoliento, ni estoy lleno de energía. No estoy dispuesto a todo, ni estoy dispuesto a nada. No estoy listo para irme, ni estoy listo pata quedarme. No estoy apurado, ni estoy con tiempo. Estoy… y en realidad llevo años sin estar conmigo mismo.

El corazón me tiembla angustiado entre las cosas que no consigo decir. El estómago también se ofusca y me revuelve las lágrimas que todavía no nacieron. El suelo se rompe y caigo, caigo, caigo y jamás me detengo: hasta el dolor y el impacto del golpe lucen mucho más tentadores que caer para siempre. Quisiera poder detener el tiempo, el espacio, la respiración y los pensamientos. Quisiera poder pensar por mí mismo y no ser el títere de una enfermedad que se vuelve tu amiga y que finalmente se corona como ese carcelero que decide tener piedad y matarte cuando la muerte parece ser la mejor opción –y la salvación–. Quisiera que todo esto se arreglara con un par de píldoras o unos cuantos tragos. Pero no. El corazón escupe lo que ya no puede tolerar y eso solo significa una cosa: el mundo ya no será el mismo que siempre fue.

Grito. Grito. Y vuelvo a gritar. Pero nadie me escucha. Ni siquiera yo me escucho. Y así me iré: como uno de esos finales de oración que el informativista dijo tan bajito que nadie escuchó.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¡gracias!