sábado, 22 de diciembre de 2012

"¿ENAMORARSE?"

Ayer, cuando la tarde ya tenía ganas de caer e irse a dormir, la tentación de treparme a mis dos ruedas azules, se me subió hasta el cuello y me largué a bicicletear el mundo. 

Le di vueltas y más vueltas al mundo en tan solo algunos minutos, y perdí la noción del tiempo y de la rutina (¡gracias a Dios!). El ciclo giratorio de mis ruedas azules me llevó de regreso y de ida, y cuando quise acordar, estaba parado al lado de mi sombra en el mismo lugar del que había salido.
Y allí estaba el sol abrazado a la tarde, a punto de irse a dormir acurrucados en su manto de horizontes.

Me quedé mirando aquel paisaje de primavera. ¿Había algo más lindo? ¿Acaso algo u alguien podía superar semejante acto de rebeldía natural? Y casi sin dejar segundo a suspiro, los susurros comenzaron a emanar del aire primaveral. Letras y tildes mal puestos se unían caprichosos para formar su nombre en el aire. Se hacía inevitable no pensar en su rostro al ver como el sol se rompía en el mar… ¡cómo deseaba estar allí con ella!

¿Ella? ¿Pero quién era ella? Tenía un nombre, un supuesto rostro y una ella. Pero, ¿qué era todo eso? Y aquello no era lo único. Desde hacía varios días me sentía cada vez más meloso. Aunque parezca exagerado, no miento al decir que el chocolate con la receta más dulce del universo, me sabía amargo y casi vacío. Todo perdía el gusto y los susurros nocturnos de unas estrellas muy bien peinadas se habían vuelto guardianas de mis sueños.

¿Qué le pasaba a mi paladar? Era como si algo que hubiese comido me hubiese quitado la capacidad de distinguir los sabores, como si algo que hubiese probado… algo que… ¡pero claro! ¡Esa era la razón! Hacía unos pocos días mis labios habían besado al par de labios más dulces del mundo, y después de ahí, todo comenzó a sentirse amargo. ¿Cómo no iba a suceder eso si aquellos labios fueron tan impactantes para toda mi alma que el mundo se me volvió agrio y casi salado? ¡Qué dulzura asesina!

Ahora tenía una ella, un nombre susurrado, un rostro supuesto y un beso dulcemente asesino. ¿Pero qué unía todas esas pistas? ¿Acaso había razón para sentir que el oxígeno no alcanzaba y que el día era noche y la noche era día? Miré mi reloj y vi que apenas eran las seis menos cinco de la mañana… ¡pero claro! ¿Cómo no iban a serlo si yo sentía que la tarde se estaba cayendo? ¡El día recién nacía esplendoroso desde el mar!

Exhausto de indagar en mi alma, me recosté cercano a mi sombra pálida y cerré los ojos. De pronto, como si alguien bajase el volumen de la ciudad, la tarde caída que era mañana recién nacida, se llenó de silencio. En mi desespero amargo por sentir el ruido de los autos y la mar chocando contra el puerto, mi olfato se volvió más agudo y un perfume me invadió el cuerpo hasta emborracharme.
Ese perfume se me hacía tan familiar y empalagoso… lo conocía y lo había probado, estaba seguro de eso. Cuando comenzaba a perder el sentido de estar en aquella mañana con gusto a tarde, recordé el origen de ese perfume: ¡la noche anterior! ¿Cómo no iba a sentirlo tan cercano si lo tenía en mi ropa? Su perfume natural se había desprendido de su piel y se había impregnado en mi camisa. Lo más primaveral de su esencia carmesí, estaba amarrado a mi vaivén de dos ruedas y de sombra pálida.

Ya nada tenía sentido. A todo mi mundo incongruente se había sumado un perfume de rosas enruladas que me volvía muerto con corazón sonriente. Apenas sentía el sustento del muelle y el sol se reía tímido de mi borrachera.

Y así, cuando ya nada tenía sentido y mi cuerpo estaba a punto de caerse al agua, recordé su imagen completa. La recordé desde sus pies hasta sus besos. La recordé en silencio y encaprichada. La recordé abrazada a mí la noche anterior entre las sábanas. La recordé susurrándome en mis sueños primaverales. La recordé cambiando mi vida en un segundo.

¿Enamorarse?”, pensé en voz alta. Me levanté con la sangre ahorcándome en el alma y partí rumbo a su casa. “¿Qué es eso? ¿Se comerá? Porque creo que me lo comí...”, concluí camino al sol.

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