Seguramente esta sea una historia que muchos en mi situación, callarían.
Y si, seguramente esté haciendo muy mal en escribir estas líneas. Pero aquí
estoy. Escribiéndolas y aún sintiendo el perfume de un “hola” y de un “chau”. Y
no es metáfora ni corazón de enamorado. Aquí, en mi mejilla derecha, sigue
alojado la fragancia de tu cuerpo. Así que aquí, desesperado escribo porque no
es lo correcto. Porque así no deben de ser las cosas… pero lo son.
¿Dónde quedó aquella niña que me llevaba con su voz a la infancia? Hoy
te vi y descubrí que eras una mujer. Definitivamente, si. Definitivamente
cambiaste como me habías advertido antes de venir. Sos otra. Sos una niña que
se hizo mujer. Una niña que usa perfume y se maquilla. Una niña que se hizo
fuerte por mis mentiras. Pero más allá
de tus ojos violetas y tu perfume de redes, allí donde el alma cambia de
nombre, aún puedo sentir que está aquella niña. Y por eso es que siento lo que
siento y lo que sentí al volver a verte. Porque allí sigue esa niña clandestina
y pegajosa. Y la extraño…
Y este perfume que no se va. Que no es invento de poeta ni palabras de
bonachón. Es la verdad. Este perfume de un “hola” y de un “chau”, no se va.
Pero no es lo correcto sentir este perfume. No es correcto que remueva el
pasado. No es bueno pero si culposo, que ahora esté deseando que ese saludo y
despedida fuesen una charla en busca de un atardecer que jamás llegaría. Pero
así sucede. Y aún así deseo que esa charla que no fue, se hiciese beso, y ese
beso amante se hiciese noche y la noche se volviese eternidad entre tus labios.
Y tu perfume. Ese mismo que ahora el viento despega de mi mejilla y me lo sirve
en mi mente. No se va.
¿Qué me sucede? ¿Acaso este es el destino que se venga? ¿Acaso mi vida
está escrita de tal forma y con tales tintas, que siempre volverá a pasarme lo
mismo? No puedo... ¡AH! ¡¿Qué he hecho?! Sin quererlo me llevo mi mano a los
labios y puedo sentir que tu perfume también está en mi mano izquierda. ¡Pero
claro! ¿Cómo no estarlo? Con esa mano atrevida, toqué tu brazo al decir “hola”
y con esa misma mano toqué tu brazo al decir “chau”. Y ahora lo sufro y lo
disfruto. Y me oculto en mi red de mentiras que ya comienza a agrandarse.
Miro y dejo que mi mirada se pierda. Cae la tarde sobre las siete menos
veinte y has ido al mar. Quién sabe si será excusa o deseo. No lo sé. Pero te
has ido. Y te extraño y te deseo y te odio por dejar en mí tu perfume, como
asesino que vuelve cada año a las tumbas de sus hijos muertos por su mano
apasionada.
¡Vete! ¡Vuela lejos mujer que era niña! Vuela lejos, o no vuelvas a irte
de mi balcón jamás.
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