Sé que no estoy en
condiciones de pedirte nada. Y sé que no tengo derecho a que me hagas un favor,
pero igual tengo que pedírtelo. Por tu bien y por mi bien. Ni siquiera te lo
pido: te lo ruego. Nos va a cambiar la vida, va a significar un antes y un después
en todo lo que vivimos. Lo necesitamos todo este tiempo, mucho más de lo que en
realidad creía: hasta ahora, no había notado lo mucho que necesitamos que eso
suceda. Antes de decir que no, por favor, escuchá mi pedido.
¿Qué? ¿Cómo? ¿Cuándo?
¿Dónde? No sé explicarlo tan fácil, no tengo las palabras tan claras ni
atinadas. Lo estoy pensando mientras lo escribo, lo escribo mientras lo pienso
con descuido. Es un poco más complicado que un favor. O tal vez no. En
realidad, no tendría por qué serlo: todo depende de cómo lo tomes. Es algo así
como una tarea, una especie de misión
imposible posible. Como si le pidiéramos a una monja que nos envuelva en un
hechizo: así de escéptico sería la posibilidad de que lo lográramos. Pero no me
hagas caso: seguramente exagero.
Dejémonos de vueltas. Ambos
sabemos que no hay futuro, que no hay respuestas, que nada será suficiente. “No
somos compatibles”: ¡qué puñal! Nunca una herida dolió tanto como este aquí y
ahora. Aunque me rehúso a creerlo, me dispongo a aceptarlo. Por vos, por mí,
por los dos. Supongo que ahora sí vamos a hacer lo que vos querés, porque es lo
más ¿justo? No lo sé: no entiendo muy bien lo que escribo, pero igual escribo.
Como sea, solo me resta pedirte un favor. Eso
que hará posible que todo esto sea una realidad lejana, que cada uno pueda
seguir con su vida y que el destino se encargue de darnos la distancia
suficiente como para transformarnos en un recuerdo tibio y lejano.
Si todavía estás ahí y
querés hacer algo por mí… te pido que me rompas el corazón (o que me beses
hasta que despierte).
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¡gracias!