sábado, 8 de abril de 2017

"Sobre el amor, las parejas, el estar solo y la soledad"

¿Qué tal si hablamos de un par de cosas que, por ser demasiado comunes, suelen evitarse? ¿Y si nos ponemos serios –aunque no tanto– y nos miramos al espejo, evitando al menos por una vez ese reflejo insolente que nos responde la mirada, y tratamos de ver más allá de nuestro cuerpo? ¿Por qué no hablarnos a nosotros mismos? Después de todo, ya lo dijo alguien una vez: uno nunca está solo, porque siempre puede hablar consigo mismo.

Vayamos al punto: quería hablarles sobre el amor, las parejas, el estar solo y la soledad. Repasemos algunas frases categóricas que vale la pena tener presentes. Estar solo no quiere decir estar disponible, pero tampoco quiere decir estar en la búsqueda de no estarlo. Estar en pareja no implica estar enamorado, así como estar enamorado no conlleva querer estar en pareja. Estar solo no quiere decir que uno esté en soledad: al contrario, estar solo implica, entre otras cosas, tener más tiempo para estar con uno mismo. Aunque estar solo tampoco quiere decir que uno esté en armonía interna: tanta soledad puede recordarnos todo el tiempo la empecinada necesidad de estar con alguien para no tener que escucharnos. Estar solo no implica querer estar con alguien, pero estar solo tampoco significa querer estarlo.

Varios ríos de tinta hablan sobre la necesidad de quererse a uno mismo: quererse antes para amar después. Pero, esta vez, ese no es el asunto central de estos renglones. Va más allá de eso, tal vez más acá, un poco antes. ¿Por qué amar? ¿Por qué querer? ¿Para qué dejar que el corazón funcione como algo más que un órgano de vital importancia? Allí está la cuestión: ¿en realidad elegimos amar o la vida nos impone el amor –o la necesidad de enamorarse, que no es lo mismo– a todo momento?

Las películas, los libros, las canciones: la cultura toda se ha embanderado desde siempre con la imperiosidad de enamorarse para sentirse realizado y no perderse de uno de los hitos más importantes de la vida humana. ¿Pero es tan así? ¿Quién dijo que la vida no es vida sin amor? Que quede claro, antes que algún aficionado a Fromm lo refute, que estamos hablando del amor de pareja, de ese que no elegimos ni surge de las predisposiciones de nuestra sangre: nos referimos a ese amor que nos golpea tan fuerte que se nos pegotea entre las noches sin dormir y los días somnolientos. Una vez, en una entrevista, escuché a Isabel Allende decir algo así como que “la vida es muy seca sin amor”. Algunos prefieren las tardes lluviosas, otros los atardeceres de soles anaranjados. Quizás se trate en realidad de eso, ¿no? Cuando cae un aguacero, algunos abren el paraguas, otros salen a bailar por entre las callecitas. Cuando el ocaso despunta en el horizonte, algunos clavan sus pupilas en el amarillo, otros toman fotografías, y otros continúan con sus vidas como si nada estuviese pasando allá por donde muere el cielo.

Lo mismo pasa con el amor. Siempre está allí, a su manera, en sus mil formas y sus varias combinaciones indescifrables. Algunos buscan desentrañarlo para poder dominarlo… y lo único que consiguen es un amor tan fugaz que lo único que recordarán es el sabor de un beso borracho. Algunos se empeñan en encontrarlo… y cuando lo encuentran, se dan cuenta de que no saben qué hacer con él. Algunos le piden al destino y a todos los dioses que jamás le interpongan algo similar en su camino… y cuando mueren, por primera vez en sus vidas, se dan cuenta de que “ese algo” que les venía faltando era eso mismo de lo que tanto habían escapado. Esa es la cuestión con el amor: dependiendo del lugar en el que se esté, de la perspectiva desde la que se lo mire, podrá ser un veneno, un milagro o un final inesperado a esa historia que nunca se sabrá cómo empezó.

¿Cómo llegamos hasta este punto? No lo sé. Y así como hay días en los que me encanta estar enamorado y empaparme en lo más cursi del amor, hay otro montón en los que disfruto de encontrarme solo en la ¿soledad? de estar conmigo mismo. 

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